Entre la Cruz y la Resurrección
En el momento en que se desencadena la persecución, prorrumpe la pujanza misionera de la Iglesia. Estos (primeros) cristianos habían llegado hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, y proclamaban la Palabra. Tenían este fervor apostólico. Algunos comenzaron a hablar también a los griegos. Es un paso más. Pero, en Jerusalén, alguno se puso un poco nervioso y enviaron a Bernabé. Tal vez podemos decir, con sentido del humor, que esto es el comienzo teológico de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Él observó y vio que las cosas iban bien. Y así la Iglesia es más Madre, Madre de más hijos, Madre que nos da la fe, una identidad. Pero la identidad cristiana no es un carnet de identidad. Es una pertenencia a la Iglesia, a la Iglesia Madre, porque no es posible encontrar a Jesús fuera de la Iglesia. El gran Pablo VI decía: Es una dicotomía absurda querer vivir con Jesús sin la Iglesia, seguir a Jesús fuera de la Iglesia, amar a Jesús sin la Iglesia.
Bernabé, «al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró». Es la alegría propia del evangelizador. Es, como decía Pablo VI, «la dulce y consoladora alegría de evangelizar». Y esta alegría comienza con una persecución, con una gran tristeza, y termina con alegría. Y así, la Iglesia va adelante, entre las persecuciones del mundo y los consuelos del Señor. Si queremos ir por la senda de la mundanidad, negociando con el mundo, nunca tendremos el consuelo del Señor. Y si buscamos únicamente el consuelo, será un consuelo superficial, no el del Señor. La Iglesia está siempre entre la Cruz y la Resurrección, entre las persecuciones y los consuelos del Señor. Y éste es el camino: quien va porél no se equivoca.