Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:
– «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?»
Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo:
– «No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron.
Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo» (San Marcos 16,1-7).
COMENTARIO
Sábado santo. Día de luto y silencio, alitúrgico: no hay celebración eucarística. El dolor de María por la muerte de su hijo Jesús es también nuestro sufrimiento. Día de espera, de vigilante espera. Toda la Iglesia está expectante para celebrar la noche Santa, la Vigilia Pascual, la resurrección de Cristo. Estamos en el corazón de la fe.
Vana sería la muerte de Jesús el Viernes Santo si no se hubiera cumplido su resurrección. Como el pueblo de Israel, que caminó cuarenta años desde la esclavitud hasta la liberación, desde Egipto a la tierra prometida, los cristianos hemos recorrido nuestro particular desierto en la Cuaresma y hoy tenemos la esperanza de resucitar con Cristo, de ser personas nuevas y convertidas, apoyados en Cristo.
Hoy rememoramos y vivimos el gran acontecimiento de la Historia: ¡Cristo resucitó y vive entre nosotros! Junto al nacimiento de Jesús, creo que no hay otro hecho histórico más reseñable. Recuerdo mis años de crisis de fe: me era imposible creer en un Cristo resucitado. Hasta que no experimenté yo mismo esa resurrección en mi propia vida no superé aquel tiempo de duda. Y entonces pude proclamar, en medio de un pueblo, la Iglesia, esa resurrección que era vida y bendición para todo el mundo.
En este día ansiamos que llegue la Vigilia Pascual, anhelada. Cristo resucita y nos regala su Luz y renovamos las promesas de nuestro bautismo, que empezó como una semilla a convertirnos a todos los cristianos en sacerdotes, profetas y reyes: nuestra triple misión. Cristianos de todas las edades, de todas las situaciones sociales, reunidos en torno a la riquísima Palabra de Dios que en la Vigilia se nos ofrece como un verdadero banquete. Estaremos de todas las generaciones, desde los más pequeños hasta los más ancianos. Algunos de los recién nacidos se convertirán en hijos adoptivos de Dios por el bautismo que recibirán en la noche bautismal por excelencia. Y los niños de edades más tempranas preguntarán: ¿Por qué esta noche es diferente? ¿Por qué estamos levantados a estas horas? ¿Qué celebramos que nos hemos arreglado tanto? Noche para mostrar la pedagogía amorosa de Dios con su pueblo en todas las generaciones. Noche en la que la Iglesia da respuesta a las preguntas de los niños pero también de los adultos. Sólo se precisa la humildad, para que, como María, aceptemos la intervención de Dios en nuestras vidas.
Es la noche en la que podemos entender y aceptar nuestra historia, contemplando las trayectorias del pueblo hebreo y del pueblo cristiano. Los textos de la Palabra de Dios, tan abundantes y expresivos, culminarán en este evangelio de san Marcos. Como a las santas mujeres, hoy se nos proclama una Buena Noticia: “No tengáis miedo”, Cristo ha resucitado. ¿Dónde buscamos a Cristo? El camina delante de nosotros, con nosotros, y con su resurrección nos convierte en personas renacidas, iluminadas dispuestas a compartir los frutos del bautismo que renovamos como un gran don en la Vigilia Pascual.
Este evangelio es una invitación a quitar todas las “losas” que nos aplastan en nuestra vida y a vivir en la libertad y la gracia de los hijos de Dios. En la resurrección Pascual podemos experimentar el poder de Dios para iniciar una nueva vida y sepultar todos nuestros sufrimientos y pecados. Como se canta en el Pregón Pascual, ¡qué feliz culpa que mereció tan grande Redentor! Cristo resucita y con su resurrección nos libera de nuestras tribulaciones. Hoy, como Jesús sale del sepulcro, también nosotros tenemos la posibilidad de abandonar nuestra fosa e iniciar una vida nueva con Jesús.
Esta es la noche de la alegría, de la esperanza. Contemplamos cómo todo un pueblo exulta porque ve rotas las cadenas que nos tenían maniatados, las barreras que nos separaban del otro, las tristezas que nos hundían en la duda y en la melancolía… ¡Vivamos este regalo!, el mayor don que podemos descubrir en la vida: Cristo ha muerto y resucitado por nosotros para experimentar que es posible caminar fiados de la promesa de la resurrección, que en esta noche podemos vivir como una cariñosa alianza del Señor. Y es la noche además en la que la Iglesia nos da todos sus bienes: las liturgias de la Luz y del Agua, Palabra de Dios abundante, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, su Paz, la experiencia de vivir la fe en medio de un pueblo que es liberado de su esclavitud…¿Cómo no comunicar todas estas gracias a las personas que viven a nuestro lado? ¡Cristo ha resucitado y nos trae el gozo y la alegría!