En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo: «Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (San Lucas 21, 1-4).
COMENTARIO
Y no solo “en aquel tiempo”. Si Jesucristo estuviese hoy en cualquiera de nuestros templos observando la ofrenda de cada uno, a bien seguro que también habría dicho: “En verdad os digo que esa viuda pobre ha echado más que todos…” y no meramente por el valor relativo de dar de lo que sobra o compartir lo necesario, sino cuantitativamente: contante y sonante. Hoy las dos monedillas serían la limosna resultante de aquellos que hacen el esfuerzo de, literalmente hablando, rascarse el bolsillo. “Cepillo” le llamamos. Y el cepillo lo más que se lleva es el polvillo, la pelusa, la caspa… Así suele ser nuestra generosidad, casposa. A veces, hasta me creo el chiste malo de aquel que era tan tacaño que cuando veía la misa por televisión, a la hora de la colecta hacía “zapping”.
Los pobres suelen ser mucho más espléndidos. Y no me refiero a la dialéctica maniquea ricos contra pobres. Los de corazón manso, los menesterosos de espíritu, los que no tienen derechos adquiridos ante Dios y agradecen hasta el aire que respiran, esos son más dadivosos. Un par de capítulos antes del relato de hoy (Lc. 19); el evangelista también nos presenta a Jesús, alzando los ojos y fijándose en un pobre, tan pobre que tan solo tenía dinero: Zaqueo. El encuentro con el Señor le invita al desprendimiento; pero sin alardes, en su casa, en lo secreto. También la viuda quiere pasar desapercibida.
Normalmente, el que da quiere que se note que da, y que conste. Ahora que, como “el Almendro”, los “telemaratones” vuelven a casa por Navidad, nos vamos a deleitar con los magnánimos y solidarios donantes de cifras de muchos ceros, en “prime time”, pero con bastantes menos de lo que costaría un “spot” publicitario, que aparte de ser caros, nadie ve porque se aprovecha para ir al servicio.
Igualito que los ricos del evangelio, que además presumían de lo bien que les estaba quedando el templo y sus exvotos gracias a sus pingües donativos (Cf. Lc. 21, 5). Pues bien, de eso “no quedará piedra sobre piedra” profetizó Jesús ese mismo día y en ese mismo lugar. Dicen los entendidos que lo único que permanece en pie tras la destrucción del templo en el año 70 (el muro de las lamentaciones) fue lo que se construyó con la ofrenda de los pobres (o sea, con el óbolo de la viuda). Fundamentan tal afirmación porque las piedras no tienen inscripciones. Los pudientes quisieron dejar su sello, pero hoy no sabemos quiénes son. De la viuda, al igual que de la pródiga mujer de la unción de Betania que derrochó el perfume carísimo con el que se podía haber socorrido a los pobres; donde quiera que se predique el Evangelio, se recordará lo que han hecho (Cf. Mt. 26, 13)
Cantamos en algunas celebraciones litúrgicas: “Cuando el pobre nada tiene y aun reparte… va Dios mismo en su mismo caminar”. Porque Dios es así, como la viuda. O la viuda como Dios: No se ha reservado nada para sí. Siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. (Cf. 2Cor. 8, 9). Ha hecho de nosotros su Templo y ha ofrecido en él su tesoro más preciado: Su Único Hijo.
La ofrenda de los pobres permanece para siempre.