“Cuando se marcharon los Magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo». …Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño». Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo dicho por medio de los profetas, que se llamaría nazareno (San Mateo 2, 13-5.19-23).
COMENTARIO
El amor entrañable de José florece al llamarlo Dios con su ángel del sueño. Obediencia inmediata encontró su “encargo”, que sólo podía hacerse a persona de mucha confianza, adornándolo con valentía y obediencia preparadas para él desde todos los siglos. No era solo ir o venir de Egipto, que eso podía hacerlo cualquiera, sino “tomar consigo al niño y a su madre”.
Se lo pidió sin preguntarle siquiera, y eso nos da la medida de la confianza extraordinaria que tenía Dios en él, que respondió actuando. Pocos sabían quiénes eran el Niño y su Madre, y en los sueños del “hijo de David” no estaba huir de nada ni nadie, pero escuchó y cumplió.
Las alegrías de su Navidad, llenando Belén de ángeles cantando y pastores contando, de Magos del Oriente, adorando y regalando, acabaron pronto y quedó sólo la esencia: tomar consigo al Niño y a su Madre y tenerlos ya siempre donde tuviese que ir. Aunque fuese de noche y huyendo de un loco en el turno del poder, a él le pareció que empezaba a revivir el cosmos, porque todo era nuevo con el Creador, junto con la mejor tutela que existe para el hombre, María. Es toda la síntesis de la vida espiritual: unirse con el Niño, su Madre y José, y no apartarse nunca más de ellos.
Los huecos del relato los rellena Mateo con los sueños, los viajes en la intimidad de una carreta, y el Ángel… Todo parece sostener la esencia de José en su vivencia de la Navidad: “…Toma contigo al Niño y a su Madre…”, la vida de Dios entre los hombres estaba en tus manos. Y conoció José lo que significa ser cristiano, llevar consigo a todas partes y de todas formas, la esencia del amor y la humildad poderosa para siempre. Tan en serio se lo tomó José, que como nosotros a veces, “tuvo miedo” de que pudiera fracasar aquella inmensidad que ponía el que hace ser todas las cosas, Yahvé, en sus encallecidas manos. Y en vez de quedarse en Judea como un buen carpintero e Hijo de David, que ya era mucho, dice Mateo que se fue a Nazaret de Galilea donde se mezcló con los gentiles, la gente que solo era gente, y se medía por su servicio.
Es llamativa la figura de S. Mateo, el apóstol publicano. Un pintor captó la instantánea mágica de su llamada: un bellísimo Jesús entró en la casa de tributos y señaló con el dedo a uno de los cobradores sentado en una mesa. ¡Mateo lo dejó todo y se fue con Él! Como José.
Su forma de narrar es sobria, lacónica casi, pero en cambio se recrea en alargar los discursos de Jesús. Es el evangelista de José, único que menciona a los Reyes Magos y el episodio de la huida a Egipto. “El hombre de los sueños” y el silencio, escogido por Dios, que no dijo ni “fiat” como María. Campeón del silencio creyente, nunca vacila, no tiene planes personales ni intereses propios. A las órdenes de Dios siempre, se deja moldear por Él, sin un “pero”, sin un pretexto. No emite juicios, simplemente acompaña en silencio, aunque a cada paso se tropiece con lo inexplicable. No se nota su presencia, nada de posesión ni de dominio. Quizás por eso apenas se le ve en las representaciones pictóricas, escondido o desdibujado con frecuencia.
Tres veces habla el ángel a José en sueños en el relato. Son órdenes, no hay opción. En dos ocasiones, usando la misma estructura gramatical: “Levántate, coge, huye… “Levántate, coge, vuélvete”. Y en la última, le pide que se dirija a Nazaret (Galilea) y no a Judea. ¡Qué desconocido el mundo de los sueños! Habría que analizar el valor religioso de la duermevela, como espacio raro e inusual donde Dios tantas veces se manifiesta.
¡Huir de noche!, como los malhechores, para escapar de la muerte con la Vida. ¿Cruz tan pronto? ¿Apenas acaba de nacer en un establo prestado, y ya el mundo le organiza una persecución? El ángel no aclara a José por cuánto tiempo será el exilio, ni la duración del viaje, porque no está en nosotros saber la permanencia de un dolor físico o del alma ni el peso de la cruz. “…Hasta que yo te diga”.
María acepta también con Él la urgente orden. Fundidos en la fe, amontonan sus escasas pertenencias y salen asustados, (¡porque José y María tuvieron miedo!), hacia un lugar desconocido con un objetivo único: conservar el Divino Tesoro que salva al mundo. En aquella odisea larga y angustiosa, José soportó el cansancio de la responsabilidad además del físico, procurando siempre no inquietar a María más de lo necesario.
Admirable el dolor silencioso de María que se convierte en protectora de todos los que han huido durante siglos, emigrantes y refugiados. No siempre huir es de cobardes. Lanzarse a lo desconocido confiando solo en Dios, ¡claro que cuesta! Pero tiene premio seguro. Él siempre acoge.