«En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”». (Mt 11, 25-27)
Agradecer, agradecer, agradecer… he aquí la correcta actitud ante la vida. San Bernardo, al decir a sus monjes que la ingratitud es el más horrendo de los pecados, quizás estaba apuntando la dureza de los corazones soberbios, incapaces de agradecer, carentes de raíces nobles. Si la ingratitud es lo peor, la Eucaristía debe ser lo mejor que tenemos en esta vida, puesto que es la acción de gracias más divina y solemne, opuesta a toda forma de altanería y malsana elevación. Satanás no supo agradecer y se disolvió en una perpetua existencia de resentimiento y odio. No agradecer es empezar a perecer.
Jesucristo en el evangelio se queja de la falta de agradecimiento de los leprosos curados: ¿Dónde están…? Tanto bien recibido de Dios y muy poco amor devuelto eucarísticamente. El amor eucarístico sana de raíz todo rebrote de malignidad; es amor que “panifica” la propia vida, haciéndola apta para la digestión del prójimo. Suelo decir en tandas de Ejercicios espirituales que dar fruto será ser fruta, alimento agradable para los que conviven con nosotros.
El evangelio de hoy dice que Cristo exclamó. Verbo este que responde al original griego “apokrino”, que significa contestar, responder, dar respuesta, dar o comunicar una razón o decisión. Nos preguntamos que a quién está respondiendo el Señor en este caso, cuál es ese interlocutor imaginario. Quizás no resulte un abuso ensayar lo siguiente: dada su significación, el verbo indicado escondería esa intimidad escondida del Maestro con su Padre. El Hijo estaría respondiendo al Padre a impulsos de un amor agradecido que mana a borbotones. Esa oración continua brota al exterior en gritos de júbilos y gloria. Alabanza pública de un amor secreto. En el calvario se abre el costado de Cristo, se abre la intimidad del templo y brota el amor eclesial. Cristo en ininterrumpida comunicación con el Padre hace resonar ecos eucarísticos: ¡¡Gracias Padre por ser como eres, por ser tan bueno!! Es el Hijo que está respondiendo, agradeciendo. Es diálogo de amor florecido, manifestado, ofrecido. Cristo cuando habla, reza. Su corazón esta llenito de gracia y unción sacerdotal.
Este evangelio, en sus últimas líneas nos habla de la intimidad del Cristo con el alma fiel. Esta es la depositaria de los secretos paternos. El Señor es puente sacerdotal por el que circulan plegarias, mensajes, agradecimientos… Todo en intimidad divina. “Cuando vayas a rezar entra en tu aposento y tu Padre que ve en lo escondido te recompensará”. El Hijo es ese escondimiento, ese anonadamiento donde el Padre me ama. Es la persona divina que gusta de esconderse para manifestar así a los hombres la gloria del Padre.
Aquí está Jesucristo respondiendo al Padre, enseñándonos a “eucaristizar” nuestras vidas y a responder a ese diálogo continuo que debemos tener con Dios. Responder con firmeza a la Voluntad divina. Agradecer y responder, sí, las dos cosas, para no llevarnos a místicos engaños. Respuesta agradecida y agradecimiento que nos lleve a dar respuestas eficaces al parecer de Dios. “Sí, Padre, así te ha parecido mejor”.
Con todo, si prestamos un poco de más atención vemos que el “te doy gracias” del texto es una traducción del griego “exomologeo”, que no significa exactamente dar gracias sino algo más profundo aún, que no excluye esta noble y necesaria acción. Es entender el agradecimiento desde su profundidad. Literalmente significa: consentir, prometer, confesar, dar alabanza, alabar. Esto da plenitud de sentido al contenido. Cuando Cristo se pone a bendecir a su Padre lo hace reconociendo su majestad, gozándose de su grandeza, agradeciendo su hermosura, fundiendo su voluntad con la de Él. Hijo y Padre están en perfecto acuerdo y por ello hay alabanza, agradecimiento. El te doy gracias no es por tanto un mero acto social sino existencial. Cuando Cristo bendice, reconoce, confiesa, y cuando confiesa agradece y cuando agradece está renovando su unión con su Padre. Es una acción de gracias repleta de vida, de verdad, auténtica. No existen en Cristo distinción entre la acción de gracias verbal y la existencial. Con su amor a la voluntad del Padre da fuerza y autenticidad al agradecimiento verbal. No hay disonancias. Jesús, modelo y feliz tarea para nosotros. Hay que ser muy humildes para reconocer al Dios humilde que se nos da a sí mismo.
Gracias, sencillez y divina intimidad. Las tres enlazadas forman al santo, es decir, el responder con sencillez y desde el interior a la voluntad de Dios. El humilde sabe agradecer, y roba el corazón a Dios. Él es para los sencillos, a los ricos los despide vacíos. Es la debilidad de Dios por los débiles, por los que aún no hablan dada su pequeñez, por los infelices. Ha mirado la humillación de su esclava. La sencillez, la acción de gracias y la intimidad se dan cita en el Corazón de Cristo. Allí aprende uno lo que es aprender. Sabiduría práctica del Verbo, que da paz, suavidad, ligereza. Los sabios y entendidos de los que habla el Señor ni saben ni entienden de Dios. Son la lista de innumerables ignorantes de corazón soberbio y son los sabios según el mundo (médicos, arquitectos, ingenieros, físicos, jueces, literatos…) que no dan cabida a la celestial Luz. No solo es orgullo humano, es también misterioso plan de Dios.
Francisco Lerdo de Tejada