«Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando. Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron. Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando a una finca. También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron. Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: “ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”». (Mc 16,9-15)
Es una constante, antes, durante y después de la Pascua. Jesús siempre sorprendente, Jesús siempre imprevisible, siempre descolocando. Antes de su pasión, hechos y frases lapidarias: come con pecadores, los últimos serán los primeros, “amad a vuestros enemigos”… Y si nos fijamos en sus apóstoles, ¡menudo “casting”!: hombres rudos como Pedro, publicanos como Mateo, sicarios como el Celotes, interesados como los Zebedeos, y hasta ladrones y traidores como Judas.
Imprevisible y desconcertante durante su pasión: primer santo canonizado: un bandido. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”; ¿Qué no sabían lo que hacían? ¿Quién? ¿Caifás?, ¿Pilato?, ¿Judas?, ¿Pedro?… Y si nos fijamos en los apóstoles, ¡menudo “casting”!: ¡Pies!, ¿para qué os quiero…?
Pero para sorprendentemente imprevisible, los pasajes de la Resurrección. ¡Los apóstoles; menudo “casting”! ¡Vaya panda de incrédulos! Los Once en general, Tomás en particular y hasta cuando se les manifiesta de manera más evidente, creen ver un fantasma.
Sin embargo, aquí sí que los justifico. Lo que hace que una noticia deje de ser noticia es su falta de novedad (lógico y redundante). Lo que hace que un Evangelio deje de ser “Buena Noticia” es quitarle la novedad (guión aprendido del que me sé el final). Pero hagamos el esfuerzo de ponernos en el tiempo y lugar de los hechos.
La primera osadía del Resucitado es aparecerse a María Magdalena; el testimonio de las mujeres era inválido, luego la primer testigo no podía ser testigo. Además “de quien había echado siete demonios”, lo que daría que pensar que “quien tuvo, retuvo…” y que volvía a sus locuras. Porque, en fin, ¿cómo no iban a creerla si todos sabemos que lo más normal del mundo es que a un amigo o ser querido que acabamos de enterrar nos lo encontremos así, de repente, por la calle?
La segunda osadía del Resucitado es aparecerse a los caminantes (probablemente los de Emaús), con “figura de otro”. ¿Era Él o uno que se le parecía? ¿Cómo no creerles? Si el que los muertos que resucitan cambian de aspecto, eso lo sabe hasta Michael Jackson.
Pero el colmo de las osadías viene ahora, con los apóstoles, ¡menudo “casting”!: “Muchachos, ¿cómo podéis ser tan incrédulos? Os habéis portado mal, y merecéis un tirón de orejas, así que os voy a poner un castigo: ¿Conque no os creéis que he vencido a la muerte?, pues me lo vais a anunciar cien veces, ¿qué cien veces? ¡Al mundo entero! ¡A toda la creación!
Y desde entonces, nuestra fe se cimenta en la Fe de los discípulos, no en la fe de Magdalena, no en la fe de los de Emaús. Es a ellos, a los apóstoles (menudo “casting”) a quienes Cristo confía la responsabilidad de la misión.
Y desde entonces, todo aquel que proclama el Evangelio es consciente de ser portador de un mensaje que no le pertenece, y que ha de ser sostenido por la fuerza de Otro, y que si deja de apoyarse en esa fuerza vuelve a la traición o la incredulidad. El misionero proclama el Evangelio no por ser el mejor o el más inteligente; sino por ser consciente de ser un pecador perdonado y un incrédulo que ha sido liberado de su incredulidad. O sea, testigo de la Resurrección.
¡Feliz Pascua a todos!
Pablo Morata