«Abrahán engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés a Esrón, Esrón a Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed a Jesé, Jesé engendró a David, el rey. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón a Roboam, Roboam a Abías, Abías a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatán, Joatán a Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amós, Amós a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia. Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorobabel a Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquim, Aquim a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Mesías, catorce». (Mt 1,1-17)
“Quien pone su mano en el arado y sigue mira hacia atrás, es a propósito para el reino de Dios” (Lc 9,62) Toda conversión nos induce a vivir aquello de “borrón y cuenta nueva”, a pensar que el borroso pasado ya no debe tener eficacia sobre nosotros. Todos tenemos en mente el episodio de la mujer de Lot (Gn 19,26): llovía sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego; y por mirar atrás esta mujer quedó en sal, entre tanta destrucción y ceniza. Es el mismo Señor quien amonesta por medio del profeta a no recordar lo de antaño, a no pensar en lo antiguo sino en la novedad de gracia (Is 43,18). Psicológicamente, incluso, no parece demasiado saludable bajar a las cloacas de nuestra vida, hurgando miserias y antiguos despropósitos. Con todo, San Ignacio de Loyola y los grandes maestros de espiritualidad aconsejan descender, de la mano de Dios, a nuestro pecado y meditarlo a cuenta gotas para comprender y favorecer un cambio, una auténtica renovación.
No todo lo antiguo ha de olvidarse. Muy al contrario; en el pasado podemos encontrar nuestro hogar, nuestras raíces. La Historia siempre es maestra de la vida, trampolín de nuevas aventuras. “Yo soy el alfa y el omega, dice el Señor, el que es, y que era, y que viene, el Omnipotente” (Ap 1,8). Dios nos espera tanto en el pasado como en el presente como en el futuro; un Dios “en siempre”, que ama siempre, que es siempre: “Antes de que se engendraran los montes y de que naciesen tierra y orbe, Dios eres por siempre… Mil años en tu presencia son como un ayer que pasó, una vela nocturna” (Sal 89). Una vivencia plena de lo que es el tiempo y una conciencia de haber faltado al Señor hizo exclamar a san Agustín: “Tarde te amé hermosura siempre antigua y siempre nueva”.
El “antes” es fundamento del “después”; es condición de posibilidad del mismo. La cuestión es saber gestionar ese “antes”, no manipularlo ni convertirlo en un trasunto cenizo, pesimista, sino usarlo como un espacio de amor donde puedo sacar más amor. El libro de Tim Guenard (“Más fuerte que el odio”) es muy ilustrativo en este sentido. Resulta llamativo que en numerosos casos los más grandes santos de la Iglesia han sido muy pecadores en sus tiempos remotos. Cual altos edificios de enormes cimientos, supieron vencer lo invencible vivido y renacer de sus escombros en identidad de Ave Fénix.
Acerquémonos así a la genealogía de Jesucristo, con aires de reforma, con entusiasmo de vuelo, con espíritu de santidad real, no platónica. Lo grande no suele nacer por generación espontánea, es fruto de una larga preparación. El Mesías no escapa a esta “cuasi ley”.
Pero no se trata simplemente de acudir a la Historia para mejorar el presente, sino de gustar la foto de familia, contemplar lo real antiguo, buscar ese Alfa que me sostiene y que constituye mi porvenir, mi gloria celeste, mi Omega: “como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío, tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 41). Buscar mi fuente, mi foto originaria, mi raíz de amor.
Las dos primeras palabras del evangelio de san Mateo son “Biblos geneseos”, liber generationis Iesu Christi. La humildad del Verbo le lleva a enredarse en verbos de artificios literarios e históricos. Verbo y biblia, Verbo y verbo, Verbo e Historia. Allí está él, en el origen: “en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios” (Jn 1). El Verbo atemporal, eterno, entra en un devenir histórico, sin abandonar su entraña eterna. El amor le hace descender en compromiso de sangre. Jesucristo por amor acepta tener un pasado, tener padres, abuelos, tatarabuelos…, tener un pariente muy lejano llamado Adán.
Es esta la primera enseñanza que podemos entrever de la genealogía del Señor: la Encarnación real con todas sus consecuencias, muy distinta de la encarnación imaginaria, fantasmagórica, gnóstica. ¡Ya tiene historia el Hijo de Dios! ¡Es uno de los nuestros, Enmanuel de carne y hueso.
Se observa también que la sangre de Adán corre por la del Enviado, el Hijo de David. Este contacto entre los dos chorros de sangre, la de Adán y la de Cristo hace que la primera quede purificada por la segunda. El plasma sanguíneo del Verbo resulta ser agua sagrada que limpia y da Vida. Sangre purificadora, agua dulce de Divinidad. El Señor no tiene reparos en asumir la desgraciada suerte de sus antepasados y “antepesados”, no se desentiende de ellos. El amor vence la desconfianza.
En la genealogía de Cristo hay prostitutas, asesinos, pecadores… Realmente es uno más, “acampó entre nosotros” (Jn 1). En el plan del Padre ya entra que su Hijo sea como nosotros menos en el pecado (Heb 4,15). Ya en el designio eterno de Dios hay amor y amor de semejanza como nos recordaría Santo Tomás de Aquino. El hombre hecho a imagen y semejanza de Dios y el cristiano “rehecho a imagen y semejanza” de Cristo. Nosotros debemos acoger a todos sin excepción, porque Cristo, ya antes de nacer estaba amando, y él es nuestro modelo, nuestro Señor, nuestro Dios y nuestra vida.
Ver con amor las cosas, todo, incluido lo que fue, es sacar más amor donde no lo hay. Así todo es precioso: la historia de Abrahán, nuestro padre en la fe, los patriarcas, los reyes… José, María. Solo el amor hacer milagros de unión, enlaces de familia: “habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerá juntos el becerro y león, y un niño pequeño los pastoreará. La vaca pacerá con la osa, y las crías de ambas se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja. El niño jugará junto a la hura del áspid… No habrá ya más daño ni destrucción en todo mi monte santo, porque estará llena la tierra del conocimiento de Dios, como llenan las aguas el mar” (Is 11,6-9).
Francisco Lerdo de Tejada