«En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: “Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios. Les contestó Jesús: “¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo”». (Jn 16,29-33)
Estamos en tiempo de despedidas. Se acerca el momento de la prueba y Jesús advierte a sus discípulos de la dureza de la misma, tanta que todos ellos se dispersarán cada cual por su lado y a él le dejarán solo. Humanamente, Jesús se va a ver abandonado por todos sus amigos, sin embargo, él sabe que no está solo porque el Padre siempre está con él. En esta seguridad va a afrontar el duro tránsito que le aguarda. Pero Jesús no piensa ahora en sí mismo, sino que con afecto maternal se dirige a sus discípulos para advertirles y confortarlos en la prueba que también les atañe a ellos y en las que deberán enfrentar en el futuro.
“Os he hablado de esto —les dice— para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo”. Al igual que Cristo, el cristiano va a enfrentar oposición, contradicción y persecución por parte del mundo, porque “no es el discípulo más que el Maestro, sino que le basta ser como el Maestro”; por tanto, como otro Cristo, deberá enfrentar las mismas dificultades de su Maestro. Jesús no engaña ni edulcora su doctrina, habla en la verdad, la que nos hace libres para poder parecernos en todo a Él y compartir con Él el oprobio del mundo. Anunciando las luchas que aguardan a sus discípulos les conforta y les concede la categoría de hijos, pues ¿qué hijo no es corregido por su padre para que pueda crecer en la verdad.
Pero en medio de estas luchas el cristiano encuentra la paz en Cristo. Él, ciertamente, padeció persecución y pasó por la cruz, pero aquel fue el camino de la Resurrección; del mismo modo, el cristiano que entra libremente con Cristo en el padecer y en la cruz conocerá, como Él, la victoria sobre la muerte y hallará la paz. Es la misma paz que el Cristo resucitado concede a sus discípulos la tarde misma de la Resurrección, una paz inquebrantable que nada ni nadie podrá arrebatar, porque nada hay ni en lo alto del cielo ni en la tierra ni en los abismos que pueda apartarnos del amor de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús.
Luchas habrá siempre, ya que el combate entre la mujer y el dragón se prolongará desde el inicio de la historia hasta su consumación. Se trata de una lucha tremenda que sufre cada generación con el mismo enemigo, aunque adopte diversas formas. Será siempre la persecución del dragón, la antigua serpiente, contra la mujer, sirviéndose de las bestias de turno: realidades humanas, al servicio del demonio, que pretenden ocupar el lugar que solo corresponde a Dios. Ayer tenía otro nombre, hoy se nos presenta en forma de dictadura del relativismo que pretende imponer el pensamiento único, despojando de sus derechos a quien ose oponerse a sus propósitos. Parece que su poder es omnímodo y que nada se puede contra ella, pero se trata únicamente de realidades humanas y, como todo lo humano, inconsistentes. Por ello, no puede perdurar, aunque su mal alcanza a muchos. Pero, a pesar de su tremenda apariencia, la lucha no tiene color, ya que ya ha sido decidida y la victoria es de Cristo. Por ello anima a sus discípulos: luchas tendréis, pero “ánimo, yo he vencido al mundo”. Esta victoria fue lograda al modo de Cristo: destruyó la muerte entrando en ella. De modo semejante se nos anuncia a nosotros la victoria: vencemos porque con Él entramos voluntariamente en la muerte, para ser con Él resucitados de la muerte. Esta es nuestra batalla, esta es nuestra gloria, que lo que se ha dado en Cristo, Cabeza de la Iglesia, se dé también en nosotros, los miembros de su cuerpo, para que el Cristo completo obtenga también la victoria de aquel que encabezó nuestra lucha y la ganó por nosotros.
Ramón Domínguez