«En aquel tiempo, dijo Pedro a Jesús: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?”. Jesús les dijo: “Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna”». (Mt 19,27-29)
Celebramos en esta fecha la fiesta de san Benito, patrono de Europa. Por ello el evangelio de hoy en los países europeos es diferente al de los restantes continentes. El evangelio de san Mateo nos invita a abandonar todo en nombre de Jesús.
En versículos anteriores Jesús había enseñado al joven rico que si quería ser perfecto vendiese todos sus bienes y repartiese el dinero obtenido a los pobres, y que después le siguiese. Pero al escuchar esta condición, el joven se marchó, triste “porque tenía muchos bienes”.
Muy pronto surge la afirmación y posterior pregunta de Pedro: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?” En el fondo, latía en su pregunta la misma certeza que en muchos de nosotros, cristianos del siglo XXI, también seguidores de Jesús: Dios nos ha elegido y hemos respondido positivamente a su llamada; somos un poco cristianos de primera división y, consiguientemente, nos merecemos mucho. Y sin embargo somos plenamente conscientes de que el seguir a Jesús no exime de sufrimientos, de la cruz, y a veces incluso entramos en un verdadero combate con el Señor, preguntándole por qué, si nos ama, se producen tantos desgarros en nuestra vida personal o familiar.
Seguir a Jesús significa tomar nuestra cruz, aceptar su voluntad, ponernos en sus brazos y reconocer que, incluso con nuestra libertad, Él dirige nuestra historia. Pero desea ese seguimiento de una forma radical: quiere que Él sea lo primero en nuestra vida. Y esta es la experiencia de todas las personas que realmente abandonan todo por su nombre, por su causa: generalmente nos sorprende comprobar la alegría de quienes dedican su vida al Evangelio, a la misión de extender por el mundo la Buena Noticia del amor de Dios.
Jesús ofrece a Pedro una respuesta que es simbólica: “…cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel”. Claro que hay una recompensa, pero no por mérito nuestro: efectivamente, hemos aceptado seguir a Jesús y, por seguirle, nos promete estar con Él en la otra vida. Dios, en su misericordioso amor, nos ha dado su gracia, su fuerza, su sabiduría para seguirle y anunciar el Evangelio, y nosotros nos convertimos en instrumento de su iniciativa, dando, como María, nuestro sí y ofreciendo, desde nuestra pobreza, nuestra actitud de servicio al Señor y a los hombres.
Y anuncia una grandísima recompensa a todos quienes siguen a Jesús, a quien abandona todo por amor a Jesús: “El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.” . Es decir, en esta vida recibiremos, cuando el Señor quiera, el ciento por uno; y en el futuro, la vida eterna. Esta es la impresionante y doble promesa que nos hace el Señor en estos breves versículos.
Podemos, como el joven rico, tener su misma tentación. Tal vez no somos ricos, pero tenemos tantas seguridades que nos da miedo escuchar la llamada de Jesús. Pero esta es la clave diferenciadora del cristiano que se siente amado y llamado por Dios. Nos basta su gracia, es suficiente reconocernos pobres vasijas de barro que el Señor convierte en instrumentos de la misión. Nuestros pecados, nuestro cansancio, nuestra debilidad, nuestras infidelidades… todo lo conoce Cristo, que nos invita a seguirle con nuestra realidad. Él no defrauda, y como a sus primeros apóstoles, nos envía el Espíritu Santo para que podamos caminar fiados, como Abraham, de esta promesa que hoy nos reitera.
A pesar del calor del verano, Cristo nos sigue llamando a evangelizar Europa y el mundo. Tal vez en humildad, en nuestro trabajo, en nuestro barrio; o tal vez enviados a tierras más lejanas…
Juan Sánchez Sánchez