«Un sábado, Jesús atravesaba un sembrado; sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano. Unos fariseos les preguntaron: “¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?”. Jesús les replicó: “¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios, tomó los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y les dio a sus compañeros”. Y añadió: “El Hijo del hombre es señor del sábado”». (Lc 6,1-5)
El sábado es una de las instituciones más importantes de la espiritualidad tanto judía como cristiana. Una espiritualidad a la que Cristo llevará a su correcta implicación, como vemos en el evangelio de este día.
Sábado viene de Shabbat que significa sosiego, reposo, descanso. Según la tradición judía Dios entró en el Shabbat al concluir los trabajos de la creación. El último de ellos fue la creación del hombre, permitiéndole a este el poder contemplar la obra del Señor para alabarle y entrar con Él en el descanso. Junto con la creación, Dios ha realizado otra obra grandiosa a favor del hombre: la liberación de la esclavitud de Egipto, cuyo propósito es el de establecer una alianza con Israel e introducir al pueblo de Dios en el descanso.
Israel vive este tiempo de descanso como un momento sagrado en el que el hombre cesa toda actividad para centrarse en la contemplación de las maravillas que Dios ha realizado, para cantar sus alabanzas y participar del reposo y la serenidad de Dios. Se trata de un signo fundamental que el pueblo de Dios presenta en medio de un mundo que se muestra incapaz de entrar en el descanso. En efecto, el hombre cuando se aleja de Dios no encuentra reposo, puesto que habiéndose quedado solo ha de procurar ganar su sustento con fatiga y preocupación. Siempre ha sido así, pero esta situación se muestra con toda claridad en nuestro mundo moderno, que se fatiga constantemente por vivir y ser feliz; pero dado que esta felicidad se la ha de buscar por su cuenta, no tiene tiempo para el descanso, ni físico ni psicológico. Ha de trabajar todos los días para acumular, y vive en constante tensión.
Por esa razón, la institución del shabbat es esencial, puesto que le está recordando al hombre que la vida le viene no de su esfuerzo sino como un don de Dios; que Él no nos ha creado para la inquietud sino para participar de su ser y de su serenidad.
Sin embargo, el antiguo y el nuevo Israel, no han entendido el sentido del shabbat. Quedándose en la superficie, lo han reducido a la mera dejación de ciertas actividades externas, olvidando el sentido profundamente antropológico que tiene. Es precisamente lo que critica Jesús, enfrentando los reproches de los fariseos a sus discípulos. El Shabbat se había convertido en una mera disciplina impuesta desde el exterior sin tener en cuenta las actitudes profundamente humanas que conlleva.
Con todo, el pueblo de Israel no ha podido entrar nunca en el descanso puesto que siempre se ha visto rodeado de enemigos, puesto que el descanso implica verse libre de toda inquietud. Por esa razón, el verdadero descanso puede llegar al hombre después de la Pascua de Cristo, ya que en ella ha sido vencido el último enemigo que queda al hombre: la muerte. Por esa razón el verdadero shabbat empieza con la muerte y resurrección de Cristo. Serán las primeras palabras del Resucitado a sus apóstoles: Shalom. Lo que viene a decir: ya podéis descansar, yo he vencido a la muerte. De este modo, únicamente el cristiano que está unido a la pascua de Cristo puede entrar en el descanso, como proclama Pablo al gritar “¿Quién me apartará del amor de Cristo?”.
El cristiano sabe que ninguna circunstancia de su vida, por penosa que sea, le puede apartar del amor de Dios, por eso no se turba ni se espanta, sino que confiado se abandona a la voluntad de Dios. Entra en el descanso, no un día a la semana, sino que es su estado permanente, puesto que sabiendo que todo es gracia, deja su cuidado en las manos de Aquel que le ama.
Ramón Domínguez