«A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: “¡No! Se va a llamar Juan”. Le replicaron: “Ninguno de tus parientes se llama así”. Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: “¿Qué va a ser este niño?”. Porque la mano del Señor estaba con él». (Lc 1,57-66)
No tenían hijos porque Isabel era estéril y, además, los dos de edad avanzada —nos relata el Evangelio de Lucas— pero su oración fue escuchada, e Isabel se quedó embarazada, según le había prometido el ángel Gabriel. Como Abrahán y Sara, quienes tampoco tenían hijos y eran ya mayores para concebir. Pero nada hay imposible para Dios, e Isabel dio a luz “cuando se le cumplió el tiempo de parto”.
Dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium que el tiempo es superior al espacio. Nosotros podemos estar viejos y estériles, incapacitados para dar vida aquí y ahora, en este espacio. Mas el tiempo es de Dios, y Él nos ha prometido por boca de sus profetas, de nuestros catequistas, lo mismo que a Abrahán y a Zacarías: “darás a luz un hijo”. Y así será cuando se cumpla el tiempo que Dios tiene previsto. Cuando Dios quiera, como Dios quiera, lo que Dios quiera…, como decía la Madre Maravillas.
Entonces nos felicitarán nuestros parientes, porque el Señor nos ha hecho una gran misericordia, como a Zacarías e Isabel; y se nos soltará la boca y la lengua para bendecir a Dios. Quizás nos preguntemos, como los parientes de Zacarías, ¿qué va a ser de este niño? Pues muy fácil, lo que Dios quiera.
Alegrémonos por haber recibido el anuncio de la Buena Noticia. Alegrémonos también de la gracia de poder anunciarla también a los demás; “dar gratis lo que gratis habéis recibido”. ¡Alegrémonos!, porque como empieza la exhortación apostólica Evangelii Gaudium del Papa Francisco: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”.
Javier Alba