En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo ¡y qué angustia hasta que se cumpla. ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra. (Lucas 12,49-53)
Pensemos qué reacción tendrían los seguidores de Jesús al ver exponer con tanta vehemencia su misión, que no es, claro está, la división, sino ese lanzarse plenamente a cumplir y vivir la Voluntad de Dios; una Voluntad muy amorosa y muy exigente, pues nada más y nada menos que se trata de ir al cielo y de que vayamos muchos, todos. Por eso, el Señor habla del fuego. Este elemento de la naturaleza es empleado que, en la Sagrada Escritura significando el amor ardiente de Dios por los hombres. Así, este pasaje nos revela las ansias salvadoras de Jesús, su afán incontenible de dar su vida por la salvación de los hombres. Ahora bien, ese dar la vida del Señor y también esa entrega de sus discípulos, lleva contradicciones, que Jesús sabe y predice.
No tengamos miedo ni al dolor, ni a la contradicción, ni a la incomprensión cuando en nuestra alma y en nuestra mente esté el afán apostólico, cuando en nuestro fuero interno predomine la rectitud de intención “In Spes, contra Spem! Esperanza siempre. Convenciéndonos una y mil veces que seguir a Cristo y tratar de que otros le sigan, tiene mucho más de esperanza que la complicación y la comodidad. Benedicto XVI ha escrito que las convicciones profundas generan conductas. Por ello, a veces, hay que echar por la borda tantas cosas que nos alejan de lo importante, y que quizás los que nos rodean, pueden no entender; esa es la alusión que en este pasaje señala Jesús “como división”. Más claramente comprendemos su mensaje meditando el punto número 31 de Forja (San Josemaría) que dice así: “¡Oh Jesús…, fortalece nuestras almas, allana el camino y, sobre todo, embriáganos de Amor!: haznos así hogueras vivas, que enciendan la tierra con el divino fuego que Tu trajiste.
Una vez más, y siguiendo también este aspecto al Papa Francisco, llenémonos de esperanza, de esa esperanza, que es una virtud humilde, profunda que nos ayuda a no ahogarnos en las dificultades de la vida, a no perder el deseo de encontrar a Dios y de darlo a conocer.