En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían.
Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.»
Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: «Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?» Pero el viñador contestó: «Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas»» (San Lucas 13, 1-9).
COMENTARIO
El agua cabe en un dedal, un vaso, una botella, una piscina, un río, un mar, un océano. Los hay que prefieren beber en charcas. Algunos quieren la felicidad que cabe en un dedal. Otros aspiran a más y van buscando por los ríos que la vida les ofrece; no aceptan vasitos ni dedales. Se aventuran por sí mismos por caminos que consideran buenos para adquirir gozo. Los menos tienen fe en la felicidad oceánica que Dios les ofrece.
Aquí está todo el negocio, en aceptar la felicidad inmensa e incomparable que el Dios desde los cielos ofrece. Por orgullo y por miedo no se abre el regalo que tiene reserva para cada uno.
En la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) ninguno de los dos hijos sabe ser felices porque consideran al padre como un estorbo para su propia felicidad. El hijo que se marcha no quiere el tipo de felicidad que la casa paterna le ofrece y va buscando por ahí sus felicidades, las que el mundo de pecado le ofrece. El hijo que se queda no acepta la felicidad en general, porque su corazón no le deja disfrutar de la verdad. Los dos tienen problemas de confianza. Uno renuncia a la felicidad de Dios y el otro no se atreve. Orgullo y miedo en ideal casamiento.
El Señor le dice a la samaritana que necesita conocer el agua que Dios ofrece, que no tiene igual con ninguna otra. Y se lo dice en condicional para despertar sed y santa curiosidad: “si conocieras…”. Así habla el Señor, así está hablando a esta samaritana: Si conocieras lo feliz que te puedo hacer dejarías tus depósitos limitados y no dejarías de beber de mi eterna felicidad.
El Señor habla del don del Dios y habla de él mismo despertando el deseo de conocerle. El agua viva que lleva es gracia de salvación verdadera.
Es un agua especial: La da Dios, no procede de cauces ni de manantiales de la tierra. Es un agua que quita la sed del corazón. Es un agua que crea fuentes vivas de perenne felicidad, surtidores de paz y eternidad. Es un agua espiritual que limpia el interior, quita la sed y dilata la capacidad de felicidad. Agua creadora que produce veneros de gozo puro. Es agua con sabor a vida eterna. Agua saltarina, que bulle, que eleva, que clarifica, que alivia la fe.
Es bonito ver cómo el Señor empieza su conversación apostólica de un modo muy natural y sencillo. Está cansado y pide de beber a una samaritana. Empieza hablando de algo natural y empieza pidiendo algo que al parecer carece. El Agua viva está pidiendo agua natural. Y el agua natural es la excusa para presentarse como Agua viva.
Cristo, el don y el agua, quedan asimilados mutuamente de modo que vienen a significar lo mismo. Las gracias que Cristo trae proceden del hontanar de su corazón. Allí nacen los dones para nuestra redención y recreación.
El pozo de Jacob resulta ser símbolo de lo humano y de lo divino. Jacob personaje sacro, elegido por el Señor para presidir una página sacra de las escrituras. No es el pozo de fulanito o menganito. Es un pozo con raíz histórica por ser de Jacob y es un pozo con sabor místico por ser Jacob un elegido bíblico. Es Jacob el que… está allí de algún modo. El pozo hace presente a Jacob y Jacob hace real al pozo aquel. Y los dos constituyen un lugar donde calmar la sed corpórea y la sed espiritual. En Lourdes hay agua material y sí, espiritual a la vez. Lourdes une las dos dimensiones del agua, la material y la otra. Agua que hace presente a la Virgen y Virgen que da vida al agua aquella. Así en el pozo de Jacob se dan cita la historia sagrada y el agua natural, lo natural. Cristo da vida al Antiguo Testamento, a la sombra de Jacob, bebiendo de su agua.
De esta agua bebieron, como dice la mujer samaritana, Jacob, sus hijos y sus ganados. Fue el patriarca el que dio su pozo a la posteridad del Pueblo elegido. “Lo dio”, dice el texto. El antepasado aquel haciendo historia y Cristo abriendo su Historia dándonos esa agua especial de su gracia. También lo dice el texto: “El agua que yo le daré…”.
Dar, verbo precioso, divino. Dar… ese es el verbo de los santos, de todos aquellos que han bebido y beben de esta agua santa. Cuando uno bebe solo quiere dar y dar y… La dádiva de Dios produce nuevos donantes, que a su vez generan otros tantos. Ese es el esencial mecanismo eclesial: la comunicación de los bienes recibidos de lo alto. Amor comunicado. Amor que apaga toda sed. Amor que entendió bien San Agustín, al entender que solo en Dios puede descansar en plenitud el corazón humano.