Alexis de Tocqueville, reconocido como uno de los primeros y grandes demócratas europeos del siglo XIX, luego de ponderar las ventajas de una sociedad en la que todos gozan de libertad para elegir a sus gobernantes, prestó especial énfasis a lo que llamó “Instintos salvajes de la Democracia”, fenómeno que se da y se desarrolla cuando los elegidos, en lugar de velar por los intereses generales, se dejan guiar por la ambición propia o por los espurios intereses de quien puede llegar a dirigirlos como simples marionetas.
Recientemente, en España hemos tenido Elecciones Generales con unos resultados inapelables y buenos o malos según se mire: son los que son y tiempo es de mirar hacia adelante y de procurar que los remedios que se apliquen no sean peores que la enfermedad (la crisis) que hoy está en tratamiento y que, según parece, va mejorando, cuestión ésta a tener en cuenta a la hora de tomar decisiones.
En la situación actual, la cuestión principal es la de dilucidar sobre quien ha de formar el Equipo de Gobierno para los próximos cuatro años: guapo o menos guapo, joven o menos joven, lo que realmente importa es si ofrece o no ofrece confianza y, por supuesto, si “tiene los pies en el suelo”, si no se va “por los cerros de Úbeda” o si, “por hacerse el simpático”, promete lo que él mismo sabe que no puede cumplir.
Claro que en la Campaña, todos y cada uno de ellos hablaron y hablaron, prometieron y prometieron…, pero ya se sabe eso que no tuvo reparo en reconocer el que fue llamado “Viejo Profesor”: “Las promesas electorales se hacen para no cumplirlas”.
Claro que una promesa electoral debiera comprometer al que lo hace y así podemos comprobar que ocurre en algún caso aunque, a decir verdad, en eso de no cumplir las promesas electorales “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Corramos, pues, un tupido velo sobre viejas cuestiones y vayamos al grano: ¿A quién deben votar los diputados como Presidente del deseado Equipo de Gobierno? Al que cuente con suficientes apoyos y que, sobre todo, esos apoyos nazcan de la libertad de conciencia de los que han de votarle.
Esa respuesta es la que dictan la lógica democrática y, sin duda alguna, las esperanzas y los deseos de los ciudadanos de lo común, esos mismos que tienen el derecho a exigir que sus representantes obren en generosidad y libertad constructiva, valores que, precisamente, son muy capaces de superar la actual incertidumbre política, esa misma que, en ningún caso, debiera dar riendas a eso de los “instintos salvajes de la Democracia”.
¿Qué se podría hacer para que los ciudadanos de lo común tuviéramos motivos para agradecer el justo y libre ejercicio de la responsabilidad de sus representantes? Pues eso: que todos y cada uno de los 350 diputados elegidos se olvidaran de la tan usada hueca palabrería y fueran al fondo de la cuestión con elemental libertad y, también, con suficientes dosis de generosidad aunque, para ello, hayan de romper algún viejo esquema que, precisamente, no avala la actual Constitución.
Para el ejercicio de una responsabilidad alimentada por la libertad y la generosidad de los diputados bastaría que, en cuestión tan importante como la elección del Presidente de Gobierno, el voto de todos y cada uno de ellos fuera en conciencia y secreto al estilo de los griegos de la Época Clásica con las famosas piedras blancas o negras, en nuestro caso, unas bolitas que cada diputado llevaría en su bolsillo y luego depositaría en sendas bolsas, una para las blancas y otra para las negras, ambas ocultas en una cabina a la que accederían los diputados uno a uno. O, para no ir tan lejos, un simple papel con un sí o un no a señalar en conciencia y en secreto.
Ya sé que esto tan novedoso, simple y efectivo no va a ocurrir puesto que habrían de ponerse de acuerdo quienes piensan más en los supuestos interés de partido que en el bien general. Por ello a los ciudadanos de a pie nos queda el rezar quedando a la espera de que la solución sea la mejor de las posibles nos sin antes pedirles a todos y cada uno de los señores diputados: vote usted en conciencia aunque para ello tenga que romper el sutil hilo que le liga a su Grupo.
Aunque las cosas son como son, al calor de la libertad y de la generosidad de la que goza o puede gozar todo ser humano, procure usted, señor Representante del Pueblo, no ser manejado una simple marioneta.
Antonio Fernández Benayas