Francisco,
como todo hombre con su vivir,
nos dejó un mensaje quizá irrepetible, como siempre que de hombres se trata.
Todos somos
irrepetibles,
pero en el caso
presente,
mucho más
Caminaba ensimismado en pensamientos lejanos, cuando tuvo la dicha de oír aquel “grito” del Cristo de San Damián: “Francisco, repara mi Iglesia…”
Y Francisco , como un “loco”, debió entender tan bien el mensaje, que se puso de inmediato a reconstruir, a levantar, a edificar lo que se venía abajo.
Iglesia herética la de su época.
Rebeliones en contra de la mala administración, de los bienes comunes, de los cargos eclesiásticos, de la palabra evangélica… ¿Quién se acordaba de que Jesucristo y su doctrina era fuerte, enérgica, poderosa desde el Espíritu, no desde la “carne”…? ¿Quiénes llevaban el mensaje a “cara descubierta” entre los hombres…?
…Y Francisco se “atrevió” a presentarse en Letrán a abordar al Papa y a decir verdades; en pocas palabras: a decir la verdad.
¡Oh, altísimo y poderosísimo Señor, que haces maravillas…!
Y las maravillas fueron surgiendo en torno a él, el santo de Asís.
Su fuerza arrolladora le llevó muy lejos en el planteamiento de su doctrina, que no era otra que la ya expuesta, vivida y voceada por el Maestro y por sus primeros discípulos.
Francisco supo captar todos los valores de una sociedad derruida y a la vez vertida en nuevas doctrinas, en nueva cultura y sin olvidar la nueva línea trazada por sus primeros pasos universitarios, los cuales se extenderían de una nación a otra y de reino en reino.
Su fuerza evangélica se posó en el vértice total de la Iglesia y dio comienzo a una nueva era de evangelización desde: “Yo hago, haced vosotros lo mismo”,
La fraternidad del santo no era ninguna vuelta engañosa, era lo que los primeros cristianos intentaron vivir, aun dentro de sus debilidades y fallos.
La pobreza –excesiva tal vez– , le marcó con un poderoso “ejército” en torno a él, tanto que él mismo se asombraba. Los poderosos, mayores y los mínimos, o minores, se asocia a su Orden, porque Francisco nunca despreció a nadie y se hizo amigo de todos intentando llegar hasta el otro en el acompañamiento, en la alegría, en la pesadumbre… Su don admirable y bondadoso le hizo grande desde el Hombre hasta la hermana Tierra para contarlos, definirlos como algo que deja el Creador en su paso por el más acá y premiará en el más allá, la vivencia evangélica de una doctrina un tanto ol vidada en su época.