«En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”. Pero él repuso: “Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”». (Lc 11,27-28)
En el día de hoy se celebra una fiesta muy especial para los cristianos, principalmente en nuestro país. Según una antiquísima tradición, la noche del 2 de enero del año 40, “la Virgen María vino en carne mortal a Zaragoza para confortar al Apóstol Santiago, que se encontraba predicando el Evangelio a orillas del Ebro”, dejándole como testigo una columna. Sobre la columna o pilar que trajo la Virgen en su venida se construyó la primera capilla, convirtiéndose así en el primer templo mariano de la cristiandad. La imagen de la Virgen del Pilar es una talla de 36 cm de madera dorada muy posterior, de mediados del siglo XV, que representa a María como Reina y Madre coronada, con El Niño Jesús sobre la mano izquierda. La devoción popular sostiene que la columna no ha variado jamás su emplazamiento desde la fecha en que la tradición sitúa la venida de María. La Virgen del Pilar, patrona de la Hispanidad, fue una de las primeras cinco imágenes marianas de España en recibir la coronación canónica.
La tradición, tal como se recoge en unos documentos del siglo XIII que se conservan en la catedral de Zaragoza, se remonta a la época posterior a la Ascensión de Jesucristo, cuando los apóstoles, fortalecidos con el Espíritu Santo, predicaban el Evangelio. Se dice que, por el año 40 el Apóstol Santiago el Mayor, hermano de San Juan e hijo de Zebedeo, predicaba en España. Aquellas tierras no habían recibido el Evangelio, por lo que se encontraban atadas al paganismo. Santiago obtuvo la bendición de la Santísima Virgen para su misión.
Los documentos dicen textualmente que Santiago, «pasando por Asturias, llegó con sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, el territorio que se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro. Allí predicó Santiago muchos días y, entre los muchos convertidos eligió como acompañantes a ocho hombres, con los cuales trataba de día del reino de Dios, y por la noche, recorría las riberas para tomar algún descanso». En la noche del 2 de enero del año 40, Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro cuando «oyó voces de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol». La Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal, le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que «permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio».
Desapareció la Virgen y quedó ahí el pilar. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron inmediatamente a edificar una iglesia. Esto evidencia que la Virgen colabora con los apóstoles desde el inicio en la evangelización.
Concretándonos al evangelio, aunque se hable de multitud, siempre aparece la persona, como es el caso de esta mujer, que no tiene miedo ni se avergüenza de poder alabar a Jesús con lo que le sale de dentro, con el riesgo de que le manden callar, se rían de ella por lo que dice o le peguen un corte por haber cortado al Maestro mientras este hablaba. Ya podríamos tener todos tan claro quién es Jesús en nuestra vida, si supone tanto como para esta mujer, que es capaz de decirle un piropo de esa categoría.
San Pablo nos recuerda siempre que debemos ser agradecidos; normalmente lo somos con el que nos rodea, pero pocas veces piropeamos al Señor por nuestra vida y lo que ha hecho en nuestras casas. Lo primero que esta mujer le dice es dichoso o bienaventurado, que es lo recíproco a lo que el Señor nos ha dejado en las bienaventuranzas.
El Señor nos regala a María y a la Iglesia como Madre, por lo que el vientre que nos ha gestado es el útero, la pila bautismal, de donde hemos salido como hijos de Dios. Y los pechos que nos han amamantado han sido la Palabra y la Eucaristía, alimento imprescindible para desarrollar la fe que nos han transmitido los padres y padrinos. De ahí que es fundamental lo que añade Jesús, cuando en otro pasaje también comenta al decirle “ahí fuera están tu madre y tus hermanos” y él responde que su madre y sus hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.
Cuando Jesús incide en lo mismo, es para que veamos la importancia de la escucha de la Palabra y de su cumplimiento, que es posible a través del Espíritu Santo, pues lo imposible para el hombre es posible para Dios.
Como le dice a Nicodemo, se puede volver a nacer con cualquier edad, no hay acepción de personas. Dios nos capacita a cualquiera que escuchemos la Palabra de Dios y, con su ayuda, la pongamos en práctica.
Fernando Zufía García