Fe, oración y ayuno son las tres armas con las que se consigue expulsar a un determinado tipo de demonios (Mt 17,20-21) ¿Por qué el ayuno corporal produce la sanación en otro? ¿Qué relación existe entre penitencia propia y redención del prójimo? San Pablo se adentra en el mismo misterio cuando afirma que “la muerte se ceba en nosotros y la vida en vosotros” (2 Cor 4,12). Es el destino del grano de trigo que ha de morir para que aflore su interior abundancia (Jn 12,24). Jesucristo, en este pasaje, nos muestra dos movimientos de conquista de una vida santa, fructífera: caer en tierra y después morir; humildad y muerte por amor. Dos elementos necesarios para el perfecto desarrollo de la vida sobrenatural. Morir ascéticamente sin humildad no sirve, y una humildad que no acabe en la muerte real del amor propio resulta estética e inútil. El paradero fatal de alguien que renuncie a la humildad y a la muerte de lo propio por amor es la eterna soledad. El mismo Señor continua diciendo que “quien ama sus vida la pierde y quien la odia en este mundo la conservará para la vida eterna”. Estamos ante un hondo misterio de gran importancia para la vida cristiana.
Toda teología tiene detrás una filosofía. El célebre benedictino C.Marmion explicaba el modernismo teológico como la introducción del pensamiento kantiano en la teología católica. Los papas de finales del s.XIX y del XX han promovido el estudio de santo Tomás de Aquino como un bastión seguro y firme de espiritualidad y pensamiento. Hegel está detrás de no pocos teólogos de las últimas décadas. Es conocida la afición que tenía Pablo VI a los escritos de J.Maritain y su incidencia en el Vaticano II. Y así podríamos continuar.
Nos preguntamos sobre el ser filosófico que respalda al quehacer teológico, a la misma teología. El dogma se sustenta en categorías de ámbito filosófico. Los conceptos de persona, de sustancia, de accidente, de relación, etc, son testigos de ello. No sólo encontramos un sustrato filosófico en el terreno de la dogmática o de la moral, también en la teología espiritual hemos de ahondar hasta llegar a las mismas fuentes del ser. Lo sobrenatural presupone lo natural y lo teológico lo filosófico. No es cuestión de decisión sino de la naturaleza de la real.
¿Qué dice la filosofía de la Virginidad de María, de la naturaleza del pecado, de la Encarnación, de la Resurrección, de la profecía y del milagro? La Iglesia afirma que no existen dos verdades, una filosófica y otra teológica; es decir, que no cabe contradicción entre ellas. Lo que es verdad en teología lo es en filosofía y viceversa. El caso de Galileo no fue un caso de conflicto entre la fe y la razón sino entre una mala lectura de aquélla frente a ésta. Un problema de interpretación, no de la textura de las verdades de fe y de razón. La verdad es una pero susceptible de numerosos acercamientos. Ambas disciplinas se complementan, necesitan y ayudan para una mejor captación y comprensión de la realidad humana.
El tema que nos ocupa pertenece a la teología espiritual o al tratado de ascética y mística, como tradicionalmente se la ha denominado.
La realidad de la mortificación podemos afrontarla desde distintos ángulos: eclesiológico, psicológico, ascético, sociológico, soteriológico y metafísico. La etimología del término nos habla de acción mortal, de producción de muerte. Toda la teología paulina está surcada por la muerte del hombre viejo para dar lugar al hombre nuevo en Cristo. Dar muerte a la tierra que se agolpa en el corazón, a las tendencias de la carne, contrarias a las del espíritu. Triunfo de lo espiritual sobre la pesada carne.
Mortificar es matar lo malo. Nada más positivo. Pero esta actitud curativa, esta virtud excelente, puede degenerar en masoquismos malsanos y enfermizos cuando no está regulada por la gracia divina. El peligro no es más que peligro pero no anulación o negación de una realidad dada. El que se den falsas apariciones de la Virgen no anula la verdad de las auténticas. También ha de evitarse un exceso de cruz voluntaria que amenace con destruir al hombre nuevo. Si se me permite el vulgarismo, es el sarro el que ha de eliminarse, con cuidado de no dañar la carne del diente sano.
La mortificación es un término paulino de amplias resonancias en el mundo ascético-pastoral de todos los tiempos de la Iglesia. El Cura de Ars intentó -con éxito- convertir a toda su feligresía a fuerza de malos ratos corporales. Las heridas del Siervo de Yahvé sanan a los hombres.
Aunque nuestro mundo no entiende ni el lenguaje ni la realidad ascética, no deja de ser una cuestión de importancia vital para la eliminación de males diabólicos que acosan al mismo mundo. La Virgen en Fátima, en Lourdes… parece no hablar de otra cosa a unos niños inocentes que de oración y penitencia.
A nivel eclesiológico se da lo que en Químicas se conoce como vasos comunicantes. Si sube el nivel de líquido de uno sube el de los demás. Uno afecta al resto, por razones físicas. San Pablo usa el lenguaje corporal: si pincho el dedo me duele a mí, no sólo al dedo. Mi cruz bien llevada, es fuente misteriosa de vida para los demás. Es la Comunión de los santos. Parece que el ayuno tiene más eficacia por lo que tiene de muerte personal al egoísmo que por lo que tiene de simple compartir con el hermano.
A nivel puramente psicológico todo esfuerzo ascético o mortificante reporta un domino de la voluntad, siempre necesario para una correcta educación de la persona. La persona no mortificada, no sacrificada, nunca llega lejos.
A nivel ascético, habría que hablar de la reparación del daño causado por mi pecado. No es tanto una reparación desde lo jurídico sino desde lo ontológico. El coche de neumático desinflado requiere un gasto y un esfuerzo no tanto por ley sino simplemente para que pueda ser útil. La impronta del pecado original tiene unos costes necesarios para el correcto mantenimiento del hombre.
Desde el punto de vista sociológico, aquello de lo que yo me privo pasa a disfrute del otro. Ese sofá cómodo, esa fruta mejor… Es cuestión de caridad social, de tacto, de delicadeza.
Por su parte, la Soteriología, nos habla de la identificación con un Cristo marcado por clavos y látigos. Un repaso a la vida de los mejores hombres de la Iglesia nos ayuda a comprender este amor voluntario a una cruz voluntaria. Unidos a Cristo, participamos de la labor redentora de la humanidad.
He dejado para el final lo más difícil quizás. No es tan interesante indagar sobre los fundamentos teológicos de la mortificación y de la penitencia cuanto sobre los fundamentos metafísicos de las mismas. ¿Qué sucede en el ser para que el sacrificio de uno opere la alegría del otro? El bien, es de tal naturaleza -recoge la tradición escolástica- que se difunde por sí mismo, tiende a eso, a la expansión universal. La pregunta es porqué se difunde por dolor. ¿Qué dice la filosofía? ¿Por qué el grano ha de conocer la tumba para transformarse en espiga? ¿Qué sistema filosófico podrá responder con mayor acierto al sustrato ontológico de la mortificación?
Yo creo que está por escribir una auténtica filosofía de la mortificación y una metafísica de la penitencia. No se puede eludir este misterio. No se puede quemar la sangre sino darle vida por medio de la cruz auténtica, ininteligible. La Eucaristía es sangre viva cuyo origen se remonta al calvario.
Quizás un sereno acercamiento, desde la reflexión filosófica, nos ayude a entregarnos con amor a esa cruz no entendida, fuente de amor y de salvación que se sugiere en la vida de los santos. El ayuno “mata” al diablo ¿por qué?. La privación de algún gusto legítimo produce generosidad salvífica en otro que está a diez mil kilómetros de distancia ¿por qué? Mi pobreza mortificante da riqueza a uno en vías de perdición que jamás verá ¿por qué?
Las Carmelitas aman la penitencia porque aman la vitalidad de la Iglesia. El tejido eclesial pierde elasticidad cuando olvida los rigores del Amor.
En Cuaresma, se nos invita a penetrar en la mortificación vital. Una buena filosofía podrá ayudarnos a vivirla en plenitud, sin miedos ni encogimientos, con valentía sobrenatural.
¿Alguien entiende la expresión de San Francisco de Sales: “nunca estoy mejor que cuando no estoy bien”? Aconsejo vivamente la lectura de las consideraciones sobre la mortificación del cardenal Desiré Mercier.