Dijo Jesús a sus discípulos, “Pero ¡cuidado con la gente!, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán. Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final se salvará” (San Mateo 10, 17-22).
COMENTARIO
Hasta que se manifieste el Hijo del hombre en el último día, ya sin noche, el panorama de la historia humana que anuncia hoy el Evangelio es aterrador. Todos contra todos, incluso en la familia natural. El mundo no anda lejos de los anuncios de Jesús sobre el deterioro de la moral y de la fe. Baste oír un noticiero o abrir un periódico. Lo original y grande de la Palabra de Jesús es el cambio de sentido de esos hechos terribles de muerte, a testimonio de luz. Para Él, las tropelías de unos contra otros, casi de todos contra todos, se convierten en ocasión testimonial de la cercanía del Reino de Dios en el tiempo y el espacio. Son las yemas de la higuera que anuncian cercanía de lo eterno, y las flores de la gracia en la primavera de la resurrección, que se convertirán en frutos de paz.
Realmente el Evangelio de hoy, en plena Navidad, con luces y cantos, con voces de alegría saturando aún nuestros sentidos, es la explicación y sentido total de la vida humana. ¿Por qué este Evangelio en medio de la Navidad? Quizás porque la alegría de su nacimiento y la muerte tras juicio infame, su cruz y su resurrección, dan sentido en la Verdad total de Dios, a toda alegría y sufrimiento humano, en un testimonio infalseable, inimitable, para el cristiano en comunión con Él. Tenemos la seguridad de que los mansos poseerán la tierra, no los violentos, los que aman, no los que odian, los que son humildes y sencillos, no los soberbios y complicados.
Y en Navidad sigue habiendo odio y muerte. La celebración de la muerte de San Esteban el protomártir que celebramos hoy, fue la comprobación de la Verdad de la Palabra de Jesús para todos los tiempos, hasta que Él vuelva, desterrando el mal.
Es terrible también el Evangelio de hoy porque ser cristiano y amar a los enemigos, que ya es difícil, no siempre produce amor en los amados, sino odio a veces, y además como fenómeno universal: «Seréis odiados por todos a causa de mi nombre». Mirar la trágica realidad social desde esa mirada de Jesús que recogió Mateo, produce vértigo. Nuestra santa Teresa, tan atrevida y certera, se lo echó en cara al mismo Maestro: “¡Con razón tienes tan pocos amigos, esposo mío!”.
Lo único que se nos pide para la salvación, es perseverar en la fe hasta el final. Solo el amor, incluyendo el amor a los que se manifiestan como enemigos llenos de odio, lo consigue todo porque es Dios entre nosotros, Niño Emmanuel de la Navidad. ¿Qué sentirían María y José ante aquella realidad que tenían en sus propias vidas como familia? Cuando celebramos el misterio de amor y ternura de la Navidad, se nos predica hoy que: “El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán. Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final se salvará.” El misterio está servido. La vida, como el Belén, no es todo, luces de colores turrón y pandereta. Ni siquiera es todo amor. Puede haber olvido, pesares, hambre, dolores y hasta odio. Pero si la vivimos en la serenidad de la fe, Él ya siempre estará con nosotros. Yo me apunto a su misterio.
La alegría de los mártires cristianos que entre dolores del martirio y el peso natural del miedo a morir, es un testimonio (eso significa martir –testigo-) de una realidad que para ellos en esos momentos estaba clara. Es el paso a otro nivel de vida y existencia en el que están su Señor y sus hermanos. Algunos testigos, —desde Juan Bautista, Esteban, Pablo etc…— y el mismo Jesucristo dicen ver “el cielo abierto”. Una especie de ventana al nivel de la eternidad, paralelo a este nivel nuestro de sentidos, o quizás ni paralelo, sino envolvente y, como se dice hoy, sostenible o mejor sostenedor de la fe y la esperanza en medio de las calamidades que dan fin a este mundo nuestro con luces de colores, pero donde caben aún el odio, la mentira y la muerte, para hacernos visible la realidad de libertad suprema del hombre que es el amor a Dios.
Ese otro nivel que testifican los mártires y que nos envuelve, tiene una fuerza de gravedad que atrae al hombre hacia la Palabra. Seguramente el mayor castigo de Adán al echarlo del paraíso, —que Jesús al humanizarse transformó en el mayor premio—, fue darle al poder elegir entre el bien y el mal, que suponen una ley. Y el A-MOR es la vida del otro nivel, el del “cielo abierto”, sin más ley ni costumbre ni regla que a sí mismo amando como Dios ama, con entrega total de cuerpo y alma.
A pesar de los signos de muerte ¡FELIZ NAVIDAD!