Mis queridos amigos y hermanos: Hace tiempo que no me he dejado oír ni ver. Y ahora no quiero que os falte mi recuerdo y mi presencia espiritual en vuestros hogares en estos días en que normalmente las familias se unen y se reencuentran cada año.
Quisiera compartir con vosotros como todos los años unas breves ideas sobre el Adviento y la Navidad. El Verbo se hizo carne (Jn 1,14). Esta es la buena noticia. Es la noticia que ha atravesado tantos siglos hasta llegar a nuestros tiempos. El corazón de toda vida eclesial será redescubrir la Palabra de Dios. El Verbo, “pues la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y que se nos manifestó, lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo” (1Jn 1,2-3).
Realmente poder participar de la vida de Dios, Trinidad de Amor, es el gozo y la alegría completa. En un mundo que considera a Dios como algo superfluo o algo muy lejano, los cristianos la consideran como piedra fundamental, como palabra de vida eterna.
«habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló»
En efecto la Iglesia está fundada sobre la Palabra de Dios, ha nacido de ella y crece en ella. También es verdad que toda criatura es una palabra de Dios, pues cada criatura ha sido llamada por Dios a proclamar la grandeza de Dios. La creación entera es el lugar donde se desarrolla la historia de amor entre Dios y su criatura; la creación no es, por tanto, un fin, sino el medio donde encontrar a Dios. La creación no tiene la capacidad de llenar nuestro corazón “nos hiciste para ti y nuestro corazón no descansará hasta que descanse en ti”, nos dice San Agustín de Hipona en sus “Confesiones”. Que todo esto nos ayude a entrar en este tiempo de Adviento para llegar a la luz de Navidad.
Estamos en un tiempo de grande tempestades que caen sobre nuestra Madre la Iglesia y negras tinieblas están removiendo los fundamentos de la unidad, haciendo prevalecer los criterios humanos contra los criterios de una teología sana y tradicional de dos milenios de existencia. Todo se relativiza y el relativismo destruye toda moral, toda convivencia del hombre. El hombre contra el hombre. Mis criterios personales valen más que los criterios de una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre. Yo construyo una Iglesia según mis criterios humanos, sin darme cuenta de que destruyo la Iglesia por dentro. ¿Cómo será posible celebrar entonces una verdadera Eucaristía con el cuerpo y la sangre de Cristo? Un cuerpo que descuartizamos con nuestro relativismo en vez de sentarnos en una mesa de hermanos unidos por la caridad, una sola fe y una única esperanza.
Ante esta noche oscura entramos en la luz de la esperanza de Adviento. Tiempo de oración y de amor hacia la Luz que envuelve toda luz. No es un signo negativo las luces que se van encendiendo en todos los rincones del mundo, desde la vela encendida en un recoveco de una chabola hasta el derroche de luces en nuestras ciudades. Vamos hacia la luz y ojalá sea la luz de la esperanza de un mundo nuevo, un mundo que sufre angustia de parto hasta ver la Luz. Esta luz aparece en una cueva oscura de Belén: “Un niño nos ha nacido”. ¡Dios en la tierra de los hombres! Hombres que gritan de desesperación: ¿Dónde está tu Dios? He ahí nuestra misión. Que el mundo pueda volver a creer porque hay hombres que creen y que viven en amor y unidad. El mundo nos necesita aunque nos desprecie, nos menosprecie y nos odie. Que esta Navidad sea para todos y cada uno un despertar a una esperanza de este mundo que Dios ha venido a salvar.