Me han pedido que escriba la experiencia de nuestra peregrinación a Medjugorje este pasado mes de agosto, pero es muy difícil —para un profano de la pluma como yo— reflejar por escrito todo el gozo, experiencias y sensaciones del corazón que el Señor nos ha regalado estos días. Voy a intentarlo, deseando que, este testimonio de quien ha vuelto con la alcuza bien llena, pueda servir de algo.
Nuestra peregrinación coincidió, sin buscarlo, con el Festival de la Juventud que allí se celebra todos los años la primera semana de agosto (una mini JMJ, para entendernos). Por la afluencia de tanto joven y la masificación de gente pensamos, en un principio, que iba a ser perjudicial para nosotros: un matrimonio de adultos de mediana edad que iba buscando más una experiencia de recogimiento y encuentro personal con el Señor que grandes celebraciones. Pero nos sorprendió gratamente vernos envueltos en un ambiente de fe y oración en el que los jóvenes de muchísimos países se mezclaban con fieles no tan jóvenes. Un ambiente que te arrastraba a la alegría y a la paz, sin perder para nada esos momentos íntimos con el Señor en la oración, los sacramentos y la adoración.
La actividad en los días de la peregrinación venía compartida en el tiempo entre el horario oficial del festival y las actividades propias del grupo, encabezadas por una guía, catequista más bien, que nos iba conduciendo a través de los misterios de Medjugorje. Anka, como así se llama, es una mujer llena de amor a Cristo -ex miembro del partido comunista de la extinta Yugoslavia y convertida al catolicismo por misericordia de Dios-, que ahora lleva el mensaje del evangelio a cada peregrino que cae en sus manos.
todas tus sendas son merced y lealtad
En estos días hemos tenido la oportunidad de paladear los frutos que se están dando allí: frutos de conversión, es decir, cientos de jóvenes confesándose en multitud de idiomas y frutos de comunión, fieles de diferentes realidades eclesiales: Asociación Provida, Ayuda a la Iglesia Necesitada, Cursillos de Cristiandad, Radio María, Renovación Carismática, Camino Neocatecumenal, grupos parroquiales… venidos de diferentes lugares de España compartiendo, en comunión y armonía, la unidad de la Iglesia con miles de peregrinos llegados de todo el mundo.
Como dice San Pablo, “estar con Cristo es, con mucho, lo mejor”, ya que pudimos llevar a la práctica el consejo de Nuestra Señora de rezar asiduamente el Santo Rosario, asistir diariamente a la Eucaristía y a la contemplación en la Adoración Nocturna diaria, donde se aprecia la presencia viva y real de Jesús sacramentado.
En todo momento hemos sido alimentados por la palabra de Dios, a través de múltiples canales; de nuestra catequista, de los sacerdotes, de los hermanos consagrados, de los testimonios públicos de conversión, de la Palabra directa del Señor en las celebraciones litúrgicas, y cómo no, de los mensajes de la Virgen María que, con toda humildad por su parte, nos trasmitían los videntes que aún hoy, pasados 31 años, siguen viendo a la Santísima Virgen y recibiendo de Ella la palabra de una madre que nos ama y quiere conducirnos a su Hijo.
Una vez empapado en este ambiente descubres que la “Gospa”, como allí denominan cariñosamente a María, no trasmite ninguna palabra —diría yo y con todos mis respetos— “original” o “novedosa”. Cuanto más lees y escuchas, más te das cuenta de que la Iglesia, en sus 2.000 años de vida, lleva insistiendo en los mismos mensajes de amor que nuestra Madre ahora nos recuerda.
Como hombres de dura cerviz, necesitamos escuchar una y otra vez los mensajes venidos del Cielo. Mensajes de fe, de búsqueda de la pureza del corazón, de reconciliación entre los hombres, de paz interior…, animándonos a interiorizar la Palabra de Dios y a utilizar las armas que la Iglesia nos ofrece: la oración, que nos conduce a una unión íntima con Dios; el ayuno, que nos ayuda a liberarnos de la esclavitud del pecado; y la limosna, que nos posibilita el compartir los bienes y salir de nosotros mismos.
guarda mi alma y sálvame
La Madre de Dios y Madre nuestra está empeñada en que consigamos la Paz, el bien más preciado, y para ello la fe, la conversión, la oración y el ayuno, son los únicos medios para alcanzarla. El objetivo de todo cristiano es hacerse uno con Jesucristo. Que nuestro duro corazón de piedra se transforme en un corazón a semejanza de Dios, capaz de amar, de entregar la vida por todos los hombres, empezando siempre por el que tenemos al lado. En su eterna misericordia, Dios nos sigue amando, nos sigue llamando, y se sigue preocupando por la conversión de nuestro corazón, inicio de la conversión del mundo, con un único objetivo: llevarnos al Cielo con Él.
De forma admirable caemos en la cuenta de que una vez pagado el viaje (como es del todo comprensible), nadie pide dinero ni propinas especiales en Medjugorge. Eso me certifica que no hay intereses económicos detrás ni para los videntes ni para nadie que se quiera aprovechar. Para certificar que Medjugorje es algo especial, y dada nuestra débil fe, pudimos ser testigos con nuestros propios ojos de fenómenos poco habituales, pero tan verdaderos y reales como que estás leyendo estas páginas. Se trataba de parte de los ritos de exorcismo de una joven, donde se veía patente la acción física del maligno, o también fotografías sacadas por una niña de nuestro grupo, donde claramente, sin trucos ni manipulación, se podían observar alteraciones extrañas en el sol en el momento de las apariciones.
También pudimos conocer en primera persona la conversión de dos chicos españoles a los que, aunque su itinerario original consistiera en viajar en bicicleta desde Madrid a Estambul, Dios les puso acontecimientos “casuales” que les conducirían hasta Medjugorje, donde se acercaron a la fe y acabaron confesándose por primera vez en su vida. Con una inmensa alegría cambiaron el destino final a Roma-Vaticano.
mi escudo está en Dios
Pero no son todos estos fenómenos anómalos precisamente los que me dan la certeza de que allí se sigue apareciendo la Santísima Virgen y de que Jesús está presente, pues como dijo San Ignacio de Loyola: ”Para aquellos que creen, ninguna prueba es necesaria. Para los que no creen, ninguna cantidad de pruebas es suficiente”. Aunque, para ser totalmente sincero, todo ayuda.
Esta certeza profunda es porque, después de ser regado abundantemente por el Espíritu Santo, y sin saber cómo, el Señor me regala un inmenso amor a Dios, a su Hijo Jesucristo, a la Santísima Virgen, a la Iglesia, a mi esposa, a mi hija, a todos los hermanos, y especialmente, a los sacerdotes. Fortalecido, y habiendo redescubierto con alegría mi vocación al matrimonio tras 21 años de sacramento, certifico en lo profundo de mi ser la promesa de la Vida Eterna. Lo que me conduce a sentir una honda responsabilidad como cristiano para quien estos misterios le han sido revelados, y me lleva asimismo a desear vivir mi fe de una forma plena y adulta. Me sorprendí al verme preocupado por el futuro de la humanidad y pidiendo profundamente por aquellos que no creen o que no han tenido la dicha de conocer a Dios. En definitiva, me encuentro en un estado de Paz, de Gozo y Alegría Interior, que los cristianos experimentamos, por pura Gracia de Dios, como primicias del Cielo prometido.
Por último, querido lector, te recomiendo ardientemente vivir esta gran experiencia de fe, para que puedas recibir y disfrutar de los innumerables frutos que allí se ofrecen y así fortalecer nuestra débil fe. La Santísima Virgen te espera en Medjugorje. Para despedirme, utilizo el mismo saludo que usa nuestra Madre María al comienzo de las apariciones: “Alabado sea Jesús”.