
[Publicada en el número 860 el 19 de diciembre de 2013] Durante la fiesta de la Sagrada Familia, el próximo 29 de diciembre, 140 familias españolas y de otros países de Europa recibirán la bendición antes de ir a evangelizar por todo el mundo, una vez que el Papa Francisco los envíe a la misión el 1 de febrero. Asia es hoy uno de los destinos más necesitados de la presencia de la Iglesia doméstica
Eduardo y Clara son un matrimonio español, del Camino Neocatecumenal, con tres hijos de 1 a 5 años, dos más en el cielo, y otro que viene de camino. Después de varios años de evangelización en Asia, se disponen para ser enviados de nuevo a la misión a otro país asiático, en el que la Iglesia es perseguida y donde los cristianos sufren arrestos y torturas. La vigilancia hacia los cristianos llega hasta el punto de que, para evitar las denuncias de los espías que hay en cada bloque de viviendas, se ven obligados a celebrar y cantar la Eucaristía en las casas en voz baja.
Tras el breve paso de unos misioneros dominicos, hace décadas, el obispo de la diócesis en la que han estado de misión pidió al Camino Neocatecumenal un sacerdote y una familia para evangelizar. «La realidad de este pueblo -afirma Eduardo- es muy precaria. La gran mayoría ni siquiera había oído hablar de Jesucristo. Y hay familias muy destruidas, abusos, problemas graves con el alcohol… Por ejemplo, es muy difícil ver a una familia normal, con padre, madre e hijos; y hay personas a las que no he conocido sobrias». Por eso, su misión no ha consistido en construir unas infraestructuras, sino apuntalar la estructura fundamental de toda sociedad: la familia. «Nuestra misión, en primer lugar -reconoce Eduardo-, era hacer presente una familia distinta a la que conocen, y mostrarles que no están condenados a vivir como vivían».
Según la mentalidad oriental, una familia es más rica cuantos más hijos puede mantener, por lo que se pensaban que estos españoles eran millonarios, pero pronto descubrieron que su riqueza era otra. «Cuando escuchan la Palabra de Dios, o escuchan a los evangelizadores, lo reciben todo con mucho cariño, porque en su familia no han vivido mucho amor. Les sorprende mucho el escuchar que Dios los quiere». Su sorpresa aumenta al ver «una familia que habla bien a sus hijos, unos padres que se quieren, que rezan y comen juntos. Nosotros sólo les mostramos algo que no tiene precio», afirma Eduardo.
No sabía que hay otra realidad
¿Y qué dicen los hijos, tan pequeños, ante esta locura misionera de sus padres? Lo cuenta Eduardo: «Durante un tiempo, estuvimos saliendo los domingos por las plazas para invitar a la gente a la parroquia. Un día que llovía bastante, mi mujer dijo: No sé si ir… Y entonces, mi hija mayor soltó: Pero, si nosotros no vamos, entonces ¿quién les va a decir que Dios los quiere?»
Una pregunta de un niño que va también dirigida a nosotros hoy.