Me explican una anécdota de una parroquia que revela hasta que punto ha llegado la división que el independentismo ha creado en las familias y en las entidades e instituciones de Cataluña. Un grupo parroquial se reune para organizar la lotería de Navidad, las famosas papeletas que dejan un 20% de donativo para quien las distribuye. La reunión se realiza íntegramente en catalán, lengua habitual de todos los asistentes, como en años anteriores simplemente se trataba de organizar la logística para la distribución de los boletos y así llegar al máximo posible de personas y como consecuencia obtener mayores beneficios.
Pero una parte del colectivo presenta una moción previa al inicio de la reunión, no quieren que se haga con Lotería Nacional del Estado, ya que afirman que es «dar dinero para España», y sugieren que este año se haga con lotería de «La grossa» que pertenece a la Generalitat de Cataluña. El resto de los asistentes expresan posiciones contrarias a la propuesta pero desde puntos de vista diferentes. Unos dicen que siempre se ha hecho así y no quieren que se cambie, y otros aún afirmándose dolidos por algunas actuaciones del Estado, prefieren que se continúe haciendo igual. Uno de los asistentes propone someter a votación el asunto, no hay urnas, se hace a mano alzada y la mayoría es clara a favor de los que querían que se siga jugando a la lotería nacional del Estado. Los promotores de la moción se muestran indignados, afirman que sus compañeros les han decepcionado por dar juego al «aparato represor del Estado», y deciden abandonar el grupo para siempre. En la parroquia dicen que no les han vuelto a ver el pelo, pensemos piadosamente que quizá se han ido a otra parroquia más proclive con sus ideales.
Es una anécdota sobre un tema nimio, pero demuestra hasta que punto ha llegado la fractura social a la que ha sometido el independentismo a la población catalana, incluyendo la cristiana. Hay muchos más detalles, fieles que no dan la paz en la Santa Misa porque han reconocido que el compañero de al lado de su banco fue a la manifestación en favor de la unidad de España del 8 de octubre, cristianos que han dejado de ir a su parroquia de toda la vida para no tener que aguantar los continuas arengas de su párroco en favor del referéndum y de la independencia, además de tener que ver esteladas y pancartas en las fachadas del templo y de los locales parroquiales. Y también al revés, cristianos que se han enfadado con su párroco, al que no le dirigen la palabra, porque resistió a la presión de la ANC y similares y no quiso colocar ningún símbolo político en la Casa de Dios.
Lo mismo que en las familias, algunas ya no se reunen los domingos porque acaba saliendo el tema de la independencia en la mesa y la jornada teóricamente festiva acaba en cruda y desagradable discusión. O los compañeros de trabajo que han dejado de comer juntos y ahora van en dos grupos diferenciados e irreconciliables para así poder sentarse a la mesa en paz y tranquilidad. O los abueletes que han dejado de jugar juntos a la petanca por que más que un juego, las partidas se han convertido en una dialéctica batalla campal. O los vecinos de un mismo edificio, peleados en la guerra de banderas de los balcones y en las molestas caceroladas, que suelen acabar con los buzones de los que no quieren la independencia pintados con inscripciones como «fatxes», «feixistes» o incluso con la cruz gamada, como es el caso del simpático y admirado Jaume Vives.
Lo inconcebible es que una parte del clero catalán, empezando por el obispo Don Xavier Novell y desde la sombra, Don Jaume Pujol, el coprincipe Vives, Dom Josep Maria Soler, el otro Soler (el emérito de Gerona), el nuevo sacerdote Calsina… y como no, los 400 firmantes del manifiesto, parece que están encantados de esa división y enfrentamiento entre ciudadanos y entre católicos, porque ese es un daño colateral que creen que hay que aceptar para conseguir el máximo objetivo, que no es la evangelización del Pueblo de Dios que peregrina en Cataluña, sino una independencia fuera de la legalidad, que se lleva por delante todos los valores de convivencia, tolerancia y «hermandad» que hemos tenido los catalanes durante tantísimos años.
No he sido capaz de encontrar precedentes de una parte de la Iglesia católica que promociona la división, el enfrentamiento y la ilegalidad con tanta fuerza, como la que se está produciendo en Cataluña. Y no me valen los ejemplos del opusiano Rvdo. Joan Costa y de su ya fallecido maestro el Dr. Oriol Tataret de que esto es como el sentimiento legítimo de Polonia y de otros países del antiguo bloque soviético, sometidos contra su voluntad por el yugo comunista. Eso es comparar un huevo con una castaña. La Polonia de San Juan Pablo II, nada tiene que ver con Cataluña, más allá del programa satírico de TV3 y de que en algunos ambientes a los catalanes nos llamen «polacos». Cataluña (sin su vinculación con el Reino de Aragón) nunca ha sido un Estado independiente, por mucho que intenten falsear la historia desde el adoctrinamiento de los colegios y desde el discurso oficial del nacionalismo.
Antoninus Pius