Cuando el Papa Juan Pablo II, con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia de 1988, manifestó en Porto San Giorgio, una pequeña localidad italiana, que cada familia cristiana debe dar testimonio del Padre delante de las nuevas generaciones, allí, a escasos metros, estaban Antonio y Vicky con sus seis hijos dispuestos a ratificar con su vida tales palabras. Desconocían el país y el sitio donde por sorteo iba a ser su próximo hogar, pero estaban tranquilos. Sabían que a la vocación, Dios se anticipa con la gracia.
Apenas hacía año y medio que el Señor les había suscitado el deseo de marcharse como familia en misión del Camino Neocatecumenal a anunciar gratis lo que gratis habían recibido: el amor redentor de Cristo a la humanidad sufriente. Rotas sus ataduras, pagadas sus deudas y con las puertas de par en par, estaban preparados para ganar su reino. Guayaquil (Ecuador) fue el primer destino de esta misión que continúa hoy en Lima (Perú). Nada menos que veinte años obteniendo el inmenso beneficio de vivir “según Dios va marcando”.
¿Qué le lleva a una familia de clase media, con hijos en edad escolar, a marcharse a vivir entre los pobres como familia en misión? Vicky: Éramos conscientes de la obra tan grande que estaba haciendo el Señor con nosotros en nuestro matrimonio, y con los hijos. Llevábamos una vida con no poco trajín, pero todo tenía un sentido. Descubríamos la belleza del amor de Dios, las maravillas del Antiguo Testamento y no queríamos reservárnoslo para nosotros. La idea de transmitir la fe a la próxima generación nos daba alas en el cuerpo. Antonio: Es Dios quien pone el deseo, pues a mí me gusta vivir bien y esto no entraba en mis planes. Pero la llamada es una gracia de Dios que te invita a responder. Yo no voy buscando ser feliz; a mí lo que me hace feliz es hacer la voluntad de Dios. Con miedo, claro, pues meterte en su voluntad da vértigo, pero merece la pena, de todas todas. La fe es un don gratuito que Dios se lo da a quien quiere, como dice San Pablo, para que quede claro que la elección divina no está sujeta a criterios humanos, sino que forma parte de un plan perfecto. Cómo reaccionó la gente de vuestro alrededor cuando supieron que os ibais a Guayaquil ? Antonio: La familia no lo entendía, pero siempre nos han apoyado. A los que nos rodeaban les llamaba la atención, tanto a favor como en contra. Yo trabajaba en un banco y, cuando se lo dije a mi director, quedó muy impactado. “Yo no creo en Dios, me dijo, y usted me pone en una disyuntiva difícil de solucionar: o usted está loco, que yo sé que no lo está, o Dios existe, aunque para mí no existe”. A mí me sigue admirando el poder de Dios para hacer levantar a una persona de su entorno y marcharse a anunciar a Jesucristo. ¿En qué consiste ir de misión? Antonio: En 1988 fuimos doce las familias del Camino Neocatecumenal que, respondiendo a las llamadas de los obispos de distintas diócesis de Venezuela, Chile, Perú y Ecuador, marchamos a estos países como signo de Iglesia en misión, siendo lo que somos, es decir, una familia: yo trabajando, mi mujer siendo la madre de familia, los niños en el colegio; y, a la vez, haciendo visible y efectivo que se puede vivir aquello que todo el mundo con la fe cree posible. Humanamente es una experiencia vertiginosa pero muy apasionante, pues nos lleva a darnos cuenta de que la vida no nos viene de tener casa ni dinero, sino del amor de Dios. ¿Cómo fueron los primeros tiempos en Guayaquil? Vicky: Al principio se trataba simplemente de sobrevivir. Nos trasladamos a Fertisa, un barrio muy pobre del extrarradio, sin agua ni apenas luz eléctrica. Tampoco existía una parroquia. Nuestra casa era de ladrillo, pero los vecinos vivían en casas de caña. Era una situación muy precaria que nos llevaba a un diálogo constante con Dios en la vida de cada día. Ante todo fue una experiencia de sentir a Dios a mi lado, de que acontece fuertemente. Antonio: Nos instalamos allí con la idea de ser lo que somos, familia, esperando que Dios marcara los tiempos y las acciones. Y empezó a actuar. Sin proponérnoslo comenzó el nacimiento de una pequeña iglesia, porque la gente nos preguntaba y le dábamos lo que teníamos: a Jesucristo. Más tarde pudimos llevar a cabo el proyecto de construir una iglesia, pues nos regalaron el solar, ladrillos, hierros, etc., con lo cual edificamos el templo. Colocados, pues, los cimientos, ¿cómo transcurrió la misión a lo largo de esos años? Vicky: Una vez construida la parroquia nos hicimos cargo de las distintas pastorales: la de novios, bautizos y comuniones. El equipo estaba formado por un sacerdote y su secretario, nosotros y dos chicas solteras como itinerantes. Por otro lado, comenzamos a caminar en una comunidad neocatecumenal ya formada en otro barrio. ¿Qué acogida tuvisteis de los vecinos? Antonio: Al principio creyeron que éramos delincuentes o huidos de la justicia, con lo cual sentimos primero rechazo; luego, sospecha y recelo. Les extrañaba mucho que alguien extranjero fuera a vivir allí con ellos por voluntad propia. Con el tiempo se acostumbraron a nosotros y vieron que no hacíamos nada malo. A mí me veían fregar los platos y les llamaba la atención. Decían: “Mirad, ahí hay un señor que está haciendo las labores de su mujer”. Conviviendo con los desheredados de la tierra es como realmente se les conoce, ¿quiénes son los pobres? Antonio: El suyo es un ambiente muy cerrado. Vivíamos en un asentamiento de más de cinco mil familias que no importaban a nadie, ya que no están censadas. De esto se aprovechan los delincuentes para refugiarse allí. Nosotros hemos aprendido que no son una raza especial, sino personas como otras, con los mismos pecados, a las que el encuentro con Jesucristo les cambia la vida a pesar de su pobreza. Vicky: El contacto con los pobres es muy enriquecedor. A mis hijos, el estar rodeado de esta pobreza les ha ayudado a aprender y comprender el sentido de la vida; ver cómo sus amigos vivían en casas de caña, comiendo sólo un plato de arroz al día. Pero también nos ha servido para desmitificarlos. Y a vosotros, concretamente, ¿qué os ha aportado la misión? Antonio: La misión principalmente es para uno. “Comieron, se saciaron y abundó, con lo que llenaron doce canastos”: eso es la Evangelización, es decir, fruto de la sobreabundancia de la gracia de Dios, no de la valentía ni del celo apostólico de cada uno. A mí lo que me ha hecho sufrir en Guayaquil son mis propios pecados. Los mismos exactamente que me hacían sufrir aquí, es decir, mis envidias, avaricias, etc. Es verdad que en un primer momento las privaciones y limitaciones materiales te preocupan: los colegios, las lluvias, los mosquitos, la casa…; pero hasta a eso te acostumbras y, al final, tengo la misma historia en el matrimonio, en la vida familiar. Allí aprendes que tener o no tener no cambia el fondo. Es cierto que vivimos en una situación extrema, pero todos los días queda claro que Dios existe, que es providente. No es que la fe sirva para vivir esta vida, sino que la fe es la vida y luego lo demás viene por aquí o por allá, “por añadidura”, como dice el Evangelio. Hemos visto que se pueden pagar las facturas con la fe. Además, Guayaquil para nosotros está sellado incluso afectivamente con un hijo, pues allí adoptamos a Alfonso. Fue Dios quien nos lo puso en la mano, aunque de forma incomprensible a los ojos del mundo, pues tardaron once meses en arreglarnos los papeles de la adopción, ya que el Tribunal de Menores dudaba de nosotros. No podían entender que un matrimonio español con seis hijos quisiera adoptar a un niño; sospechaban que pudiera haber alguna razón turbia. Desde luego está claro que, si es hijo nuestro, es porque Dios quiere. Vicky: En Guayaquil no tenía dónde salir y en Lima, por la inseguridad, tampoco, con lo cual el Señor me ha permitido todos estos largos años tener una gran intimidad con Él, con la oración. Recuerdo que el día que nos marchamos de Guayaquil para irnos a Lima, porque se ne- cesitaba un ecónomo para el seminario “Redemptoris Mater” y volvimos a sentir de nuevo la llamada de Dios, llovía torrencialmente y mi corazón estaba “así asá”… Me costó mucho despedirme, pero continuamente me rondaba la frase de Jesús: “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de los Cielos” (Lc 9,62), y me ayudó a mirar hacia adelante en la nueva misión en Perú. Aquí tenemos más responsabilidad, pero igual de rica, con mucha actividad pastoral en una parroquia muy grande de un barrio pobre. ¿Qué frutos habéis visto en vosotros y en los de alrededor? Vicky: Hemos recibido muchos dones a pesar de nuestros pecados y nuestra ingratitud. Todos los días tengo presente lo que me ha dado la Iglesia. Dios nos ha concedido el ciento por uno en la fe de los hijos. También la mano de Dios se ha visto poderosa en sus estudios y trabajos. Mis hijas han podido estudiar en universidades privadas con becas totales sin ningún tipo de enchufe. Aunque sé que de no haber sido ésta sino otra la voluntad de Dios para nosotros, también hubiera sido lo mejor. Nosotros somos testigos de la obra de Dios en muchas personas con casos extremos de sufrimiento; hemos visto cómo el dolor se transforma en alegría cuando se experimenta la misericordia de Dios y con ella la felicidad. Antonio: No son frutos ni de la inteligencia ni de la capacidad, sino de la gracia de Dios. Yo antes de entrar en la Iglesia estaba sumido en una tremenda pobreza sin faltarme de nada. La vida para mí era trágica y patética. Cuando apareció Jesucristo se me ordenó todo. Ya no vivo para mí, soy mucho más equilibrado y sereno. Vivo en otro país, en un barrio horrible y sucio, pero soy un tío feliz de la vida. La ayuda de la Iglesia a los pobres es más que una asistencia social. ¿Cómo reaccionan cuando se anuncia el amor de Dios, sin darles necesariamente un trozo de pan? Antonio: La principal pobreza es la ausencia de la fe. El que no tiene a Jesucristo es el más pobre de todos. Cuando el pobre conoce el amor de Dios se vuelve rico. Una mujer vino a nosotros desesperada, y no porque no tuviera dinero, su hijo estaba tuberculoso, vivían en medio del agua y el barro, etc., que así era, sino porque su marido se había ido con otra, y lo que la hacía sufrir tremendamente era la envidia horrible que sentía hacia la otra mujer; o aquella otra que estaba tan trastornada por lo mal que se llevaba con su cuñada. Es decir, se sufre por las misma realidades que podemos tener aquí en España. Las ratas y cucarachas con las que viven no les hacen sufrir, pues a eso están acostumbrados. Por lo que sufren es por los mismos pecados de todos los hombres, los de allá y los de aquí: la envidia, la pereza, la lujuria, la avaricia. Ambicionan dinero, pero no por ser pobres, sino por la misma ambición que a los de aquí los lleva a comprar la bonoloto para que les toquen los veinte millones de euros. Ante la verdad, el corazón del hombre, sea rico o pobre, no es indiferente. Hemos visto cómo la predicación salva al hombre. Realmente el kerygma (la muerte y resurrección de Cristo) es el que cambia la vida. Jesucristo es el bien que nos ha caído del cielo.
4 comentarios
Queridos Antonio y Vicky
Como mis catequistas, siempre los llevo en mi recuerdo y en mi corazón. Gracias por ese tiempo, en Guayaquil, y muchas bendiciones siempre
Andrés Holst
Respuesta al comentario del Eric Velázquez, pues si es verdad el testimonio dado por el Sr Goday ,en tiempo pasado y en éste tiempo están por todo el mundo las familias en misión, llevando la palabra de Dios y conviviendo con los más pobres de la sociedad , dejando comodidad , amigos, familiares etc..,.demostrando con esto ,que cuando se tiene a Dios en su vida , lo tienes todo y no necesitas tantas cosas materiales que no llenan tu corazón, ni te dan la verdadera felicidad . Gracias doy a Dios por haberlos puesto en mi camino , y por haberme transmitido tantas cosas maravillosas de la Fe Cristiana, como el amar a Dios y al prójimo como a ti mismo, el perdonar siempre, y que se puede vivir en la precariedad teniendo a Dios en tu vida y puedes ser completamente feliz.
Hola Antonio Goday y Vicky Lucas, es un grandísimo placer después de más de 20 años de conoceros porque fuisteis mis primeros catequistas en Guayaquil -Ecuador y puedo dar fe de vuestra historia vivida allí, me acuerdo ver a Vicky tener en sus brazos a Alfonzo un niño negro que adoptasteis ,con que amor lo cuidabas como si hubiese nacido de tu vientre,vuestra historia es auténtica . Os cuento que vivo en Barcelona-España, Dios me regaló una boda cristiana ,en comunidad en la Parroquia de las Santas juliana y Semproniana un abrazo a ti y a Vicky .
valiente experiencia, me anima mucho, aunque esto en esta epoca no se entienda, ni se crea.