Javier Alba
Carmen Hernández, iniciadora junto a Kiko Argüello del Camino Neocatecumenal, dejó escrito en sus Diarios: “Palabra. Ser el pueblo elegido por Dios significa estar inmediatamente expuesto a su Palabra, con todas las consecuencias capitales del “descontento” de su escucha… La liturgia de la Palabra es esencialmente una actualización de la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica, donde Cristo el Señor está presente en medio de los que creen en Él y se reúnen en su nombre ” (1). Esa era su experiencia tras muchos años de Celebrar la Palabra en comunidad. Los cristianos cuando participamos en la Celebración de la Palabra, cuando la Palabra es proclamada en medio de la asamblea, quedamos expuestos a la Palabra, expuestos a que nos manifieste su voluntad, expuestos a que nos diga “Sígueme”.
Urs Von Balthasar dice que también la Palabra queda expuesta a nuestras tergiversaciones e interpretaciones torticeras: “permite que la toquen y la ataquen. Se ofrece a la réplica, al silogismo, a la deducción teológica. Se desnuda, colocándose en una situación tan arriesgada. Esta es la humillación de la Palabra desde el comienzo” (2). Esta es la kenosis de la Palabra: la Palabra se hace carne; la Palabra de Dios Todopoderoso se hace pequeña para que nosotros, los pequeños, podamos encontrarnos con ella.
Siempre existe un peligro, que en nuestra libertad, manipulemos la Palabra, que la interpretemos bajo nuestros intereses, nuestro egoísmo, nuestra ideología; que el demonio, el mundo y la carne nos cierren el oído. Sólo el Espíritu Santo puede abrirnos el oído a la Palabra, a escuchar la Palabra encarnada, Jesucristo. Esta acción del Espíritu Santo en nosotros nos abre a la Palabra siempre en comunión y obediencia con la Iglesia.
Cada vez que se proclama la Palabra en la asamblea se produce un encuentro entre Dios y el hombre. Es un encuentro de amor, en el que ambos quedamos expuestos el uno al otro, desnudos, indefensos. Porque no hay amor sin libertad. La libertad del humilde que por gracia del Espíritu Santo escucha la Palabra, desnudo y expuesto a que el mismo Cristo le diga: “Sígueme, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme” (Mc 10,21; Mt 19,21). Y la libertad de la Palabra, del mismo Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, que se nos ha manifestado en “carne”, en su Único Hijo Jesucristo, expuesto a ser escupido, rechazado, crucificado, muerto y sepultado. El Logos, la Palabra que se expone a nuestro entendimiento, para ser escupida, rechazada, crucificada, maltratada. La Palabra creadora, Cristo, el Alfa y la Omega. Gran misterio es este. Maravilloso intercambio dicen los Santos Padres: en que Dios se ha hecho hombre en Jesucristo, para que el hombre sea hecho Dios en Jesucristo. Este encuentro, este intercambio acontece cada vez que es proclamada la Palabra en la asamblea.
El primer mandamiento es “Shemá Israel “(Dt 6,4); escucha la Palabra. Escucha la Palabra hecha carne, proclamada en la asamblea. Luz para mis pasos: “lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Salmo 119, 105). Un don del Espíritu Santo es participar en la asamblea de los santos, en la comunidad, para poner mi vida de cada día a la luz de la Palabra. Palabra creadora, liberadora: “nos libras de la esclavitud del pecado, y nos transformas día a día en la imagen de tu Hijo”. Palabra hecha carne, porque es creída: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1, 38). Palabra vivida porque es Verdad: “Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6). Palabra para vivirla: “Cristo vive en mí” (Ga 2, 20).
Cuando el lector proclama la Palabra en la asamblea, en la comunidad, está proclamando la Palabra creadora, la misma que dijo “Hágase la luz” (Gn 1,3), y la luz existió. No es sólo una Palabra de consuelo, de iluminación para mi vida, es mucho más, es Palabra creadora. Una Palabra capaz de regenerarme por dentro, de crearme de nuevo hoy: “todo lo hago nuevo” (Ap. 21, 5). Participar en la liturgia de la Palabra en comunidad es un encuentro de amor con la Palabra, con la persona de Cristo, porque sólo el que ama obedece. Encuentro de amor entre Dios que se revela libremente y el hombre que escucha libremente. Encuentro ante el que sólo cabe el asombro, no el bostezo o la rutina, no la tibieza: “puesto que eres tibio, ni frio ni caliente voy a vomitarte de mi boca” (Ap 3, 16); sólo cabe el asombro del humilde: “si no cambiáis y os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 3).
Dice Von Balthasar que para nosotros gracias a la Encarnación de Jesucristo, “la palabra de la Escritura es palabra después de la cruz, es carne resucitada… es palabra del Resucitado… es palabra hecha carne, muerta, resucitada” (3). Es Palabra para hacerse vida en la vida del cristiano, en la vida de cada hombre, de cada época y lugar, en tu vida y en la mía. Palabra que puede ser aceptada (“Hágase en mí según su Palabra”) o rechazada (“non serviam”). La humildad abre la puerta a la acción de la Palabra; la soberbia se encierra en sí misma.
Palabra que desciende a la asamblea, que entra en cada uno de los que la escuchan, y sólo los pobres escuchan, porque los ricos sólo se escuchan a sí mismos. Palabra que se hace carne por obra y gracia del Espíritu Santo, a pesar de mis pecados, de mi pobreza, de mi realidad limitada, de mi “empanada mental”, como dice Ratzinger: “es cierto que el hombre no puede salir de sí mismo; pero Dios puede penetrar dentro de él” (4) La Palabra es acción, está siempre en movimiento, crea y recrea cada día.
Palabra viva, actuante. Palabra de vida y libertad, Palabra que me “libera de la esclavitud del pecado”, que me pone en camino a la libertad. Este es el punto: escuchar (“Escucha Israel” Dt 6, 4), dejarse llevar por la Palabra, cada día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, así toda nuestra vida, expuestos a la Palabra, en camino a la casa del Padre, expuestos a la acción del Espíritu Santo que en medio de la asamblea nos concede el don de escuchar una Palabra que nos transforma día a día en la imagen de Cristo.
Esta es la experiencia de Carmen Hernández y Kiko Argüello en la primera comunidad neocatecumenal nacida en las chabolas de Palomeras entre los pobres, los gitanos y los quinquis. Esta es la experiencia de miles de hermanos en miles de comunidades neocatecumenales de todo el mundo que han nacido tras escuchar la predicación del kerigma, y que se reúnen todas las semanas a escuchar la Palabra y a celebrar la Eucaristía en comunidad. Y esta es mi propia experiencia.
- Carmen Hernández. Diarios 1979-1981. BAC 2017. Madrid. 324. Página 149.
- Von Barlthasar. Verbum Caro. El lugar de la teología. Ediciones Encuentro 2001. Página 163.
- Páginas 160-161.
- Escritura e interpretación. Ediciones Palabra 2003. La interpretación bíblica en conflicto. Página 46.