En aquel tiempo, habiendo expulsado Jesús a un demonio, algunos de entre la multitud dijeron:
«Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios».
Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:
«Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín.
El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.
Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares buscando un sitio para descansar; pero, como no lo encuentra, dice:
«Volveré a mi casa de donde salí.»
Al volver, se la encuentra barrida y arreglada.
Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí.
Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio». Lucas 11, 15-26
En relación a una experiencia familiar reciente, me pregunto cómo y por qué se ha llegado a una fuerte pérdida de la esperanza cristiana.
La sociedad de hoy ha perdido la dimensión de la esperanza, está fuertemente afectada por el secularismo «que prescinde de la dimensión del misterio, la descuida e incluso la niega. (…) es una reducción de la visión integral del hombre» (1) El mundo actual pone múltiples insidias a la esperanza cristiana. El secularismo constituye como la atmósfera en que viven muchísimos cristianos de nuestro tiempo. Frecuentemente miran con ansiedad la muerte futura; los atormenta no sólo «el dolor y la progresiva disolución de su cuerpo, sino también, y mucho más, el temor de una perpetua desaparición» (Ibid.)
Esta mentalidad viene alimentada por algunas interpretaciones de los dogmas que los fieles perciben como si se pusieran en duda la misma divinidad de Cristo o la realidad de su resurrección. Se oye discutir sobre la existencia del alma, sobre el significado de la supervivencia; asimismo, se pregunta qué relación hay entre la muerte del cristiano y la resurrección universal. Todo ello desorienta a los cristianos, al no reconocer ya su vocabulario y sus nociones familiares» (Ibid.). Está muy difundida, y por cierto no sin la ayuda de los medios de comunicación, la mentira de que el hombre, como las demás cosas que están en el espacio y el tiempo, sería completamente material y con la muerte se desharía totalmente.
Por otra parte, la esperanza se ve sacudida por el pesimismo acerca de la bondad misma de la Creación y de la naturaleza humana, que nace del aumento de angustias y aflicciones. Frente a las expectativas de un mundo en constante evolución hacia el progreso, se asiste a una amarga decepción: «Pues hoy crecen por todas partes el hambre, la opresión, la injusticia y la guerra, las torturas y el terrorismo y otras formas de violencia de cualquier clase». En las naciones ricas, muchísimos se ven atraídos «por la idolatría de la comodidad» (Ibid.), y se despreocupan de sus prójimos.
En éstas circunstancias es fácil pensar que el hombre, esclavo, en tal grado, de los instintos y concupiscencias y sediento exclusivamente de bienes terrenos, no esté destinado a un fin superior. De este modo, muchos hombres dudan si la muerte conduce a la nada o a una nueva vida. Entre los que piensan que hay una vida después de la muerte, muchos la imaginan de nuevo en la tierra por la reencarnación. (…) El indiferentismo religioso duda del fundamento de la esperanza de una vida eterna, es decir, si se apoya en la promesa de Dios por Jesucristo o hay que ponerlo en otro salvador que hay que esperar.
También se silencia hoy la esperanza cristiana por (…) la tendencia que se da en ciertos teólogos de la liberación que insisten de tal manera en la importancia de construir el reino de Dios ya dentro de nuestra historia, que la salvación que trasciende la historia, parece pasar a un segundo plano de atención. Eso ocurre “cuando se coloca el reino de Dios en una sociedad sin clases, (…) Y cuando la praxis cristiana se dirige con tal exclusividad a establecerlo, que surge una lectura desfigurada del Evangelio en la que lo que pertenece a las realidades absolutamente últimas, se silencia…”
En este sentido, (…) el hombre «se sitúa en la perspectiva de un mesianismo temporal, el cual es una de las expresiones más radicales de la secularización del Reino de Dios y de su absorción en el mero panorama de la historia humana». La esperanza teologal pierde su plena fuerza siempre que se la sustituye por un dinamismo político. Esto sucede, cuando de la dimensión política se hace “la dimensión principal y exclusiva”. (Cfr. Ibid.).
Las interpretaciones sacadas del pensamiento marxista, difícilmente son conciliables con el cristianismo. Es conocido que el marxismo clásico consideró a la religión como el «opio» del pueblo; pues la religión «orientando la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo apartaría de la construcción de la ciudad terrestre» (Ibid.). Tal acusación carece de fundamento objetivo. Es más bien el materialismo el que priva al hombre, de verdaderos motivos para edificar el mundo. ¿Por qué habría que luchar, si no hay nada que nos espere después de la vida terrena? «Comamos y bebamos, que mañana moriremos» (Is 22, 13).
De paso por algunas ciudades de Ecuador donde se insiste pastoralmente sobre la Teología de la Liberación, me ha llamado mucho la atención observar que los cementerios de esas ciudades y comunidades cristianas estaban sucios, llenos de abrojos y malas hierbas, abandonados… donde realmente se llega a afirmar: ¡Aquí reina la muerte!
Sin embargo, en Lituania y Letonia, países donde me encuentro actualmente, los cementerios están llenos de flores, luces, candelas, son jardines muy limpios que son visitados hasta por los alumnos de profesores de universidad fallecidos, que van a honrar a sus maestros con flores y oraciones. Después de setenta años de marxismo ateo, en estas comunidades cristianas no se ha logrado hacer desaparecer la esperanza cristiana en la Resurrección futura de la carne.
Por el contrario, es cierto «que la importancia de los deberes terrenos no se disminuye por la esperanza del más allá, sino que más bien su cumplimiento se apoya en nuevos motivos» (Ibid.). Liberar a las personas del pecado, de la muerte, del demonio y del infierno, abriendo para ellos las puertas de la Vida Eterna y del Reino de los Cielos, es lo que hace Jesucristo en la Iglesia, esta es la verdadera expresión de la Caridad.
La respuesta cristiana a las perplejidades del hombre actual, como también al hombre de cualquier tiempo, tiene a Cristo resucitado como fundamento y se contiene en la esperanza de la gloriosa resurrección futura de todos los que sean de Cristo (Ibid.), la cual se hará a imagen de la resurrección del mismo Cristo: «como hemos llevado la imagen del [Adán] terreno, llevaremos la imagen del [Adán] celeste» (1 Cor 15, 49), es decir, del mismo Cristo resucitado. Nuestra resurrección será un acontecimiento eclesial en conexión con la Venida del Señor, cuando se haya completado el número de los hermanos (cf. Ap 6, 11).
Mientras tanto hay, inmediatamente después de la muerte, una comunión de los bienaventurados con Cristo resucitado que, si es necesario, precisa de una purificación escatológica. La comunión con Cristo resucitado, previa a nuestra resurrección final, implica una determinada concepción antropológica y una visión de la muerte, que son específicamente cristianas. (…)
Cristo es el fin y la meta de nuestra existencia; a él debemos encaminarnos con el auxilio de su gracia en esta breve vida terrestre. La seria responsabilidad de este camino puede verse por la infinita grandeza de aquel hacia el que nos dirigimos. Esperamos a Cristo, y no otra existencia terrena semejante a ésta, como supremo cumplimiento de todos nuestros deseos. (Ibid.).
Pastoralmente es necesario señalar que, ante esta situación, el Arzobispo de Sevilla ha restaurado recientemente las «Exequias Corpore insepulto» en las Parroquias de su Arquidiócesis.
Pero, a otro nivel, aparece la urgente necesidad de la Nueva Evangelización que, inspirada por Dios para estos tiempos, da y anuncia al hombre contemporáneo la medida de su alta dignidad, y del amor de Dios en su vida. Amor que llegará a él por el anuncio del Evangelio «a tiempo y a destiempo», y por la propuesta de la Conversión y del Bautismo.
(1) Estos párrafos son una re-lectura personal de la Declaración de la Comisión Teológica Internacional (1990), Algunas cuestiones actuales de escatología. http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/1990_problemi-attuali-escatologia;
La Palabra más autorizada en materia de Escatología es la Encíclica del Papa Benedicto XVI, Spe Salvi, Salvados en Esperanza.