Por la inmensa misericordia de Dios nos disponemos a iniciar una nueva colaboración con Buena Nueva, esta vez para comentar catequéticamente, sin prisas, también sin grandes pretensiones, el libro del Éxodo.
Hablar del libro del Éxodo supone hablar de dos historias que se entremezclan a pesar de su alteridad y, más aún, de su disparidad. Me refiero a la historia de Dios por una parte, y a la del hombre por otra. La alteridad se impone por su radical evidencia: Dios es el totalmente Otro para el hombre. Sin embargo, aun siendo totalmente el Otro, podríamos decir que sólo es entendible en la medida en que pone su Ser trascendente al servicio del hombre. Esto mismo da pie para comprender la disparidad.
Por supuesto que lo que acabo de decir es un atrevimiento que se puede rebatir de mil formas, maneras y argumentos. Pero es que la fe y el amor encierran, en su inmenso e infinito seno, razones que escapan a la fría lógica de los conceptos físicos y metafísicos. El libro del Éxodo, así como toda la Escritura, es un buen y claro ejemplo de ello.
Éxodo, salida, éste es el tema, el asunto que implica a Dios con el hombre. Hablamos de una salida hacia Dios partiendo del hecho de que la vida de la humanidad, por muy gigantesca que sea, está como encerrada en una burbuja que, aun cuando de inabarcables dimensiones, no deja de ser una burbuja con sus límites. En este sentido podemos afirmar que contra esas lejanísimas paredes que la configuran se estrella el hombre. Y así, la muerte “inmisericorde” se presenta como un gran e inmenso frontón contra el cual se golpea rompiéndose toda existencia humana, a no ser que «el Otro» abra un camino que le haga salir airoso de la burbuja. La imagen de todo esto es el Éxodo, y lo iremos viendo por obra y gracia de Dios a lo largo de estas catequesis.
A la luz de este preliminar nos es fácil ver la imagen catequética que Dios quiso transmitimos a lo largo del Éxodo. Egipto representa la burbuja en la que se mueve, incluso a veces a sus anchas y a gusto, el pueblo de Israel. Sabemos que este pueblo simboliza a la humanidad entera en cuanto proyecto salvífico de Dios. Acabo de decir que Israel a veces se encontró a gusto en sus límites, es decir, en Egipto. Nos puede parecer poco creíble. Sin embargo, sabemos que cuando movido, empujado por Moisés en nombre de Dios, tiene que romper moldes existenciales para ir al encuentro de la Existencia, no pocas veces protesta y hasta maldice a Moisés por haberle sacado de la burbuja en la que su pobre y escasa vida discurría, según ellos, plácidamente.
Oigamos a este respecto una de sus muchas y ásperas rebeliones que tuvieron contra Moisés en el desierto: «Toda la comunidad de los israelitas empezó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto. Los israelitas les decían: «¡Ojala hubiéramos muerto a manos de Yahvé en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta hartamos! … «(Ex 16,2-3).
He aquí el problema de todo hombre cuando se trata de desafiar la burbuja a fin de abrirse a la Trascendencia. El hecho es que el Mesías hizo su éxodo desde el Padre hacia el hombre para buscarle y ayudarle a romper todos sus encasillamientos.
El problema, y no es otro, consiste en no ver más allá de sus paredes. Por supuesto que intuye que llegará un momento en que éstas se estrecharán monstruosamente hasta engullirles en la nada. Lo intuye pero al presente, y por eso de que más vale pájaro en mano que cien volando, se acostumbra con una relativa comodidad al hábitat que con tanto esfuerzo se ha forjado, Es cierto que tiene momentos de lucidez en los que llega a atisbar que su pequeño paraíso conquistado no es más que una inmensa y hasta lujosa cárcel de la cual es rehén. En otras palabras, el hombre en la burbuja llega a ser esclavo de sus propios éxitos y conquistas…
El éxodo definitivo, el de la Nueva Alianza, el que marcó con sus huellas luminosas el Divino Errante, el que salió del Padre hacia el hombre y al Padre volvió; Él atravesó de una vez para siempre la burbuja hiriéndola de muerte y la abrió para toda la humanidad.
Respecto del éxodo de Jesús, Él mismo dice: «Salí del Padre y he venido al mundo Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). Como ya he anunciado, Él no hace solo este su éxodo de vuelta, sino que nos lleva a todos: «Cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,3).
Vamos, pues, a ver pausadamente algo del inmenso e inabarcable éxodo de Israel. Es un éxodo que prefigura el éxodo definitivo del Señor Jesús, por lo tanto, también es el nuestro.
Veremos los textos más representativos sin prisas, deleitándonos en lo que Dios nos quiera ofrecer. He empezado dando gracias a Dios que nos regala su Sabiduría para hacer este servicio. Llega el momento de dar también gracias a Ángel que pone a nuestra disposición la página de Betania para estas catequesis.