Un campo de interrelación entre la ciencia y la fe lo constituyen los milagros. Cada año el Papa incluye en el catálogo de los Santos canonizados a un buen número de Beatos. Para llegar a la meta final de la canonización, hay que pasar antes por unos largos procesos, entre cuyos elementos necesarios figura la demostración de al menos un milagro realizado por la intercesión del Siervo de Dios o del Beato.
Esto significa que cada año la Iglesia reconoce la veracidad de aproximadamente una docena de milagros irrefutables. Y para dictaminar la realidad o no de dichos milagros, la Congregación para las Causas de los Santos acude a un organismo propio denominado “Consulta Médica”, formado por más de cincuenta médicos, el cual tiene por cometido estudiar las curaciones supuestamente milagrosas y definir cuáles de ellas son científicamente inexplicables. De modo que se aborda así el estudio de casos que rebasan las leyes de la naturaleza.
Los requisitos para considerar una curación como milagrosa son muy estrictos. Primeramente se precisa que la curación sea instantánea, es decir, que se haya realizado en pocos minutos o como mucho, en unas horas. En segundo lugar, que la curación sea completa, lo que significa la vuelta del organismo a una situación de plena normalidad. En tercer lugar, la curación debe ser duradera, lo que implica una salud permanente durante bastantes años después del pretendido milagro. Finalmente, como cuarto requisito, que sea científicamente inexplicable. Y para ello se toma en consideración siempre el elemento objetivo; por ejemplo, la regeneración de unos tejidos quemados: no basta, pues, con la desaparición portentosa de unos dolores o de otros elementos subjetivos. No basta, tampoco, con que sea inexplicable una curación, sino que debe demostrarse positivamente que no existe una respuesta científica que aclare el milagro; es decir, es determinante que la curación sea tan extraordinaria que nunca pueda explicarse científicamente.
Los milagros ponen de manifiesto la voluntad que Dios tiene de mostrar, de hacer patente su presencia entre los hombres. Y de recordarnos a los científicos que Él es el autor de nuestro Universo y de las leyes que lo rigen.