Desde que Simone de Beauvoir tituló su libro sobre la mujer, “Segundo sexo”
—ciertamente para criticarlo—, han corrido ríos de tinta.
Hoy nadie duda que la mujer no es un segundo sexo, inferior, sino “otro sexo”,
diferente al del varón, pero con igual dignidad y derechos.
influencia de la mujer en la historia y en la sociedad
A pesar de ello sigue existiendo una crisis de identidad que lleva a la mujer por caminos equivocados, a veces de simple revancha e imitación de los modos masculinos de ser. Pierde así su feminidad y eso repercute en la sociedad entera. Quizá la crisis de valores en la sociedad actual sea, en buena parte, consecuencia de la crisis de identidad de la mujer y la pérdida de su originalidad femenina. La cultura de la vida —que eso es lo que significa Eva: vida— está dando paso a la cultura de la muerte.
Como el espacio en estas páginas es pequeño, más que elucubrar sobre la identidad de la mujer, que “nace y se hace”, y no es una simple “construcción cultural”, trataré de incluir opiniones de prestigiosos autores que se han interesado por la influencia de la mujer, para que nos ilustren sobre este tema.
pilar esencial en la familia y en la sociedad
Dice Ortega y Gasset, en su libro “Estudios sobre el amor” que la influencia de la mujer opera a modo de clima y así como “la excelencia varonil radica en un hacer, la de la mujer en un ser y en un estar; el hombre vale por lo que hace, la mujer por lo que es”.
Julián Marías estudia en varios de sus libros —sobre todo en “La mujer en el siglo XX” — el papel decisivo de la mujer en la educación de los hijos y, por tanto, en la configuración de las generaciones futuras, ya que ella es la principal transmisora de creencias. “Lo más parecido a la creación de que es capaz la humanidad es la formación de personas, que es justamente lo que hace la mujer cuando la maternidad es en ella vocación absorbente en la cual interviene su realidad total”
“!Ay, cuantas cosas perdidas que no se perdieron nunca!: todas las guardabas tú”.
Así habla Pedro Salinas de esa capacidad de quedarse, de acampar, que promueve la mujer frente al nomadismo varonil, iniciando con ello la agricultura, la cerámica… por esa propensión a la interioridad, al sosiego, a la aceptación de la realidad y a su acogida tan propias de la mujer.
Recordemos al modelo de mujer, la Virgen María, que “guardaba estas cosas, ponderándolas en su corazón” (Lc 2,51). Frente a un mundo tan ajetreado y ruidoso, dice Julián Marías que “la mujer necesita un margen de holgura y reposo para poder sedimentarse y madurar. Siempre se ha hecho la mujer con una fuerte dosis de soledad, la única forma fecunda de la vida, además de la entrada en sí misma —condición del espíritu—, interioridad”.
Blanca Castilla de Cortázar, en uno de sus libros, expresa esa diferencia entre lo masculino y lo femenino. Dice así: “El varón al darse sale de sí mismo. Saliendo de él se entrega a la mujer y se queda en ella. La mujer se da pero sin salir de ella. Es apertura, pero acogiendo en ella. Su modo de darse es distinto al del varón y a la vez complementario, pues acoge al varón y a su amor. Sin el varón la mujer no tendría adónde ir. Sin el varón la mujer no tendría qué acoger. La mujer acoge el fruto de la aportación de los dos y lo guarda hasta que germine y se desarrolle. Posteriormente, la mujer es apertura para dar a luz a un ser que tendrá vida propia”.
apertura, acogida, fuente de fuerza espiritual
De la mujer ha escrito con especial finura Juan Pablo II. En su encíclica “Mulieris Dignitatem” afirma: “La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial al hombre. Naturalmente cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer, sobre todo en razón de su feminidad y ello decide principalmente su vocación. Por ello es fuerte apoyo insustituible y fuente de fuerza espiritual para los demás”
En su obra dramática “Esplendor de paternidad”, el mismo Wojtyla expresa con gran belleza las palabras de una madre al hijo: “No te vayas. Y si te vas, recuerda que permaneces en mí. En mí permanecen todos los que se van. Y todos los que van de paso, hallan en mí un sitio suyo; no una fugaz parada, sino un lugar estable. En mí vive un amor más fuerte que la soledad (…) No soy la luz de aquellos a quienes ilumino; soy más bien la sombra en que reposan. Sombra debe ser una madre para sus hijos. El padre sabe que está en ellos: quiere estar en ellos y en ellos se realiza. Yo, en cambio, no sé si estoy en ellos; sólo los siento cuando están en mí”.
Del papel de la mujer al lado del varón oigamos a los poetas:
“Andando de tu mano,
¡qué fáciles las cimas!
Alto se está contigo,
tú me elevas, sin nada,
tan sólo con vivir
y dejar que te viva”
(Salinas, “Razón de amor”)
“Tú y tus miradas me han hecho elevarme por encima del tiempo y sentir la ternura de Dios. Tú me clavas y me sujetas a lo efímero al mismo tiempo que me transportas hacia lo eterno” (Gustave Thibon, “Nuestra mirada ciega ante la luz”).
El hombre y la mujer se necesitan mutuamente para ser cada uno quien es:
“Dicen que el hombre no es hombre
hasta que no oye su nombre
de labios de una mujer.
Puede ser.”
(Antonio Machado)
“Pero al decirme “tú”
—a mí, sí, a mí entre todos—
más alto ya que estrellas
o corales estuve…
Posesión tú me dabas
de mí, al dárteme tú”.
“Cuando tú me elegiste
—el amor me eligió—,
salí del gran anónimo
de todos, de la nada”.
Como dice Antoine de Saint-Exupéry, el amor exige abrirse y mirar juntos en la misma dirección.
“!Darme, darte, darnos, darse”.
no cerrar nunca las manos,
no se agotarán las dichas,
ni los besos, ni los años,
si no las cierras.
¿No sientes la gran riqueza de dar?
La vida nos la ganaremos siempre,
entregándome, entregándote…”
(Añado yo: “entregándonos”)
(Salinas, de nuevo)