Me parece importante hacer una seria reflexión sobre los acontecimientos que se han sucedido a raíz de los atentados de París del 7 de enero del 2015; sobre lo que está pasando en Europa en particular y en el mundo en general, y sobre la naturaleza del Islam. En primer lugar, como cualquier persona sensata, sea de la tendencia que sea, condeno enérgicamente y sin paliativos dichos atentados, así como cualquier intento de imponer las propias ideas por la fuerza. No se puede matar a nadie, por muy equivocado que esté, y mucho menos hacerlo en el nombre de Dios. Quienes cometen tales actos no pueden reivindicar ningún estatus de mártires ni de patriotas, son simplemente asesinos. Por ello hay que denunciar todo atropello a la dignidad de la persona y a su integridad física en cualquier lugar y situación.
Condenamos, por tanto, los atentados de París, el de Sidney, los que se perpetraron contra las torres gemelas de Nueva York, los trenes de cercanías de Madrid o el metro de Londres. Y condenamos, sobre todo, el exterminio sistemático de cristianos y de las personas de confesiones distintas a la umma islámica que se está produciendo en lugares como el Medio Oriente y en ciertos países de África, ante los ojos, muchas veces impasibles, del mundo.
En segundo lugar he de decir que “yo no soy Charlie”. No comparto el modo de actuar de este semanario ni el de otras publicaciones similares, porque una cosa es la libertad de expresión y otra muy distinta el insulto y el ofender los sentimientos de las personas. La libertad de expresión no es un derecho absoluto, está limitado por el respeto al otro. El caricaturizar gratuitamente a Mahoma y el ridiculizar las creencias de los musulmanes, o de cualquier otro colectivo de personas, es sencillamente insulto y provocación, no libertad de expresión. Esta misma publicación también ha despreciado los grandes misterios de la fe cristiana. Presentar a los dibujantes de esta revista como portaestandartes de los valores de Occidente sí que resulta una verdadera caricatura.
Es, además, necesario denunciar la hipocresía de la sociedad occidental que defiende el sacrosanto derecho a la “libertad de expresión” mientras impone una ley mordaza a cuantos disienten de los dogmas establecidos por la nueva religión laicista. Como por ejemplo a quienes afirman, como la Iglesia, que la particular inclinación de la persona con atracción hacia el mismo sexo “debe ser considerada como objetivamente desordenada”, o metiendo en la cárcel a un padre alemán por negarse a que su hija asistiera a las clases de adoctrinamiento sexual en la Ideología de género, tal como ocurrió el 26 de noviembre del pasado año. En estos casos ya no hay libertad de expresión, sino imposición del rodillo laicista.
¿A qué se debe esta doble vara de medir que, mientras declara que es libertad de expresión ofender las posturas de los creyentes en la religión que sea, llama homofobia a quienes exponen simplemente lo que piensan sobre determinadas conductas? Si las opiniones de los que no estamos dispuestos a aceptar esta nueva dictadura están equivocadas, demuéstrese en qué, pero no sean puestas sin más al margen de la ley, porque esto es sencillamente dictadura. A este respecto quiero hacerme eco de las palabras del obispo de San Sebastián con motivo de las fiestas patronales de la ciudad. Refiriéndose al verdadero sentido del martirio como el de aquel que da la vida por amor, denunciaba Mons. Munilla la corrupción que de tal concepto hacen los fundamentalistas musulmanes, pues el mártir deja de ser víctima para convertirse en verdugo, presa de un fanatismo pseudoreligioso.
incompatibles con la democracia
En tercer lugar, hemos de afirmar que, pese a todo, el Islam es el mayor peligro para la sociedad, como lo avalan los hechos de catorce siglos de historia musulmana. No se puede afirmar, como hacía el presidente francés poco después de los atentados de Paris, que el Islam es compatible con la democracia. ¿Se puede afirmar esto de una religión que prohíbe taxativamente la expresión pública de credos distintos del Islam o que condena a muerte a aquel que, nacido musulmán, desee lealmente cambiar de religión o no coincida con las creencias de la mayoría suní o chií? Una sociedad que no tolera la disidencia no puede llamarse compatible con la democracia.
Tampoco se puede ir afirmando, como hizo el primer ministro australiano después del atentado de Sidney que los autores del mismo no eran musulmanes sino terroristas; ni se puede, como el presidente norteamericano, defender que “el estado Islámico de Irak y el Levante” no habla en nombre de ninguna religión. Se equivocan. Así lo manifiesta el “Hermano Rachid”, nacido en Marruecos y residente actualmente en los Estados Unidos, hijo de un imán y convertido al cristianismo, que nos advierte que los terroristas musulmanes y el Estado Islámico hablan en nombre del Islam, materia en la que el autoproclamado califa Abubakr-al-Bagdadi es doctor. ¿Conocen los dirigentes occidentales el Islam mejor que Abubakr o los asesinos de Boko Haram, Al-Qaeda y todos los grupos terroristas que se han alzado en el nombre del Islam contra Occidente?
Tampoco es aceptable la declaración presentada conjuntamente por Cameron y Obama de que el mejor remedio contra el terrorismo islámico es la mejora de las condiciones de vida de los musulmanes. Porque los jóvenes europeos que emigran hacia el Oriente Medio para integrar los grupos terroristas musulmanes son muchos de ellos intelectuales que están bien posicionados en la sociedad y, por otro lado, como indica Rachid, la condición de los cristianos en Oriente medio es mucho peor que la de los musulmanes; en cambio, ningún cristiano se ha levantado para poner bombas o integrar las bandas terroristas; con lo cual todos sus miembros, son, sin excepción, musulmanes. Son ellos los que secuestran muchachas para venderlas como esclavas sexuales a sus adeptos, los que decapitan occidentales inocentes, masacran a las poblaciones que no participan de su credo, sean cristianas o musulmanas de distinta confesión, detienen un autobús y asesinan sin más a los que no saben recitar el Corán y arrojan al Tigris con un tiro en la nuca a los homosexuales.
Como sostenía recientemente el filósofo Alain Finkielkraut: «Es absurdo afirmar, como lo hizo Alain Juppé, “que los asesinos sean gente sin fe ni ley; sin fe, insisto”. Fe: un Corán literalista, por atenerse al cual se da la vida propia y ajena. Ley: una sharía, común a todos los musulmanes, a todos los sumisos a Alá. Estas gentes son yonkys de la fe». Por tanto, no es posible seguir empeñados, como la izquierda europea, en presentar un idílico paisaje humanista y seguir proclamando que los asesinos no tienen relación con la religión musulmana ni con la emigración musulmana. No se puede llamar religión de paz a aquella que señala en la shura 47, verso 4, llamada la “shura de Mahoma”, lo que sigue: “Cuando sostengáis un encuentro con los infieles, golpead los cuellos con la espada hasta someterlos».
“choque de civilizaciones”
Es verdad, se nos dice, que hay muchas interpretaciones del Islam y que los que cometen tales atrocidades son únicamente extremistas, que no representan al verdadero Islam. Pero son muchos los grupos extendidos por Asia, África, Europa y Oceanía que persiguen estas posturas extremas, financiadas muchas de ellas por los regímenes absolutistas de la península arábiga. No podemos olvidar que, en la mayoría de estos países, domina la corriente más intransigente del Islam y que con sus petrodólares financian la expansión musulmana por medio mundo. Tampoco hemos de dejar de lado la persecución directa que se está produciendo contra los cristianos en Afganistán o Pakistán, o la discriminación contra la mujer en países de mayoría musulmana. Esto es lo que podemos esperar si el Islam, como es su objetivo, llega a dominar puesto que estos son sus principios fundacionales. Una religión que no acepta al otro si no es para convertirse o ser asesinado, no es el mejor ambiente en donde se pueda esperar la aceptación y el respeto a la opinión del otro.
“En el mundo se perfila un complejo conflicto mundial entre el Islam y Occidente”. No podemos cerrar los ojos a lo que está sucediendo. La utópica “alianza de las civilizaciones” que soñó la izquierda europea se ha mostrado inviable, porque la izquierda no sabe de religión ni entiende el alma islámica; a lo que estamos asistiendo es a un “choque de civilizaciones” cuyo creador fue el propio Mahoma. Desde su aparición, el mundo musulmán ha pretendido expandirse a costa de sus vecinos, imponiendo su visión de la vida por la fuerza —basta echar un vistazo a la historia—. Todas las fronteras del mundo islámico son zonas de guerra. Ellos dividen el mundo en dos partes: Dar-al-Islam (la tierra sometida al Islam) y Dar-al-Harb, (territorio aún no sometido y que, por tanto, es lugar de conflicto hasta que sea integrado a la comunidad islámica).
Para este programa de expansión musulmana el relativismo occidental se lo sirve en bandeja. Para ello usan dos armas: el cada vez más fuerte terrorismo islámico y la emigración musulmana. El diputado holandés Geert Wilders, en una conferencia pronunciada en Nueva York en 2010[1], dijo: «No todo anda bien en el Viejo Mundo. Existe un tremendo peligro acechando… En las grandes ciudades de Europa, a apenas unas pocas cuadras, existe otro mundo. Es el mundo de la sociedad paralela que ha creado la migración masiva musulmana… Es el mundo de las cabezas envueltas en pañuelos, donde las mujeres caminan empujando cochecitos de bebés y llevando otros niños de las manos. Sus esposos, o si ustedes prefieren, “sus amos”, caminan por delante a unos tres pasos de distancia. Hay mezquitas en prácticamente cada esquina. Por ningún lado podrán ver que se está desarrollando alguna actividad económica. Estos son los guetos musulmanes controlados por fanáticos religiosos. Bloques de edificios construidos de tal forma que puedan ser territorialmente controlados, calle por calle, barrio por barrio».
“colonizadores” a la fuerza
En Europa hay ahora miles de mezquitas; muchas ciudades cuentan ya con un cuarto de población musulmana y en otras la mayoría de la población menor de dieciocho años es musulmana. En algunas de las escuelas primarias de Ámsterdam ya no se mencionan las granjas porque hablar del cerdo sería un insulto para los musulmanes. Muchas escuelas estatales en Bélgica y Dinamarca sirven solamente alimentos “halal” a sus alumnos. Destacamos también la introducción de la “sharia” en el sistema legal británico, la brutal paliza que recibió un hombre porque le vieron beber durante el Ramadán, los insultos a las mujeres no musulmanas, la recomendación de no introducir en las escuelas el estudio de autores o de enseñanzas que puedan ofender a los musulmanes…
Las estadísticas señalan que habrá una mayoría musulmana en Europa para cuando finalice este siglo. Esto no sería ningún problema si los migrantes musulmanes mostrasen disposición a integrarse adecuadamente en la sociedad que los acoge. Pero no es así. En Francia la mitad de sus ciudadanos musulmanes consideran que su lealtad para con el Islam en mucho más importante que su lealtad para con Francia. De modo similar, un tercio de los estudiantes británicos musulmanes están a favor de la instauración del califato a nivel mundial. Podríamos calificar a muchos de ellos como “colonizadores” porque no vienen para integrarse en nuestra sociedad; vienen para que nuestra sociedad se integre en su Dar-al-Islam.
Asimismo habría que destacar la importancia del profeta Mahoma. «Si hubiera sido un hombre de paz, no existiría ningún problema, pero resulta que fue un jefe guerrero, asesino de masas, pedófilo, que tuvo muchas esposas, todo al mismo tiempo. La tradición islámica nos relata cómo peleaba en las batallas, de qué manera asesinaba a sus enemigos o ejecutaba a sus prisioneros de guerra… Su pensamiento es que: si es bueno para el Islam, está todo bien. Y si es malo para el Islam, está todo mal», sigue diciendo Geert. Para este diputado, el Islam es una religión, pero en su esencia es una ideología política. «Pretende dictar leyes que alcanzan a todos los aspectos de la vida… Significa “sumisión total”. El Islamismo no es compatible con la libertad y la democracia, porque su meta es solamente la “sharia”… Una Europa Islámica significaría una Europa sin libertad y sin democracia, un territorio desértico económicamente, una pesadilla intelectual».
[1] http://blogs.periodistadigital.com/totalitarismo.php/2010/11/14discurso-de-geert-wilders.diputado-del-p