Es una de las técnicas que utiliza actualmente la Eugenesia -utilización de las leyes de la biología para lograr el perfeccionamiento de la especie.
Los partidarios de la selección genética pre-implantatoria han inventado nuevas palabras que tienen como objetivo tranquilizar la conciencia ante la “incómoda” práctica de la eugenesia. Incómoda porque todavía rechina en el alma eso de eliminar a los débiles, a los poco inteligentes, a los enfermos, a los endebles, a los delicados, a los que tienen algún problema psicológico, a los enfermizos, y por supuesto, a los feos. Hoy en día, sobre todo, a los feos. Ya lo decía aquella simpática canción de los Sírex: “Que se mueran los feos”, hoy impregnada de dramática actualidad.
Expresiones como “diagnóstico pre-implantatorio” o “examen del ADN” resultan inofensivas ante el público general. Pensamos: ¡cómo avanza la medicina! ¡Quizá logre el elixir de la juventud eterna! (y así, podamos quedarnos aquí para siempre)
Las palabras “ pre-embrión” o “pre-zigoto”, son palabras creadas ex-proceso como parte de la estrategia de esta campaña ideológica a favor de la manipulación de embriones humanos. Son vocablos que nunca han existido en la Biología, pero muy útiles para lograr la aceptación popular de la violación de la vida humana en sus comienzos.
Para justificar éticamente la injustificable práctica de la eugenesia, se comienza a emplear términos como “eugenesia buena”, “eugenesia positiva” o “eugenesia inocente”…¡ Qué peligro tienen estas palabras! ¿Quién puede rechazar algo que es positivo, bueno e inocente? La selección de embriones supondría una eugenesia positiva para los progenitores, en cuanto que consiguen sus objetivos, pero negativa para casi todos sus embriones, que son sus hijos, que acabarían muertos.
Estamos asistiendo al nacimiento de una eugenesia disfrazada de espíritu democrático que pretende diferenciarse de la eugenesia practicada en los regímenes totalitarios, cuyo paradigma fue el nazismo (Claudia Navarini, profesora en la facultad de Bioética del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum en Roma). Todos estamos muy concienciados de lo monstruosamente que actuaron los nazis; por eso, nosotros no hacemos esas cosas ¡por Dios, esto es diferente…! Pero la realidad es que no se diferencia en nada: toda eugenesia considera al embrión como material médico que se puede seleccionar para ofrecer un producto, el hijo, lo más perfecto posible.
Estamos ante una eugenesia, que confunde el deseo del hijo con el derecho al hijo, y además, un hijo sano. Una eugenesia impulsada por la determinación vana y peligrosa de eliminar todo dolor y sufrimiento de la vida del hombre a costa de lo que sea; impulsada, también, por los tremendos intereses económicos que se esconden detrás de esta nueva bioingeniería; impulsada, también, por la vanidad: ¡cuánta vanidad late bajo tantos mal llamados “adelantos científicos”, cuánto afán de notoriedad, de prestigio, de fama…!
Todo procede del desconocimiento del valor de la vida humana al identificar los límites de lo humano con lo puramente biológico, con lo material, al considerar que el hombre es sólo materia, o sea: un trozo de carne y hueso.
Con la selección genética de los embriones pre-implantación, el origen de la vida pasa de ser un misterio, un don, un regalo, que hay que acoger y aceptar, a ser un proyecto, un plan bien trazado, que hay que verificar, probar y comprobar, y sólo si es satisfactorio, si todas sus piezas funcionan perfectamente, permitir su plena realización (como en una cadena de montaje).
Entonces, la vida humana en su fase embrionaria ( fase inevitable por la cual todos hemos pasado en el seno de nuestra madre) se transforma en un producto de fabricación industrial, como un coche o una cafetera, siendo despojada de su dignidad de persona humana, para pasar a ser una cosa más, elegible y manipulable. Quiero un coche que corra mucho, de color azul metalizado y …un hijo con mucha masa muscular, muy sano y con ojos también azules. “Gracias a la genética diagnóstica, nos encaminamos hacia una verdadera posibilidad de elección del hijo por venir” (Jacques Testart, genetista)
Con la eugenesia se pretende promover un plan sanitario a costa de escalofriantes discriminaciones entre los seres humanos.
Se esgrimen argumentos aparentemente nobles, como impedir la transmisión hereditaria de enfermedades genéticas a la nueva generación, o salvar millones de vidas utilizando los embriones “descartados” para investigar sobre el Alzheimer o el Parkinson… Pero ¿justifica esto la destrucción de miles de vidas humanas indefensas en sus fases iniciales de desarrollo, que han sido previamente forzadas a la existencia en un laboratorio para trabajar con ellas?
Y no digo vidas pequeñas ni vidas minúsculas, porque la vida no tiene tamaño. Y tan vivo está un embrión humano, como un deportista de élite o un anciano nonagenario, todos tienen vida. La vida no se puede cuantificar, no se puede pesar o medir. Un ser está vivo o no está vivo, igual que una lámpara está encendida o está apagada.
¿Seríamos capaces de vivir tranquilos habiendo aceptado el secuestro, asesinato y la extracción de órganos de otra persona para sernos transplantados? Pues, eso mismo es lo que se pretende con este plan eugenésico.
Respecto a la eliminación de los enfermos, el sentido ético común detesta la supresión selectiva de las personas sobre una base genética o sanitaria.
Evoquemos la Esparta del siglo IV a.C., cuando los niños que no nacían “bien formados” o “fuertes” eran despeñados desde el monte Taigeto.
Recordemos lo que ocurrió en la Alemania nazi, donde miles de disminuidos mentales y enfermos incurables fueron eliminados en la operación Aktion T-4; y cuando se experimentaba con niños gemelos para estudiar los efectos de mutiladoras intervenciones quirúrgicas comparando los resultados obtenidos en “productos idénticos”; cuando fueron utilizados como conejillos de indias para probar fármacos en experimentación; cuando se les colocó en situaciones psicológicas destructivas… Todo ello, con el loable argumento de lograr la salud para una raza pura: la raza aria, superior a todas las razas, libre de imperfecciones y destinada a pervivir sobre laTierra.
Y recordemos lo que ocurrió también en la Unión Soviética, igualmente terrible, aunque menos conocido, y en el norte de Europa (Suecia) donde, hasta los años sesenta, se esterilizó sistemáticamente a grandes grupos de población de forma “democrática” para “impedir” que extendieran su “pésima” semilla social: personas con epilepsia, deficientes mentales, gentes con escasos recursos económicos, a los que se acusaba de su pobreza porque se les consideraba “vagos”…
Y enterémonos de lo que sucede hoy en China, con la eliminación masiva pre y perinatal de las niñas; y en los países pobres, donde, bajo la presión de lobbies poderosos, se está introduciendo el aborto agresivamente, a menudo con fondos de la ONU. Eso sí, por compasión… ¡Pobrecitos los pobres! ¡Que no se reproduzcan más! ¡Así acabamos con los problemas de conciencia, con lo del 0,7 % y todas las demás promesas incumplidas enunciadas de cara a la galería; y podremos seguir tranquilamente nadando en la abundancia! O mejor: ¡Que se mueran los pobres! Y como dice nuestro sabio refranero: “Muerto el perro se acabó la rabia”.
Pero los seres humanos no son perros, son nuestros hermanos. Aunque sean pobres, enfermos, listos o cortos, blancos o negros, judíos o musulmanes, gitanos, chinos, esquimales o quechuas.
Si la selección de embriones nos parece menos aberrante que todo esto, es porque no existe una concepción coherente y justa de su dignidad humana.
Afirmar que el embrión no es uno de nosotros, que no pertenece a la raza humana, equivale a destruir de un plumazo, en nombre del “progreso”, todo lo que la Ciencia ha demostrado en estos años de máximo desarrollo: la Ciencia ha constatado la imposibilidad de identificar un momento en el desarrollo del embrión en el cual podamos decir que éste ser no es una vida humana.
En la primera célula de un ser humano (zigoto) ya están sus 46 cromosomas con sus miles de genes grabados a fuego para siempre. Genes que determinan de forma inevitable las características físicas de esa persona y algunas psicológicas, y que la hacen única e irrepetible.
Todos los seres humanos de todos los tiempos, pasado, presente y futuro, hemos sido una célula primera que, con una vertiginosa actividad, ha evolucionado a embrión, feto, neonato, niño, joven, adulto y anciano. Esto es así, y nunca podrá ser de otra manera. Jamás se podrá obtener un ser humano en otra fase que no sea la de zigoto (salvo Dios, que lo puede todo). Por fuerza habrá que pasar por ahí, nos guste o no. Y esa célula soy yo misma. Esa célula eres tú mismo. ¿O no eres tú mismo el de la foto de las vacaciones del año pasado, y el de la foto del viaje de fin de curso, y el de primera comunión, y el recién nacido arrugadillo en brazos de tu abuelo, o el que estaba dentro de tu madre unos días antes de ver la luz, presionando y dándole patadas en el hígado, y unos meses antes, cuando se te veía en la ecografía chiquitín chiquitín con un puntito en el centro que alternaba blanco-negro, blanco-negro, blanco-negro… y nos decían que era tu corazón latiendo? O ése…¿era otro?
Lo que distingue a un ser humano de otro ser es su dignidad propia y especial, que deviene de ser creado a imagen y semejanza de Dios que en su inmensa misericordia y sabiduría le ha dado la vida. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que el cuerpo humano está dotado de alma espiritual ( Cf n 346), de la que ya hablaba Aristóteles.
“Si la ciencia ha verificado que el zigoto y el embrión son cuerpos humanos, y el cuerpo humano es tal porque está animado por un espíritu de naturaleza racional, de esto se deduce que el zigoto y el embrión son, al igual que nosotros, espíritus encarnados, espíritus en una carne, o sea, personas” (C.Navarini).
Por lo tanto, ninguna característica adquirida en el curso de la vida, ni ninguna circunstancia accesoria del individuo pueden producir la aparición de la dimensión personal humana, o sea, que antes de esa circunstancia no hubiera persona y después de esa circunstancia sí haya persona.
La conclusión indiscutible es que el zigoto y el embrión tienen los mismos derechos que los demás hombres, y por tanto, no pueden ser seleccionados y eliminados, bajo ningún concepto, por ningún objetivo o causa “justa”, enfermedades hereditarias o defectos genéticos.
Entonces ¿con qué derecho interrumpimos la vida de otro ser humano? ¿Existe el derecho a matar a otra persona en la declaración de Derechos humanos?
Nota para Rubén y todos los rubenes: Dios te ama tal como eres, aunque tengas Síndrome de Down. En su perfecta sabiduría y amor, Él te ha creado para llevar el amor a todos los que te rodean. Y con el amor, la paz y la felicidad.
Un plan bien trazado, que hay que verificar, probar y comprobar, y sólo si es satisfactorio, si todas sus piezas funcionan perfectamente, permitir su plena realización (como en una cadena de montaje).
Entonces, la vida humana en su fase embrionaria ( fase inevitable por la cual todos hemos pasado en el seno de nuestra madre) se transforma en un producto de fabricación industrial, como un coche o una cafetera, siendo despojada de su dignidad de persona humana, para pasar a ser una cosa más, elegible y manipulable. Quiero un coche que corra mucho, de color azul metalizado y …un hijo con mucha masa muscular, muy sano y con ojos también azules. “Gracias a la genética diagnóstica, nos encaminamos hacia una verdadera posibilidad de elección del hijo por venir” (Jacques Testart, genetista)
Con la eugenesia se pretende promover un plan sanitario a costa de escalofriantes discriminaciones entre los seres humanos.
Se esgrimen argumentos aparentemente nobles, como impedir la transmisión hereditaria de enfermedades genéticas a la nueva generación, o salvar millones de vidas utilizando los embriones “descartados” para investigar sobre el Alzheimer o el Parkinson… Pero ¿justifica esto la destrucción de miles de vidas humanas indefensas en sus fases iniciales de desarrollo, que han sido previamente forzadas a la existencia en un laboratorio para trabajar con ellas?
Y no digo vidas pequeñas ni vidas minúsculas, porque la vida no tiene tamaño. Y tan vivo está un embrión humano, como un deportista de élite o un anciano nonagenario, todos tienen vida. La vida no se puede cuantificar, no se puede pesar o medir. Un ser está vivo o no está vivo, igual que una lámpara está encendida o está apagada.
¿Seríamos capaces de vivir tranquilos habiendo aceptado el secuestro, asesinato y la extracción de órganos de otra persona para sernos transplantados? Pues, eso mismo es lo que se pretende con este plan eugenésico.
Respecto a la eliminación de los enfermos, el sentido ético común detesta la supresión selectiva de las personas sobre una base genética o sanitaria.
Evoquemos la Esparta del siglo IV a.C., cuando los niños que no nacían “bien formados” o “fuertes” eran despeñados desde el monte Taigeto.
Recordemos lo que ocurrió en la Alemania nazi, donde miles de disminuidos mentales y enfermos incurables fueron eliminados en la operación Aktion T-4; y cuando se experimentaba con niños gemelos para estudiar los efectos de mutiladoras intervenciones quirúrgicas comparando los resultados obtenidos en “productos idénticos”; cuando fueron utilizados como conejillos de indias para probar fármacos en experimentación; cuando se les colocó en situaciones psicológicas destructivas… Todo ello, con el loable argumento de lograr la salud para una raza pura: la raza aria, superior a todas las razas, libre de imperfecciones y destinada a pervivir sobre laTierra.
Y recordemos lo que ocurrió también en la Unión Soviética, igualmente terrible, aunque menos conocido, y en el norte de Europa (Suecia) donde, hasta los años sesenta, se esterilizó sistemáticamente a grandes grupos de población de forma “democrática” para “impedir” que extendieran su “pésima” semilla social: personas con epilepsia, deficientes mentales, gentes con escasos recursos económicos, a los que se acusaba de su pobreza porque se les consideraba “vagos”…
Y enterémonos de lo que sucede hoy en China, con la eliminación masiva pre y perinatal de las niñas; y en los países pobres, donde, bajo la presión de lobbies poderosos, se está introduciendo el aborto agresivamente, a menudo con fondos de la ONU. Eso sí, por compasión… ¡Pobrecitos los pobres! ¡Que no se reproduzcan más! ¡Así acabamos con los problemas de conciencia, con lo del 0,7 % y todas las demás promesas incumplidas enunciadas de cara a la galería; y podremos seguir tranquilamente nadando en la abundancia! O mejor: ¡Que se mueran los pobres! Y como dice nuestro sabio refranero: “Muerto el perro se acabó la rabia”.
Pero los seres humanos no son perros, son nuestros hermanos. Aunque sean pobres, enfermos, listos o cortos, blancos o negros, judíos o musulmanes, gitanos, chinos, esquimales o quechuas.
Si la selección de embriones nos parece menos aberrante que todo esto, es porque no existe una concepción coherente y justa de su dignidad humana.
Afirmar que el embrión no es uno de nosotros, que no pertenece a la raza humana, equivale a destruir de un plumazo, en nombre del “progreso”, todo lo que la Ciencia ha demostrado en estos años de máximo desarrollo: la Ciencia ha constatado la imposibilidad de identificar un momento en el desarrollo del embrión en el cual podamos decir que éste ser no es una vida humana.
En la primera célula de un ser humano (zigoto) ya están sus 46 cromosomas con sus miles de genes grabados a fuego para siempre. Genes que permanecen con la persona hasta el fin del sus días y que la hacen única e irrepetible.
Todos los seres humanos de todos los tiempos, pasado, presente y futuro, hemos sido una célula primera que, con una vertiginosa actividad, ha evolucionado a embrión, feto, neonato, niño, joven, adulto y anciano. Esto es así, y nunca podrá ser de otra manera. Jamás se podrá obtener un ser humano en otra fase que no sea la de zigoto (salvo Dios, que lo puede todo). Por fuerza habrá que pasar por ahí, nos guste o no. Y esa célula soy yo misma. Esa célula eres tú mismo. ¿O no eres tú mismo el de la foto de las vacaciones del año pasado? ¿y el de la foto del viaje de fin de curso? ¿y el de primera comunión? ¿y el recién nacido arrugadillo en brazos de tu abuelo? ¿o el que estaba dentro de tu madre unos días antes de ver la luz, presionando y dándole patadas en el hígado? ¿y unos meses antes, cuando se te veía en la ecografía chiquitín chiquitín con un puntito en el centro que alternaba blanco-negro, blanco-negro, blanco-negro… y nos decían que era tu corazón latiendo? ¿Ése ser era otro… o quién?
Entonces ¿con qué derecho interrumpimos la vida de otro ser humano? ¿Existe el derecho a matar a otra persona en la declaración de Derechos humanos?
Lo que distingue a un ser humano de otro ser es su dignidad propia y especial, que deviene de ser creado a imagen y semejanza de Dios que en su inmensa misericordia y sabiduría le ha dado la vida. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que el cuerpo humano está dotado de alma espiritual ( Cf n 346), de la que ya hablaba Aristóteles.
“Si la ciencia ha verificado que el zigoto y el embrión son cuerpos humanos, y el cuerpo humano es tal porque está animado por un espíritu de naturaleza racional, de esto se deduce que el zigoto y el embrión son, al igual que nosotros, espíritus encarnados, espíritus en una carne, o sea, personas”. (C.Navarini)
Por lo tanto, ninguna característica adquirida en el curso de la vida, ni ninguna circunstancia accesoria del individuo pueden producir la aparición de la dimensión personal humana, o sea, que antes de esa circunstancia no hubiera persona y después de esa circunstancia sí haya persona.
“La conclusión indiscutible es que el zigoto y el embrión tienen los mismos derechos que los demás hombres, y por tanto, no pueden ser seleccionados y eliminados, bajo ningún concepto, por ningún objetivo o causa “justa”, enfermedades hereditarias o defectos genéticos”.(C.Navarini).