«En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”». (Jn 6, 35-40)
Con estas dos palabras francesas queremos acercarnos al misterio eucarístico de Jesucristo. El amor le llevó a tal extremo (Jn 13,1). La presencia de Cristo en el trigo y en el racimo no es obra únicamente del amor, también de la valentía. Ambos elementos son necesarios para llegar al final, para ser cumplidamente perfectos. Un amor valiente y una valentía de amor. La caridad si carece de arrojo se enfría, no vale, es materia de poeta muerto. La valentía si no es amorosa, si no está al servicio del bien, de lo valioso, puede resultar agresividad, temeridad, bravuconería, y en todo caso, vanidad, falta de tacto.
Son las dos armas que necesitamos para la conquista de la altura, de la santidad. Vestidos de amor y de fuerza entramos en el misterio de Dios. Es el traje de bodas exigido (Mt 22, 11-13) para la Fiesta. Ambas realidades se combinan, se refuerzan y alimentan mutuamente para elevar al hombre a Dios, en entera plenitud. Pero insistamos: no basta el simple amor ni basta la simple valentía. Ambos han de darse si queremos derrocar al mal y vivir con “caridad de calidad”.
Ejemplos de amor sin valentía lo encontramos en todos aquellos que viven en torres de marfil haciendo diseños de amor, planes morales o volúmenes blanquinegros. De los segundos, de los que son valientes sin amor, encontramos modelos en aquellos que nunca conocieron la delicadeza, la dulzura, la alteridad. Hombres que tirotean por doquier, gallos de todos los tiempos, quijotes de última hora… Su falta de amor metahumano les hace vagar sin rumbo, sin dirección.
El Pan de Vida es la perfección del atrevimiento y del afecto, calor que achicharra el corazón. Atreverse a encerrar el mar en un vaso…, atreverse a ser digerido… atreverse el Verbo a no hablar… y lo divino a permanecer en especies temporales… es mucho amor, es mucho arrojo. La Eucaristía es la dilatación del amor. La vida de Jesucristo fue una ofrenda de amor valiente. El mismo comunica esa fuerza necesaria a los viandantes de las calzadas de esta Roma que es la vida. Entre pan y circo viven lamentablemente muchos cristianos, al margen de la cruz, como enemigos de la cruz de Cristo (Flp 3,18)
Traigamos a la memoria la historia de Elías. Ya no puede más, el camino le puede, es demasiado, es superior a sus fuerzas; necesita courage, valor, energía, ánimo. Y este arranque lo encuentra el profeta en ese sencillo alimento, anticipo eucarístico (1R 19,5-8). Era Cristo el que alimentaba a Elías. La fortaleza del Señor se convirtió en la indumentaria del escogido. Era la Valentía misma alimentando a sus polluelos. “El hijo predilecto del Señor ha de habitar en confianza; como en habitación nupcial y entre sus brazos guardado esté” (Dt 33,12).
Elías se llenó de entereza y también de engagement, es decir, fortalecido para vivir su cometido, su compromiso sobrenatural hasta el final. Quedó eucaristizado, relanzado a la aventura de la misión y con ganas de más. Esta escena veterotestamentaria, con Cristo, ya no sabe a maná sino a María. Ella estará un día asistiendo a una bodas eucarísticas en Caná como lo está ahora místicamente prestando su carne al Hijo en las cercanías del Horeb. Elías siente el aroma de la Virgen en esa torta cocida y esa jarra de agua. Por ello se levanta, depone su tono depresivo y desconfíado y sigue su viaje guerrero hasta llegar un día al Tabor.
Nadie da lo que no tiene —dice la elemental Filosofía-. Cristo hecho pan, o mejor, el pan transformado en Cristo, comunica ese courage y ese engagement que Él mismo experimenta para poder comprimirse en el Tabernáculo. La Madre procura enlaces, divinas esponsalidades, uniones profundas con el Hijo. Siempre está oteando y favoreciendo esas alianzas nupciales tan alabadas por los santos del Carmelo. Cuando María alcanza el corazón lo consagra, lo dedica, lo prepara para la alianza.
Courage y engagement no son pues simplemente actitudes propias del Verbo que le permiten bajar a las manos del sacerdote, sino que son dos términos expresivos de la esponsalidad divina, de la alianza entre Dios y el alma. San Bernardo de Claraval decía que las personas adolescentes no están capacitadas para subir al lecho nupcial del Esposo. Se requiere vida madura, vida de amor y de valentía.
Las fieras han de quedarse fuera ante este abrazo de amor eucarístico. En las Américas del XVI mientras pasaba el Santísimo por las calles exponían a su paso felinos enjaulados, como tributo y gloria de la Creación. Solo la delicadeza tiene amplia entrada a la intimidad de Dios. La caridad es fuerte (Ct 8,6) pero no maleducada (1 Cor 13). Ni el viento impetuoso, ni el terremoto ni el fuego… La brisa suave, el silbo de un vientecico tenue: he aquí el habitáculo de Dios (1 R 19,1113)
… el silbo de los aires amorosos …
… el aspirar del aire …
(San Juan de la cruz, Cántico A, 13.38)
… y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena …
(San Juan de la cruz. Noche oscura, 6.7)
La Eucaristía es el Corazón de María. Y es por ello el escudo del guerrero. Allí dicen que se adiestran las manos para el combate y los dedos para la pelea (Salmo 143). Allí uno aprende a confiar en Dios en grado superlativo, capacitándose para meterse en la refriega y saltar murallas (salmo 17). Que le pregunten a Elías, a Melquisedec… que le pregunten a Moisés.
Estamos en tiempos de batalla. Amemos al que ha bajado del cielo como consuelo de tanta herida y energía para tanto desaliento. Respiremos la brisa del Génesis, la recreación eucarística. Recibamos con gozo el courage y el engagement que nos viene de nuestro Cristo liado y comprometido por amor. Lleguemos a tiempo a la boda.
Con tu misericordia
Sácianos hoy, y alegres, jubilosos,
Pasemos nuestra vida.
(Salmo 89,14)
Francisco Lerdo de Tejada