En aquel tiempo, llegaron la madre de Jesús y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenia sentada alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre» (San Marcos, 3, 31-35).
COMENTARIO
Hay dos cosas que me llaman la atención en este evangelio. La primera es lo que parece una falta de consideración hacia su madre, que no es tal. Porque Él mismo había dicho: el que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. Porque lo primero es amar a Dios por encima de todo y muchas veces por amar a nuestro seres queridos por encima de a Dios nos hace mirar más por ellos que por Dios. De esta forma dejamos de ser generosos, hacer limosna, dedicarnos a los necesitados, etc…, porque nuestros seres queridos son lo primero. Jesucristo con doce años se quedó en el templo sin pensar en sus padres porque tenía que ocuparse de las cosas de su Padre.
La segunda es que ser del pueblo de Dios, hermanos de Jesucristo, no es una cosa jurídica: yo pertenezco a la Iglesia, soy cristiano. Eso no basta. Jesucristo les decía a los judíos: Dios puede sacar hijos de Abraham de las piedras. Para ser hermanos de Jesucristo lo esencial es escuchar su palabra y hacer su voluntad.
Ayer el Papa nos recordaba la necesidad de escuchar la Palabra: «Leamos algún versículo de la Biblia cada día. Comencemos por el Evangelio; mantengámoslo abierto en casa, en la mesita de noche, llevémoslo en nuestro bolsillo, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos inspire diariamente. Descubriremos que Dios está cerca de nosotros, que ilumina nuestra oscuridad, que nos guía con amor a lo largo de nuestra vida». Así cambiará nuestra vida porque comenzará una nueva forma de vivir.