En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
– «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
– «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún. (Jn. 6, 52 – 59)
“Y entran en Cafarnaún y, al sábado siguiente, entra en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas.” (Mc. 1, 21-22). A este “enseñar con autoridad” que dejaba asombrada a la concurrencia debía pertenecer también el discurso del Pan de Vida que se ha proclamado de manera continuada en la liturgia de los últimos días y que concluye hoy. Tengo que confesar que yo tampoco habría salido de mi asombro y también me habría hecho la pregunta: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Hace unos días publicaba el semanario católico “Alfa y Omega” como cada vez más parroquias celebran el “Seder Pascual” memorial de la Pascua judía que Jesucristo celebró toda su vida. También en el ambiente de la Última Cena. Es un ritual cargado de signos que rememoran la liberación del pueblo de Israel, aunque yo diría más bien, el empeño que ha tenido Dios por hacer con cada hombre y cada pueblo una “historia de salvación” cuyo arquetipo ha sido el pueblo judío. Entre los signos más destacados es que hay muchos panes (ácimos), y lo importante de los signos (visibles) es no quedarse en ellos sino a la realidad a la que nos remiten (invisible). Yo puedo tener ante mí el mejor poema del mundo o la más emocionante pieza musical que si el poema está en chino o no sé solfeo, como es mi caso, me quedo igual que estaba. Los signos o se sabe su significado o son trastos y garabatos. ¿Acaso no puede pasar esto con los signos de la Eucaristía?
Tras una serie de catequesis cuaresmales en la cárcel de Valdemoro donde, junto con voluntarios de Confraternidad Carcelaria, hemos ido haciendo un paralelismo con los momentos más destacados del Éxodo, (la esclavitud, la dureza del faraón, el desierto, las murmuraciones, etc.) con experiencias cotidianas del “desierto” que supone el paso por la prisión. (“Dios no te llevó al desierto a castigarte, sino a hablarte al corazón”)
Quisimos terminar con un momento celebrativo y pensamos en la gran riqueza simbólica que se vive en el Séder Pascual como experiencia de celebrar la libertad, al mismo tiempo que íbamos celebrando la referencia con la celebración de la Eucaristía. El caso es que por una tarde convertimos la capilla en una sinagoga.
El asombro al disfrutar los signos iba “in crescendo” y a cada paso de los 15 del Séder iban descubriendo el significado de muchos otros símbolos de la celebración eucarística, incluso algunos al recibir los “masots” (panes ácimos) ponían las manos como si recibieran la comunión.
Con todo respeto nuestros hermanos judíos tuvimos el atrevimiento de cambiar algún detalle para destacar la nueva Pascua de la “Nueva Alianza”, no solo celebrábamos la anhelada libertad, que es lo más inmediato que desea un preso, sino el triunfo de toda esclavitud: el “paso” de la Muerte a la Resurrección.
Por ejemplo, actualmente no se come cordero, porque éstos han de ser sacrificados en el Templo. En su lugar, y en espera de la reconstrucción del templo de Jerusalén se pone un hueso. Leímos el evangelio de la hora en que Jesús es sacrificado (la misma a la que se sacrificaban los corderos) y como el velo del templo se rasgó, pues ya no hay barrera para el Sancta Santorum. Por el sacrificio de Cristo, nosotros sí tenemos templo: Todo el mundo. Así que, con las preceptivas autorizaciones, disfrutaron de un exquisito cordero asado (ya os podéis imaginar cómo se pusieron). Enseguida salieron los comentarios: ¡Ah!, ¿entonces es por esto por lo que se dice: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo”?
Otro signo llamativo fue la búsqueda del “afikoman”, un trozo de pan ácimo que se esconde y los niños han de buscar al final, con lo que se consigue mantener la atención durante toda la celebración. Cuando se pusieron a buscar el pan, se aprovechó para cambiar el hueso de cordero por el Cirio Pascual y uno de los catequistas gritó: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
Creo que fue una catequesis preciosa y didáctica a la vez. Litúrgicamente hablando no fue la celebración de la Eucaristía, pero cada gesto sabía a “pan de vida”. Contentos no solo por las viandas y el mosto (en este caso no hay más remedio que sea sin alcohol) me quedó grabado en la memoria un interno que al terminar le salió de dentro la expresión: “Ahora sé por qué a este sitio (la capilla) le llaman el “módulo de la libertad”.