En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto (San Lucas 9, 28b-36).
COMENTARIO
—Yo no sabía lo que decía. —Pedro casi susurraba, pero sus palabras nos llegaban a todos en la pequeña estancia. —Luego estuve callado varios días. Era difícil faenar las redes, vender el pescado, responder en casa… mientras no se iba de mi mente lo ocurrido en el monte: Habíamos subido acompañando a Jesús. Quería orar. Habíamos ido otras veces, siempre nos quedábamos un poco alejados, y Jesús oraba, sin palabras. Nosotros recitábamos lo aprendido en la sinagoga, a veces hablábamos, discutíamos, nos rendía la fatiga de los trabajos de los días y nos dormíamos… pero Él oraba, callaba, y nosotros no sabíamos qué pensar, ¿qué hace el Maestro? ¿Le hablará acaso Yahvé en su corazón? No nos atrevíamos a preguntarle cuando al final se reunía con nosotros y su rostro brillaba. Qué contento estaba, y cómo nos miraba. No sabíamos qué decir. Pero aquella tarde…
Pedro, ensimismado, guardó silencio. Nos alcanzó el rumor de las carreras de los niños a la puerta de la casa, los golpes secos de las pezuñas de un asno sobre el camino polvoriento…
—Lo he contado tantas veces… —volvió Pedro, —y cada vez tengo menos palabras, cada vez me quedo más callado, como Jesús: todo lo guardaba en su corazón. Si recordáis lo que os he contado tantas veces, hermanos, lo que pasó aquella tarde… entonces guardad ahora silencio conmigo y ayudadme a escuchar aquellas palabras del Padre. Ayudadme a orar.