Pablo Morata«En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: “Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo. Pero él contestó al que le avisaba: “¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?”. Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: “Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”». (Mt 12,46-50)
Siempre que he oído a alguien comentar este pasaje del Evangelio, lo primero que han hecho ha sido “echar un capote” suavizando la situación diciendo que María es modelo de discípulo y que siempre estuvo a la escucha de la Palabra de Dios, como queriendo salir en defensa de lo que es evidente en una primera interpretación literal del texto: Esto es un desplante y un desprecio hacia su familia.
Además es uno de los relatos que encontramos casi literalmente repetido en los tres sinópticos, por lo que habría que concluir que se trata de “ipsissima verba Iesu” (No sé si está escrito correctamente, porque mi examen de latín fue como Cesc Fàbregas: un “falso 9”). Vamos, que la situación se dio y que la respuesta de Jesús fue literalmente esta.
Y es que desde niño, apuntaba maneras. Ya les puso sobre aviso Simeón: “Este es signo de contradicción… y a Ti, María, una espada te traspasará el alma.” Y unos pocos años más tarde, el primer desplante: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.” Y, ¡anda que hubo en la respuesta el menor atisbo de disculpa!: “Y, ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? (Cf. Lc 2,48-49).
Mi madre, que es una santa, se pone mala cada vez que escucha: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37). Y menos mal que casi no aparece en los textos litúrgicos el paralelo de Lucas, que habla de “odiar padre y madre” (Cf. Lc 14,26). Y cada vez que mi madre me reprocha: “¡Hijo, tienes tiempo para todo el mundo menos para tu madre!”, y yo le respondo con esta cita del evangelio, enseguida contesta: “¡Seguro que eso está mal traducido o lo añadieron después!”.
Pero mi humilde experiencia humana es que cuando estoy en actitud de escucha y abierto a hacer la voluntad de Dios, siento mucho más cariño por mi madre y por los míos, y les dedico más atención. Eso sí, experimentando una gran libertad en los afectos. Por el contrario, cuando estoy sumergido en el pecado, con el oído bloqueado, impermeable a la Palabra de Dios, entonces, mi madre me resulta insoportable, chochea, juzgo a mis hermanos, la llevaría a una residencia.
Actualmente, la familia es la institución más valorada en nuestra sociedad. Si esto no fuera así, ¡cómo podrían muchos sobrevivir a esta crisis! Pero al mismo tiempo, está en peligro. No solo por los ataques que está sufriendo desde numerosos flancos externos. Son mucho más peligrosos los ataques internos; cuando se viven las relaciones familiares de manera “neurótica”, que derivan en actitudes egoístas, posesivas, esclavizantes, que terminan destruyendo la propia familia.
“Yo, por mi hija ¡¡mato!!”, por desgracia se ha convertido en una frase de moda. Ya, pero al mismo tiempo que la “defiendo”, la pongo en el candelero y exploto el personaje, a ver cuánto puedo sacar. ¿No te das cuenta que quien está “matando” a tu hija eres tú?
Flaco favor hacen a sus hijos los padres que, lejos de corregirlos, insultan y amenazan delante de ellos a sus profesores. Flaco favor hacen a sus hijos los padres que, lejos de corregirlos, les consienten cualquier cosa para “evitar” conflictos en la casa. Flaco favor hacen a sus hijos los padres que se llaman a sí mismos “amigo de mis hijos”. Como dice el juez de menores Emilio Calatayud: “Si tú eres el amigo de tu hijo, estás dejando a tu hijo huérfano”.
También en tiempos de Jesús se vivía la “hipocresía familiar”. Y Jesús la denuncia. Efectivamente, la Ley dice: “Honrarás a tu padre y a tu madre”, pero, en fin, si con lo que tendrías que dedicarles a ellos cambiamos los bancos de la iglesia, o restauramos la imagen del Cristo… Total, si en la residencia están mucho mejor… Tienen jacuzzi, campos de baloncesto, y piscina climatizada… y, de paso… sedamos nuestra conciencia. (Cf. Mt, 15,4-6)
Suenan lapidarias las palabras de Jesús: “Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra” (Mt. 10, 35). Pues vivir la familia desde actitudes evangélicas exige superar los “falsos afectos” y amar en la Verdad. Quien te quiere de verdad, te dice la verdad, aunque la verdad duela. El modelo que propone la Sagrada Familia de Nazaret es la humildad y la alabanza; la precariedad y la confianza. No una especie de “sobreprotección” divina, para que no nos pase nada.
El que ama a Cristo más que a su padre y a su madre, ama a su padre y a su madre como Cristo los ama: dando la vida por ellos.
Por eso María, la llena de gracia, la perfectamente redimida, lo es, no por nepotismo, sino porque, guardando estas cosas en su corazón, la hizo tener un corazón libre, también para conocer a su Hijo y en Él, la voluntad de Dios. Y como estaba acostumbrada a los “desplantes”, cuando este le dijo: “Mujer, déjame, que todavía no ha llegado mi hora”. María, como buena madre, tomó las riendas de la situación y dijo: “Haced lo que Él os diga”.
Y también por eso y muchas cosas más, llevan razón los que, al comentar este pasaje del evangelio, afirman que María es modelo de discípulo y que siempre estuvo a la escucha de la Palabra de Dios.
2 comentarios
Claro, es que si amásemos a Cristo más que a nada, amaríamos a todos como a nosotros mismos… Sería el no va más.
Muy bueno. El otro día precisamente me comentaba un amigo que no entendía esas palabras de Jesús,
“Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra”.
Y aquí se vislumbra como el hacer la voluntad de Dios choca simpre con alguien, y ese alguien puede ser de tu familia,
incluso tu padre o tu hijo.