ANDRES Y LIDIA
Estudiantes. Cinco años de noviazgo
¿De dónde has recibido la fe?
Andrés: La fe es un don del Espíritu Santo que el Señor me ha regalado a través de la fe de mis padres y, después, en la Iglesia.
Lidia: Yo también la he recibido de mis padres; se me ha hablado del amor de Dios y se me ha inculcado desde pequeña que estamos de paso, que somos realmente llamados a la vida eterna. Mis padres dijeron que sí a la llamada de Dios de ser Familia en Misión, y al poco de nacer yo nos fuimos a Ecuador con mis seis hermanos mayores. Después de unos años nos mandaron a Perú. Así que esta es la fe que he recibido: apostarlo todo por Jesucristo, con la experiencia de que no se sale defraudado. Una vez que fui consciente he ido viendo que esto se cumplía no solo en mi familia, sino también en mí.
¿Has tenido algún acontecimiento duro en tu vida en que la fe te haya ayudado?
Andrés: Sí, tuve una gran descomunión con mi padre durante años, en la que yo no soportaba su forma de ser, y esto me llevaba a la rebeldía contra él, contra Dios y contra la Iglesia. Pero fue precisamente esta la que me invitó, a través de mis catequistas, a reconciliarme con él. Desde entonces puedo quererlo, no porque él haya cambiado, sino porque el Señor me permitido entender que es el mejor padre para mí. Otro fue cuando Lidia me dejó. Ha sido una de las pocas veces en que he gritado al Señor pidiéndole su ayuda. Ese tiempo me regaló un consuelo que a día de hoy todavía lo recuerdo, y es una de las pruebas por las que sé que Dios no defrauda. Después de un tiempo volvimos a retomar el noviazgo.
Lidia: Por los sufrimientos que he tenido dentro de la familia y los típicos de la adolescencia, mi experiencia es que gracias a la Iglesia he podido reconciliarme con las personas y con mi historia. La fe me ayuda a trascender y ver que los acontecimientos de sufrimiento son una ayuda para llegar a la santidad, pues me permiten conocerme y ver que de mí no sale nada bueno; que necesito que Dios me conceda ser como Él, para poder amar y ser misericordiosa.
¿Estás contento de estar en la Iglesia?
Andrés: Sí, mucho. Me siento un privilegiado, porque no he hecho nada y Dios me lo ha regalado todo. Estar en comunión con Él es tan agradable que no quieres dejar de estarlo. Por eso me duele que tanta gente querida, amigos, compañeros, lo desprecien y no puedan disfrutar de lo que yo tengo, ni experimentar esta paz. Me destroza por dentro que no entiendan que toda su vida la ha pensado Dios para que sean realmente felices; que todo es para bien de los que lo aman.
Lidia: Claramente, porque puedo experimentar que lo que se me anuncia es cierto. He visto que Dios me ha concedido amar, pedir perdón, humillarme, convivir con aquel que muchas veces no soporto… Si no estuviera en la Iglesia, jamás podría llegar a vivirlo.
¿Qué es lo que más te ha sorprendido de Jesucristo en tu vida?
Andrés: Su paciencia y misericordia conmigo. Es genial poder empezar siempre de nuevo y disfrutar de su perdón después de haber sido un pecador integral. No sé qué habría sido de mí si tuviese que cargar con mis pecados toda la vida. Pero Dios lo hace todo nuevo.
Lidia: Ver cómo es fiel todos los días, a pesar de mis pecados.
¿Te has sentido perseguido por profesores, amigos, compañeros, por ser cristiano?
Andrés: Estudio Psicología y Sociología y tengo buenos amigos fuera de la Iglesia; sin embargo, no me he sentido perseguido en absoluto. Muchos jóvenes la juzgan, la persiguen y la odian; pero sé que es porque no la conocen. Si supieran el bien que hace dándonos a conocer a Jesucristo, no lo harían.
Lidia: Desde pequeña, mis amigos del colegio y de la universidad en Perú me llamaban puritana porque no solía hacer muchas de las cosas que ellos hacían, como salir por la noche. Los sábados me iba a la Eucaristía y después a casa, porque mi padre nos decía —y nos sigue diciendo— que acabábamos de recibir el cuerpo de Cristo y salir a beber era desperdiciarlo. Además los domingos rezábamos laudes y pasábamos el día en familia, con lo cual, si había algún plan no solía ir. Muchas veces me he rebelado por esto, hasta que de mayor he comprendido su sentido e importancia. Ahora lo agradezco porque me ha preservado de muchos pecados.
¿Eres consciente que vas contra corriente?
Lidia: Sí, pero me parece ridículo tener que hacer lo que sea para ganar el afecto de tus amigos: salir de fiesta hasta las mil, aunque ni siquiera te apetezca; acostarte con tu novio o con un montón de chicos para que sepan que eres libre… ¿Por qué tendría que hacer eso si no es lo que quiero? La mayoría acaba arrepintiéndose de muchísimas cosas. Obviamente todo el mundo quiere que lo quieran, pero al final, con lo que te quedas, es con el daño que te han hecho o te has hecho a ti misma. Prefiero que me digan que soy tal y cual por no acostarme con mi novio, por no emborracharme o por no drogarme, porque realmente es aquí donde me siento amada. Seguir al mogollón no es lo que te da la felicidad ni lo que te hace sentir profundamente querida. La experiencia que tengo cuando he seguido lo que otros querían, me ha hecho estar triste.
¿Has ido alguna vez a alguna JMJ o misión joven? ¿Qué te ha aportado?
Andrés: Sí, en en la JMJ de 2011, en la Misión Joven y en la Misión Madrid. Han sido una oportunidad más para servir a los demás, pues he estado de voluntario. También me ayudó mucho sentir que formo parte de la Iglesia Universal. Me emocionó en la JMJ de Madrid ver en el Metro a cientos de jóvenes de todo el mundo, que formaban parte de la misma Iglesia que yo.
Lidia: Si, fui a una peregrinación a Arequipa, otra en Portugal y a la JMJ de Madrid. Cada una me ayudó a afianzar y renovar la fe. No es fácil aceptar que tus amigos te critiquen porque no piensas como ellos; pero ver en la peregrinación a miles de jóvenes con tus mismas creencias, es realmente un gran consuelo. La JMJ de Madrid la viví de voluntaria y me ayudó mucho a salir de mí misma. Como siempre, el que más da es el que más recibe.
¿Has sentido que Dios te cuida?
Andrés: Sí. Es fácil darse cuenta en alguien como yo, un “pecador público” —porque se me veía llegar de lejos— al que el Señor lo ha ido transformando. Los detalles que Dios me puesto a lo largo de los años para que pueda ver que todo me viene de Él han sido innumerables. Aunque algunas cosas me parecen aberrantes, son instrumentos para mi salvación.
Lidia: Perú es un país muy peligroso, y más aún donde vivíamos nosotros, en los barrios pobres y marginados de la periferia. Todos los días volvíamos a casa con miedo porque teníamos que caminar por una carretera de arena donde robaban o los hombres decían cosas desagradables. Muchas veces venía mi padre a recogernos cuando bajábamos del autobús o mandaba a mis hermanos mayores. Pero el Señor me ha preservado con un ángel a mi lado que siempre me ha cuidado. La gracia de haber vivido en la Misión me ha protegido de estar en las drogas, el alcohol, el sexo…, donde estaban metidos muchos de mis amigos. Al ser un lugar tan peligroso, mis padres no me dejaban apenas salir de noche, y esto, que me enfadaba mucho, lo he visto ahora como una gracia. ¡No sé qué sería de mí si me hubieran dejado salir todo lo que yo quería! Ciertamente soy muy débil, pero en la adolescencia no era consciente de ello. Cuando me vine a España a seguir los estudios, el Señor ha seguido siendo fiel y me cuida todos los días.
¿Eres capaz de defender a la Iglesia?
Andrés: Estudio Sociología en una universidad pública y ridiculizar a la Iglesia es muy común —más por parte de los profesores que por los alumnos—. No me importa defenderla públicamente en absoluto, ni a la Iglesia ni a su doctrina, pues sé que lo que enseña no son locuras, sino mandatos de vida buenos para todos. El problema es que sus enemigos creen que son imposiciones y limitaciones que les van a robar algo. Yo no soy un intelectual, ni mucho menos, pero he descubierto que la Iglesia me ayuda a ser feliz, y eso me ha llevado a discutir sobre el aborto con doctores en Psicología y en Sociología, durante más de hora y media, llegando a quedarse el aula vacía. No se trata de teorizar sino de vivirlo; de preguntar a las madres que han abortado si sufren o no, de preguntar a los novios si tener relaciones sexuales les ha hecho feliz o no, etc.
Lidia: Más que defenderla, he contado a mis compañeros cómo la Iglesia me ayuda en mi vida, y, al escucharlo, dejan de opinar negativamente, pues los que se meten con ella suelen ser los más ignorantes. Hoy en día, nadie se burla de una tribu súper exótica de África, pero no toleran al cristiano que está sentado a su lado. En Antropología, donde se supone que se promulga un respeto entre todas las culturas, pasa lo mismo: todos creen tener la verdad, pero esa “verdad” no les permite amar al que es distinto.
¿Alguna vez te has encontrado en la oscuridad? ¿Cómo has salido de ella?
Andrés: Durante toda mi adolescencia no he sido consciente del daño que me estaba haciendo a mí mismo, a mis padres y a mi novia. Esa es la oscuridad; no ver nada más que lo que me apetece, lo que me satisface en cada momento. Ello me llevaba a caer en pecados que terminan marcando a uno. Sin embargo, con la ayuda de la Virgen y la paciencia y misericordia de Dios, se han ido curando y limpiando con mucho combate y mucha confesión.
Lidia: Sí, claro. Ha habido varios momentos en mi vida en los que no me gustaba la historia que Dios hacía conmigo. Es más, con esto hay que combatir todos los días, porque lo que te dice el demonio es que Dios no es bueno contigo y todo está mal hecho: tu familia, tu físico, tu situación económica, etc. Además siempre te va a presentar algo como mejor para hacerte renegar de lo que tienes o eres. Salir de este engaño es muy difícil; por eso, la fe se debe vivir en comunidad, en el seno de la Iglesia. A fin de cuentas, el Señor se encarga de ponerte ángeles que te ayuden a mirar al Cielo, a descubrir el sentido trascendental de la vida, que esta no se acaba aquí, y que los acontecimientos más duros del día a día no te matan.
¿Cómo ha sido vuestra experiencia en el noviazgo desde el punto de vista cristiano?
Andrés: Ha sido preciosa gracias a la Iglesia. Tuvimos unos primeros años duros, porque al principio le exiges al otro una serie de cosas. Luego, te das cuenta de que la otra persona es como es y punto; el paso siguiente es quererla, con su orgullo, sus debilidades, etc. Han sido cinco años de batalla también por la castidad. Quizá sea una lucha que no hayamos entendido muchas veces, pero el temor de Dios nos ha librado de ello; temor de Dios como miedo a llevar un noviazgo sin su presencia, fuera de su voluntad. Por otra parte, ver cómo Dios actúa en la vida del otro nos ayuda mutuamente. Ella vive en Madrid con sus hermanos mayores, mientras sus padres y hermanos pequeños siguen de Misión en Perú; pero ver cómo Dios le regala trabajos, justo cuando los necesita, y que no les falta de nada, también me vale para mí. Nos animamos mutuamente a rezar, a confesarnos, etc. Que nadie se equivoque: los sufrimientos, los desentendimientos entre ambos, los egoísmos, las peleas, etc. están a la orden del día; pero es precisamente por eso por lo que necesitamos todos los días tener a Dios con nosotros.
Lidia: Mi noviazgo, para empezar, creo que es un detalle que el Señor ha tenido conmigo sin merecerlo. Y lo segundo, es realmente una gracia cuando pones a Dios en medio y no vives el noviazgo para tu disfrute exclusivo, porque puedes amar de verdad. La experiencia que tengo es que cuanto más das por el otro —obviamente pidiéndoselo a Dios— más puedes quererlo, y la castidad deja de ser un camión de carga. Yo toda mi vida me he considerado una niña buena, y me he dedicado mucho tiempo reprochando y corrigiendo a Andrés en todo, sin amor. Sin embargo, hasta que no he conocido mis pecados y mi debilidad, no he visto que no soy mejor que él. Si no me creo pecadora, entonces Cristo no ha muerto por mí, y ¿qué sentido tiene entonces amar al otro o sufrir? La Iglesia me ha ayudado a sentirme querida por Dios como soy, de forma que el noviazgo se vuelve algo estupendo. Además Andrés me ayuda a acercarme a Dios y a ponerme en la verdad.
Mercedes Durán