En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?»
Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan» (San Mateo 9, 14-17).
COMENTARIO
En la pedagogía divina se alternan tiempos de consolación y tiempos de prueba y purificación. Éstos nos hacen madurar y nos fortalecen para poder seguir al Señor en su camino hacia Jerusalén: el de la cruz y la resurrección. Aquellos nos consuelan y nos permiten disfrutar de las primicias de la comunión con el Señor. Así, al primer anuncio de la Pasión le sucede la gloria de la Transfiguración.
En el evangelio que hoy contemplamos sucede algo semejante: los discípulos están con el Señor: es el tiempo de la comunión, de la enseñanza y de la experiencia del amor de Cristo; tiempo llegará en el que todos ellos deban ser puestos a prueba, pero no hay por qué adelantar los acontecimientos, cada día tiene su propio afán. Cristo prepara a los discípulos para el momento decisivo: su inserción en su Pascua, y para ello no sirven las viejas fórmulas. El judaísmo con sus múltiples prescripciones y su obligación en el cumplimiento escrupuloso de la ley, era insuficiente, porque carecía de la gracia que permite al hombre poder vivir como hijo de Dios, como verdadera esposa de Cristo. Para ello se requiere una nueva creación, un nacer de nuevo, ser revestido del Espíritu de Cristo, el mismo Espíritu que permite a Cristo y nos permite a nosotros entrar en la cruz para vivir la resurrección.
Hoy nos encontramos ante la misma situación: llegarán días difíciles, pruebas terribles para la Iglesia y para cada uno de nosotros cristianos. Necesitamos, pues, estar cerca de Cristo, impregnarnos de su Espíritu para poder afrontar, en su momento, las pruebas que han de venir y poder salir, victoriosos con Él.
Pruebas las hay y las habrá de muchas clases: algunas personales como enfermedades, fracasos, desilusiones, traiciones; otras más generales como persecuciones por nuestra condición de cristianos. El siglo que nos está tocando vivir es el siglo de la mayor degradación moral del hombre; el siglo de la blasfemia contra el Espíritu Santo, pues se le llama bien al mal y mal al bien; se declara el aborto como un derecho y ser persigue y condena a los que defienden la vida. Se acercan tiempos oscuros y difíciles. Es necesario arraigarnos en Cristo para poder afrontar los tiempos venideros sin desfallecer, con la seguridad de que, al fin y al cabo, nada puede suceder contra la voluntad de Dios y, suceda lo que suceda, todo es gracia.