En aquel tiempo, dijo Pedro a Jesús: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?» Jesús les dijo: «Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna» (San Mateo 19, 27-29).
COMENTARIO
Supongo que es un error de enfoque pero, a veces, cuando leo este pasaje del Evangelio, me parece que la actitud de Pedro parece temerosa, como si pensara en un Jesús algo tacaño; quizás lo veo así porque con esa impresionante confianza que tienen los apóstoles con el Señor me sorprende que le eche en cara, que lo han dejado todo por Él, cosa que quizás ni es verdad. Tenemos la experiencia universal de que nuestra naturaleza, herida por el pecado, nos hace este tipo de jugadas, que entre otras cosas, puede conducirnos a creernos mejor de lo que somos.
En cualquier caso, donde nos interesa poner el acento es en la respuesta tan esperanzada de Jesús; no sólo dice que recibirán mucho más de lo que han dado; ni más ni menos, señala que cien veces más y, además, con un “plus”, la promesa de la vida eterna.
Una vez más os animo y me animo a luchar por responder generosamente a Dios y a los demás, claramente también nos lo señala San Juan (1 Jn 3,16): En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos”.
Recientemente se ha podido visionar una película documental, llamada “Hospitalarios” que recoge el testimonio de enfermos -de cuerpo y de alma- que acuden a Lourdes, y de los voluntarios que los atienden. Y se palpa que todos mejoran, también por estar bajo la protección de la Santísima Virgen. Sirva ese reportaje, junto con las reflexiones que estamos haciendo en este pasaje del Evangelio, para considerar cómo existencialmente todos estamos, en algún aspecto, o en más de uno, enfermos; y, a su vez, todos también, llenos de gratitud por lo recibido del Señor, podemos y debemos dar voluntaria y gratuitamente lo mejor de nosotros mismos. No hay posibilidades de perder en este negocio, sale bien, así lo explicaba Benedicto XVI (Spe Salvi, 30) comentando que hasta en cada pena humana tenemos el consuelo del amor participado de Dios, y así aparece la estrella de la esperanza.