En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. ¿Dónde hay un criado fiel y cuidadoso, a quien el amo encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas? Pues, dichoso ese criado, si el amo, al llegar, lo encuentra portándose así. Os aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si el criado es un canalla y, pensando que su amo tardará, empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo hará pedazos, mandándolo a donde se manda a los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes» (San Mateo 24, 42-51).
COMENTARIO
Esa oscuridad de futuro que envuelve al ser humano le obliga a “estar en vela” como advierte Jesús, en todos los momentos de la vida. En la salud, en el trabajo, en las relaciones humanas nos enfrentamos con ese desconocimiento del mañana, que nos hace vivir vigilantes.
La responsabilidad se exige a la persona adulta en el desempeño de cualquier actividad profesional, porque de cada acto pueden derivarse muchas consecuencias y de algunas es difícilmente previsible el cómo y el cuándo. Por ello, en la educación se inculca al niño esta atención, para no dañar a nada y a nadie por los impulsos caprichosos o alocados, tan frecuentes en los juegos de infancia. El sentido de la responsabilidad es el primer síntoma de madurez, “adultez” de la persona.
En la rutina diaria nos dejamos llevar por la lógica experiencia de lo vivido, el ritmo de nuestros órganos, las leyes de la física, el comportamiento social y moral habitual en los familiares y personas cercanas o los fenómenos meteorológicos, pero desgraciadamente, de pronto, se producen desagradables sorpresas que hacen cambiar el monótono rumbo de la vida. Desconocemos el día y la hora de la muerte y esto nos obliga a una actitud previsora “por si acaso.”
Hoy está muy presente el tipo de irresponsable esclavo de sus sentimientos y apetencias sin que la razón, la previsión ni el sentido común entren en la toma de sus decisiones. Así poco a poco, este ser regido por el hábito de obedecer a la apetencia puede caer en peligrosas adicciones: tabaco, alcohol, comida, juego, droga, móvil, sexo y perder la autoridad sobre sí mismo: su cuerpo y su mente.
La grave ideología que, con una aparente apuesta por la libertad, intenta hoy inculcar en la sociedad erróneos derechos: el aborto, la eutanasia o absurdas nominaciones sexuales, da entrada con aparente normalidad a todo tipo de perturbaciones mentales, personalidades átonas, laxas o con graves taras y ataduras consecuencia de la debilidad humana. Irresponsablemente, se refuerza esa abulia del individuo acostumbrado a darse a sí mismo todo lo que le apetece o se le ocurre y, ausente la razón, sin capacidad crítica, ni discernimiento, olvidados los principios éticos y morales, se vuelve un esclavo incapaz de enfrentarse a los graves problemas de su existencia. Aunque sí será un obediente cumplidor de cualquier venenosa norma ideológica.
La advertencia de este pasaje evangélico resulta esencial para una vida moral ordenada de la persona, con mayor exigencia espiritual y religiosa, porque cree y espera en un final donde seremos juzgados por ese amo, el Señor justo misericordioso, y nos recuerda qué, bajar la vigilancia es resbalar unos metros hacia abajo en la ascensión o rodar varios escalones hacia el abismo.
Pero llama la atención la dureza, con la que Jesús advierte que serán tratados, muy especialmente, aquellos a los que el Señor ha dejado a cargo de su casa y su rebaño.
Si el Amo lo encuentra descuidado en su vigilancia, olvidado sus responsabilidades: “lo hará pedazos, mandándolo con los hipócritas. Y allí será el llanto y el rechinar de dientes”.