«Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: “¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?”. Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: “No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mitad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”» (Mc 16,1-7)
Hoy nos toca comentar la Buena Noticia por excelencia, si Jesús no hubiera resucitado vana sería nuestra fe (1Co 15,14-17). El que estaba crucificado ha resucitado y está vivo en medio de nosotros. Estamos comentando y contemplando la Palabra que se proclama en la Pascua y que resuena en toda la Iglesia Católica, buena noticia por excelencia que nos habla del amor que Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo nos tiene a los creyentes y a toda la humanidad. “¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!”, se canta en el Pregón Pascual, esta noticia tiene el poder y la potencia de quitarnos las vendas de los ojos y los miedos que nos atenazan para darnos la posibilidad y la capacidad de empezar a vivir del regalo que se nos ha dado con la resurrección de
Jesucristo. Justificados y salvados, podemos empezar a poner en práctica aquellas palabras que nos dice Jesús: “amaos los unos a los otros como yo os he amado, en esto conocerán todos que sois mis discípulos” (Jn 13,34).
El apóstol San Pablo nos lo recuerda: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esto: amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud” (Rm 13,8-10).
San Pablo sabe bien, y lo dice muchas veces, que Jesús era Hijo de Dios siempre, desde el momento de su Encarnación. La novedad de la Resurrección consiste en el hecho de que Jesús, desde la humildad de su vida terrena, ha sido constituido Hijo de Dios “con poder”. El Jesús humillado hasta la muerte de cruz les dice a los Once: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Se ha cumplido el Salmo 2, versículo 8: “Pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra”. Por eso, con la Resurrección comienza el anuncio del Evangelio a todos los pueblos, comienza el Reino de Cristo, este nuevo Reino que no conoce otro poder que el de la verdad fruto del amor.
Alfredo Esteban Corral