La gente se apiñaba alrededor de Jesús, y Él se puso a decirles: “Esta es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y hará que los condenen, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás” (San Lucas 11, 29-32).
COMENTARIO
Jesús tenía muchos seguidores.
Esta generación, que ella misma se ha denominado “millennials”, se caracteriza, entre varias notas, por estar integrada por personas que se dicen “seguidoras” de otros, infuenciadores, creadores de opinión, modelos de referencia, etc. De ellos se ha dicho que son “nativos digitales”, porque han conocido el mundo cuando la informática está generalizada, en casi todas partes y casi para todo.
Lo que no podemos imaginar es los “seguidores” que tendría en esta generación Jesús. Al parecer el papa Francisco contaba con más de 40 millones ya en 2017.
Lo que narra el evangelista es que la gente “se apiñaba” en torno a Jesús. Era muy seguido y probablemente por personas que dejaban su ocupación y terruño, interesados realmente en escuchar a un verdadero profeta, acreditado por multitud de renombrados prodigios. Pero, a diferencia de los “seguidores” (followers, en inglés) de otros movilizadores de masas, en Jesús no encontraron halago, refuerzo de sus propias mentalidades, aliento para sus preferencias, alienación para sus vidas insulsas, apoyo en la masa (o tribu), etc. Jesús les hace una advertencia dura y clara, aparentemente descorazonadora; “generación perversa”. Pero les estaba diciendo la verdad. En un doble sentido; por una parte les ponía al descubierto su perversión y motivación profunda – un signo – y por la otra les proclamaba a las claras que Él era el mesías prometido.
Los grandes personajes traídos a colación por Jesús, Salomón y Jonás, son exponentes de las dos liberaciones del pueblo por Dios. Cuando la toma de la tierra prometida tras la dura esclavitud en Egipto, cuando hubo paz en sus fronteras Salomón pudo construir el Templo y ganar renombre con su sabiduría, mientras fue fiel transmisor de la Sabiduría. Por su parte Jonás alentó, muy a su pesar, la esperanza del pueblo reincidente en esclavitud. Mucho peor nos fue en Nínive que en Egipto, porque para entonces ya habíamos visto actuar el brazo fuerte de Yahveh. Sin embargo habíamos apostatado de hecho. Y fuimos despojados de la tierra y felicidad que el Señor nos había regalado en heredad, ¿Quién nos haría retornar, cuando ya no teníamos ni sacerdotes ni un lugar donde sacrificar ofrendas, etc…?
A Salomón lo vino a escuchar la reina de Saba; y los desolados habitantes de Nínive reaccionaron ante un profeta remiso. Pero aquí hay algo más, algo mayor, algo definitivo, el Hijo del hombre. Pero: ¿Quién dio crédito a nuestra palabra?
A todos aquellos que se apiñaban entorno a Jesús, Él les prevenía del juicio y de la condenación. Condena individual (a los hombres de esta generación) y colectivamente (a esta generación).
Se le llame como se quiera (millenniars; generación, Y, X o Z) esta generación que no quiere reconocer al Salvador, contará con los testimonios acusadores de la reina de Saba y de los habitantes de Nínive, que con mucho menos se habían movilizado. Escuchando esta condena avisada por Jesús, me viene a las mientes la acuñación de San Juan Pablo II: estructura de pecado.
Es cierto, más allá de la agregación de los pecados individuales, que son muchísimos, hay verdaderas “estructuras de pecado”, construidas, retroalimentadas y sostenidas por pecados que hacen muy difícil la conversión de los hombres, empezando por oscurecer su conciencia hasta desentenderse de sus reproches o, muy sutilmente, diluyéndolos en los “tiempos que corren”. Pero es precisamente “esta” generación, la de ahora, la que es denunciada por Jesús, que no se deja influir por los aplausos o abandonos de sus seguidores; nos dice la verdad y que cada cual saque sus consecuencias. Es inútil tratar de modificar el mensaje del Mesías, que ha venido (por tercera vez tras Egipto y Babilonia) a redimir a su pueblo del pecado y, lo que es impensable, de la muerte.
Esta generación perversa es una deprecación hacia nosotros, a todos y cada uno de los que vivimos en el siglo XXI, pero no se nos dará ninguna otra señal que su Resurrección. Jonás estuvo tres días en la obscuridad, y él lo preanuncia en esta cuaresma. Pero no tenemos que esperar ninguna otra señal. Nuestra perversión pasa porque nos agradaría poner un “me gusta” algo novedoso; no recibiremos ninguna otra señal más acomodaticia a nuestros gustos y hábitos de aprobar o desaprobar lo que se nos dice. Jesús no busca ni necesita nuestro “me gusta”.