Esta es la Pascua. Cincuenta días de beneficencia y gracia, de providencia y júbilo. De pertenencia exclusiva al Señor, al libertador de las exclusas donde nos hundíamos exhaustos en las mundanidades tan aceptadas, tan “cristianas”, tan correctas. A veces no se nos distingue entre la Babilonia, el resto de la totalidad, la cruz del aspa, la alegría del jolgorio, la misión del trabajo… Y ahora, en esta cincuentena se nos abre la puerta del banquete. ¿Por qué a nosotros? Tal vez estábamos en los caminos mendigando un ápice de afecto, en las cunetas recordando éxitos frustrados, en las acequias desechados, o simplemente perdidos vagando por algún sendero olvidado; y el padre del novio ha enviado a sus sirvientes a buscarnos, tal vez… Pero ahora estamos dentro. ¡Y dura cincuenta días! Para gustar las delicias que graciosamente nos ofrecen en este banquete de bodas. Con un vestido nuevo, para no desentonar, para agradecer con el deseo manifiesto la alegría del corazón. Solo se nos invita a permanecer; este es el gran destino, la más suave espera, la más alta gracia: permanecer en Él.
Esta es la Pascua. La música no es nuestra, sino de los serafines, las manifestaciones no son nuestras, sino del resucitado, la palabra no de nosotros, sino del espíritu, los ecos no de nosotros, sino del coro de los ángeles.
De nuestros ojos fijos en Él salga una mirada de agradecimiento. Por hacernos gustar los atrios de la morada celeste, saborear la enjundia de la presencia de Dios, oler la suave fragancia del eterno paraíso.
Solo gracias a la auténtica Gracia, a la Gracia que se nos derrama en estos días como un manantial inagotable. Y todavía es mucho más gracia sabiendo como sabemos que no nos merecemos.
Esta es la Pascua. Hemos pasado al otro lado para permanecer en él.
Jorge L. Santana