En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: – «En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre». (Juan 16, 23b-28)
No busquen más. Los telediarios, los periódicos, las emisoras de radio…todos los medios de comunicación están hoy dando noticias, la mayoría malas noticias: crónicas de atentados terroristas, guerras, sucesos de distintos tipos, corrupciones y robos, informes sobre los métodos de blanqueo de dinero y fórmulas de enriquecimiento ilícito, datos de desempleo, luchas fraticidas entre distintas facciones de un partido político o faltas de respeto entre gobernantes de distintos signos, el problema de las drogas o de la soledad…
Pero esta noticia que yo les traigo sólo la escucharán los privilegiados que hoy busquen alimento en la Iglesia. En concreto, en el evangelio de la misa de este sábado, 27 de mayo, en el que escucharemos unan noticia verdaderamente sorprendente: “Yo os aseguro, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará.”. Inmediatamente pienso: ¿Y yo qué necesito? Tal vez hay gente tan rica, tan sobrada, que no necesita nada. Gente feliz, conformista con la marcha de su vida e incluso con la del mundo; personas con el rostro siempre sonriente que a lo largo de la jornada viven una vida probablemente individualista y despreocupada de los demás, con su trabajo, su vida familiar y social, con sus bienes de buen nivel…. ¡Se lo han ganado todo! Pero yo ¡sí te necesito, Señor! ¡Hay tantas páginas en mi vida, en la vida de mi familia, que me gustaría tanto cambiar! Pero tú escribes mi historia, diseñas mi historia y me invitas a no rebelarme contra ella.
Pero el mundo, es verdad, sufre con dolores de parto. Y a nuestro alrededor vemos también sufrimiento, en la cercanía y también en tierras lejanas. ¿No va con nosotros? ¿Es posible que el drama de los refugiados no tenga nada que ver con nosotros? Cuando estudiaba bachillerato recordaba que, conociendo a Santo Tomás de Aquino, sus famosas cinco vías para la demostración de la existencia de Dios, yo no entendía y gritaba a Dios porque veía el sufrimiento que consentía. Hoy muchas personas sin duda entrarán en una crisis de fe por cualquier acontecimiento acaecido en su vida o en sus seres queridos o más próximos. Pero ¿Dios pinta algo en la historia, en nuestra vida? Esta es la primera cuestión a tener en cuenta: para creer esta importante noticia se precisa fe, confianza en Dios. Pedir a Dios es orar, rezar. Pero la oración precisa de mucha confianza y también de humildad. Una persona que confía de forma absoluta en sus fuerzas, que se cree dueño de su historia, no puede rezar, pues él mismo es el conductor de su historia y de la historia del mundo si hace falta. Al contrario, quien descubre su pobreza, la dificultad de resolver algunas de las facetas y problemas de su vida por sí mismo es humilde. Como canta el cantautor católico Martín Valverde “¡Ay, cómo duele ser humilde!”. Cuesta mucho ser humilde, y, claro, por eso los soberbios no rezan ni necesitan a Dios.
Mi experiencia personal es que no soy el dueño de mi historia, que no puedo cambiar la evolución de los acontecimientos y que necesito sentirme en brazos de Dios. Él llegará donde yo no pueda hacerlo. La razón me indica el camino a seguir pero no es bastante, pues demasiadas veces en la vida las cosas salen de forma muy distinta a cómo uno desea. Y ahí entramos en el misterio de la fe: ¿Lleva Dios mi vida? Pues sí, y lo digo desde la certeza que muchos años de caminar en la Iglesia me han servido para entender y tener iluminados acontecimientos personales y familiares que sin duda si no es en clave de fe me resultarían absurdos e incomprensibles.
En este evangelio, se nos muestra a Jesús, que va a volver al Padre. Ha prometido que enviará al Espíritu Santo, y en este contexto anuncia a sus discípulos la gran noticia de que Dios concederá cuanto le pidamos en su nombre. Les dice que hasta el momento nada han pedido en su nombre, porque tienen a Cristo a su lado, entre ellos. Pero cuando marche de nuevo con el Padre, podrán clamarle. Y les reitera: “Pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa”. Jesús, con amor, les aclara que no es que Él vaya a rogar por ellos al Padre. Les confiesa: “El Padre mismo os quiere”
Este es el segundo notición del día: ¡Dios nos quiere! Y Cristo nos invita, hoy como entonces a sus discípulos, a confiar en el Señor, a pedirle con la confianza de hijos. En nombre de Jesús. La fórmula es muy sencilla: la oración. Como clamó el ciego: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” (Lucas 18,38). Estamos hartos de escucharlo: la oración es el motor de nuestra vida. Pero cuesta creerlo. A veces los problemas nos invitan a rezar. Pero también en otras ocasiones, cuando nuestra vida no tiene grandes dificultades, surge también la oración como gratitud al Señor. Otras veces ocurre lo contrario: personas que pierden la fe cuando sobreviene el sufrimiento, la cruz; y creyentes que, aburguesados en la comodidad de una vida sin especiales problemas, se olvidan de Dios.
Quien ha descubierto y se reconoce como hijo de Dios, tiene que tener la necesidad de dialogar con el Padre, de pedirle consejo, de exponerle todas sus preocupaciones y proyectos, incluso de gritarle, de sentir su misericordia, de vislumbrar su mirada acogedora y cómplice… Pero para esto se precisa mucha fe, la experiencia de saberse amado por Dios, la certeza de que el Padre lleva nuestras vidas. ¿Las claves de la oración?: ya he hablado de la necesidad de ser humilde. Otra virtud es la perseverancia, es decir pedir a tiempo y a destiempo. Certeza, seguridad, es otra de las claves de la oración. Ha sido el mismo Cristo quien nos ha dicho que pidamos y se nos dará. ¿Cuándo? El Señor tiene su tiempo. El sufrimiento nos ayuda a reconocernos pequeños y a confiar en Dios. Pero siempre que tengamos esas actitudes de humildad y confianza en Él. Ya he dicho que el soberbio, quien se crea autosuficiente, no acepta que alguien trace o consienta una historia distinta a la que ha pensado; y entonces se rebela, duda de Dios, piensa que su historia está mal construida…
Ser sencillo, sentirse pequeño, saberse hijo preferido de Dios, confiar en el Padre, caminar de su mano incluso en los acontecimientos de mayor sufrimiento… son las armas del cristiano para afrontar una vida en clave de fe y, consiguientemente, de oración. Se ha dicho que una fe sin obras está muerta; yo añadiría: una fe sin oración tiene el riesgo de ser solo una etiqueta. La oración es el oxígeno del cristiano.
La oración es la llave de la vida cristiana. Orar es dialogar serena y confiadamente con el Señor. Y quien habla con Dios recibe de Él la alegría, que es ingrediente imprescindible en la vida pública de todo cristiano. Estamos en tiempo Pascual y cada día precisamos comer y beber de Cristo resucitado. Y ese es el alimento pascual que nos regala en la Iglesia, fundamentalmente a través de la Eucaristía. Podemos vivir alegres porque Dios nos ama y porque participamos de la resurrección de Cristo. Y el mundo necesita nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra alegría. Pero nada de ello será posible sin la oración intensa y permanente.