Tal como se está llevando ahora la instrucción religiosa —concretamente la católica— se constatan graves deficiencias de diversa índole que impiden que los alumnos reciban la formación religiosa que desean para ellos sus padres. En primer lugar, es conveniente volver a plantearse la finalidad que se persigue con la enseñanza de la religión católica en el ámbito escolar, e incluso universitario, debido a las grandes transformaciones que ha sufrido la sociedad española durante los últimos decenios y a la falta de interés que ha suscitado la asignatura «Religión», despectivamente llamada asignatura «maría» por los propios alumnos.
El cambio social
En los tiempos que precedieron a la democracia que ahora… ¿disfrutamos?, era relativamente fácil que los padres en las familias cristianas adoctrinaran a sus vástagos en los principios que a su vez heredaron de sus mayores. Después, las cosas cambiaron. En la vorágine de reformas políticas y sociales que zarandearon a los sufridos españolitos, a medida que se adentraban en esa tierra prometida llamada democracia, se propició un radical cambio de costumbres que dieron al traste con los despreciados conceptos de la moral tradicional. En aras de un progresismo cada vez más deslumbrante, se propició un ambiente de permisividad absoluta en el que quedaron barridos hasta los últimos vestigios de cuanto se opusiera al frenesí hedonista del momento. Tomaron carta de naturaleza la droga, la prostitución organizada, los grandes escándalos financieros y la degradación política amparada por la incapacidad de una justicia desconcertada, apoyada en leyes que no respondían a las necesidades de la nueva sociedad.
Toda esta atmósfera de alegre degradación sin consecuencias, ampliamente difundida por los medios de comunicación, fue calando día tras día en todas las clases sociales de manera que, sin darse cuenta, la inmensa mayoría de las personas sufrió un cambio copernicano en sus ideas mejor asentadas, o sea en el orden de valores por el que se habían de regir en adelante.
La situación descrita, durante tantos años mantenida, ha conducido a descristianar de forma generalizada la sociedad. Todo esto ha de tenerse en cuenta al programar una asignatura de religión como elemento formativo indispensable de la nueva juventud.
La falta de interés
Para que una asignatura sea considerada importante por los alumnos es necesario en primer lugar que, previamente, se sepa despertar en ellos un cierto interés hacia su contenido. Con ello se pretende evitar cualquier rechazo prematuro por existencia de ideas erróneas preconcebidas. Para que se dé este interés en unos momentos como los actuales hay que recurrir a la publicidad, puesto que se tiene que crear un clima favorable en el que el español medio entienda que este tipo de enseñanza es indispensable para poner coto a los desmanes que ahora tanto le afectan por la inseguridad en que se le obliga a vivir.
En segundo lugar, es preciso convencer a los alumnos de que esta asignatura será de gran utilidad para ellos. Un enfoque adecuado en el desarrollo de las sesiones de clase será el mejor sistema para conseguir esta finalidad. En líneas generales, ha de tenderse a que su enseñanza tenga efectos prácticos inmediatos, que sea amena, fomente la participación y que estimule sin miedo la colaboración de todos, la expresión desinhibida de los alumnos, el debate organizado y que admita posturas personales que disientan entre sí, siempre que estén razonadas o se apoyen en experiencias individuales. En sentido contrario, ha de huirse de hacer que esta asignatura resulte difícil, dura, temible. Tal postura es contraproducente, provoca rechazo y desinterés; sobre todo si se tiene en cuenta el tema de que se trata.
Objetivos
En consecuencia con lo que antecede, en la definición de objetivos habrá que tener en cuenta que esta enseñanza se ha de dirigir a un alumnado en su mayor parte sin ninguna formación religiosa, en cuanto al aspecto teórico. Por supuesto, todavía serán muchos más los que carezcan de experiencia religiosa; prácticamente nadie podrá dar datos concretos de la intervención de Dios en su vida particular.
Conseguir de un alumnado de estas características que se percate de que la religión ha de valerle tanto, e incluso más que las matemáticas, la física, la historia, la filosofía y cualquier otra asignatura de alcance puramente humano es una labor ardua, pero que no debe perderse de vista en todo momento, en especial al definir objetivos y al preparar los textos.
Quizás, en un determinado momento, los fines que se pretendan conseguir con la enseñanza estatal, que se encuentren plasmados en el plan de enseñanza en vigor, no se ajusten a una visión adecuada de la persona, según el punto de vista católico. En ese caso habría que luchar por conseguir la aceptación de un punto de vista lo más correcto posible para ambas partes —sin tratar de imponer a todo trance el católico— sobre lo que es la persona y cómo se facilitará su formación. Aunque en este caso la coordinación entre la postura estatal y la católica no pueda ser absoluta, la Iglesia ha de mantener con firmeza sus postulados irrenunciables en lo que atañe a la formación de las personas y ha de circunscribir a ellos su enseñanza en el marco de su asignatura.
En síntesis, la finalidad que ha de pretenderse con la asignatura de religión ha de ser la de formar al alumno en su dimensión trascendente —solamente contemplada por esta asignatura—, de manera que se complete su preparación para la vida de adulto, al complementar, y completar con ella, las aportaciones que le proporcionan las demás enseñanzas.
Una buena formación religiosa, experimentada más que aprendida, ha de proporcionar a los jóvenes seguridad, lo cual les facultará para enfrentarse con la vida, les permitirá reaccionar sin complejos en toda circunstancia defendiendo sus convicciones, les capacitará para el trato con personas que poseen otras ideas que, sin compartirlas, respetarán pero sin contaminarse, huyendo de esos sincretismos tan de moda. También podrán aceptar sin miedo lo que haya en las ideas foráneas de constructivo, de positivo y, así mismo, estarán en condiciones de ofrecer sin presionar los propios convencimientos, buscando el bien de los demás.