«Dijo Jesús a sus discípulos: “Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle’; y, desde dentro, aquel le responde: ‘No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos’; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”». (Lc 11,5-13)
¿Cómo va a negarnos el Padre el Espíritu Santo, si se lo pedimos? Este es el gran misterio de la oración del cristiano y la gran diferencia con la oración del religioso. El religioso ora para que “su” Dios se someta a su voluntad, le arregle los problemas que no entiende o no puede resolver. Pero es su voluntad la que manda. El cristiano, sin embargo, ora para que se haga la voluntad del Padre, tal y como nos enseña Jesús en el Padre Nuestro, o en esa magnífica lección de oración que es su oración en el huerto.
La Iglesia toda se nutre, se cimienta y se mantiene unida gracias a la acción del Espíritu Santo, de ahí la importancia de mantenernos en gracia para poder recibirlo, y que construya en nosotros el cuerpo de Jesús en esta generación. Y de ahí también la necesidad de que pidamos continuamente su presencia en nuestra vida.
No hay otro secreto en la oración:
- Escuchar continuamente la palabra de Dios
- Reconocer nuestra debilidad a su luz
- Pedir Dios con insistencia que nos de su Espíritu para poder cumplir su voluntad.
Con esta sencilla receta y alimentándonos frecuentemente con los sacramentos podremos enfrentar día a día la misión que Él quiera para nosotros en medio de su Iglesia y podremos mantenernos en comunión con ella, sin dejarnos llevar por nuestros criterios o personalismos.
La oración es algo demasiado importante y profundo como para que yo intente explicar nada, pero ruego encarecidamente leer detenidamente y meditar los artículos 2558 a 2758 para entender la profundidad de este misterio. Os destaco de todos ellos el 2732: «La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de su más profundo deseo. Mientras tanto, nos volvemos al Señor como nuestro único recurso; pero ¿alguien se lo cree verdaderamente? Consideramos a Dios como asociado a la alianza con nosotros, pero nuestro corazón continúa en la arrogancia. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: “Sin mí, no podéis hacer nada” (Jn 15, 5) ».
Que el Señor nos conceda alcanzar pronto este corazón humilde.
Antonio Simón