“Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, desde los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. Y es que vivía entre sepulcros. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó con voz potente: “¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes”. Porque Jesús le estaba diciendo: “Espíritu inmundo, sal de este hombre”. Y le preguntó: “¿Cómo te llamas?” Él respondió: “Me llamo Legión, porque somos muchos”. Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca. Había allí cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron: “Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos”. Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar. Los que lo habían visto contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca. Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: “Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti”. El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban” (San Marcos 5, 1-2. 6-13. 16-20).
COMENTARIO
Jesús y sus discípulos no dejaban de caminar, y así llegaron a la otra orilla, a la región de los gerasenos, y así le salió al encuentro un endemoniado desde los sepulcros. También nosotros, por nuestro bautismo, somos enviados a caminar como discípulos del Señor, y también nos salen al encuentro desde sus sepulcros los endemoniados de hoy. Hombres y mujeres que viven entre tinieblas, en medio de los sepulcros, esclavizados por el miedo a la muerte, esclavizados del demonio con sus pecados.
Vivimos rodeados de hombres y mujeres esclavos del mundo, del demonio y de la carne. Esclavos que claman en lo más profundo de sí para ser liberados de la muerte y de las tinieblas. Y Jesús, el Hijo Único de Dios Altísimo, también se ha encarnado para ellos. Y hoy nos envía a los cristianos para poder decir: “Espíritu inmundo, sal de este hombre”. Pero para poder decir estas palabras se necesitan tres cosas: ser enviados por la Iglesia, ser testigos de la resurrección de Jesucristo y anunciar la verdad con humildad desde nuestra pobreza, como vasos de barro.
Pero ¿qué podemos hacer nosotros humildes y sencillos cristianos ante el poder del demonio? Podemos hacer lo que han hecho con nosotros: anunciarnos el kerigma. Dar gratis lo que gratis hemos recibido. Proclamar la Buena Noticia del Evangelio, y dejar que el Espíritu Santo actúe, respetando siempre la libertad del otro, que no es más que un hombre débil y pecador como nosotros. A nosotros sólo nos queda proclamar al pueblo las maravillas que el Señor ha hecho con nosotros.
Nosotros sólo podemos anunciar el kerigma. No se trata de dialogar con los demonios. Se trata de anunciar el Evangelio. El Señor será el que venza a los demonios y los expulse.