Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (San Juan 20, 19-23).
COMENTARIO
“Señor y Dador de vida” son los atributos del Espíritu Santo que profesa nuestro credo; uno de los pilares de la fe cristiana.
Es importante subrayar que estos títulos pneumatológicos caracterizan al Espíritu Santo mucho más en relación salvífica con nosotros que en su esencia divina trinitaria. Y de ello nos podemos y debemos aprovechar.
Las perícopas Jn 7,37-39 (de la Vigilia de Pentecostés) y Jn 20,19-23 (de la Misa del día) abarcan, en magnífica síntesis, dos elementos del agua que nos son imprescindibles para vivir: satisfacen la sed y limpian de la suciedad. La conjunción y mutua implicación de dichos elementos hacen del agua un factor clave para comprender por qué San Juan la escoge como hermenéutica del E. Santo. La vida que fluye del costado de Cristo abierto en la Cruz es el mismo Espíritu por el que el Padre resucitó a Jesús. Desde la Cruz el Señor nos da la vida, al dejar brotar de su costado el Agua viva (“agua rosácea”, al mezclarse con la sangre) y al exhalar por su boca el mismo Espíritu que infunde en los Apóstoles, según el Evangelio de hoy.
Siguiendo el pensamiento del profeta, San Juan ve en la Cruz del Calvario la fuente que se precipita sobre el sequedal del mundo, yermo por el pecado y la idolatría, lo fecunda y sanea todas sus aguas estancadas y corrompidas.
De este modo, Pentecostés celebra la acción del Espíritu como Señor que da la vida, rescatándonos de una muerte segura por deshidratación extrema, y perdonando nuestros pecados; los nuestros y los del mundo. Del lado derecho del Templo brota a raudales la vida, el amor misericordioso, la paz y la alegría de la Pascua. Lo que llamamos “misterio” (pascual) no es otra cosa que la posibilidad de apropiarnos este Bien del Espíritu mediante la celebración eucarística de Pentecostés, pues en ella se actualiza lo que sucedió en el Calvario y en el Cenáculo.
En ambos momentos María, la madre del Señor, estuvo presente. Y en nuestra Eucaristía también.