No es en absoluto vergonzosa ni vergonzante la profesión de Empresario; tanto si es titular del Capital como si no, el genuino empresario se siente obligado a trabajar constante y disciplinadamente, codo con codo, con sus colaboradores, los otros trabajadores, por los que puede o no tener simpatía (mucho mejor lo primero).
La Empresa nace y se desarrolla a partir de un proyecto de “acción en equipo”: el pionero del proyecto es un empresario empeñado en hacer realidad tanto una idea básica que responda a determinada demanda del Mercado como un compromiso de organización y gestión; completan las necesidades de Capital uno o varios inversores dispuestos a cubrir los gastos de preparación, infraestructura, despegue y mantenimiento; mantienen y desarrollan la empresa un conjunto más o menos grande de personas que habrán de responsabilizarse de la producción, administración, venta, etc.
Con frecuencia, el capitalista, que no es empresario, permanece en la sombra sin otra preocupación que la rentabilidad de “su dinero”; el empresario o capitalista en funciones de empresario, en muy distinto plano, está obligado a organizar, motivar, controlar…, continuamente y sin desmayo y, por supuesto, con las ideas muy claras sobre las particularidades, derechos y obligaciones de cuantos con él colaboran. Un empresario que no se sumerge en la realidad diaria (económica y, sobre todo, humana) de su empresa deja de ser empresario para convertirse en especulador, parásito o acaparador de recursos públicos. De ese cariz son o pueden llegar a ser los dueños de empresa que, preferentemente, cultivan lo que se llama darwinismo social, trampean cuanto pueden y ahogan sus inquietudes en lujos, güisqui y prostitutas.
Promotores o parásitos de empresa, según y cómo, son los banqueros, brockers, jugadores de Bolsa y rentistas (entre los cuales cabe incluir no pocos de los “accionistas anónimos”) si, a nivel personal, actúan con generosidad o, por el contrario, actúan con el egoísmo de los que pierden cualquier norte que no sea un estricto “toma y daca” hasta derivar, si las leyes y el Fisco no lo remedian, en la regresiva y denigrante “Cultura del Pelotazo”.
El “tener dinero” no es un salvoconducto para el “círculo de los elegidos”, como pretendieran Calvino, Smith, Bastiat, etc. para terminar en algunos españoles con nombre y apellidos, tanto más pobres cuanto más obsesionados han vivido y viven por amontonar las casas que no pueden habitar, las queridas en propiedad colectiva, los yates en que cultivan su aburrimiento, las corrupciones que les empequeñecen hasta el ridículo…
Hemos visto cómo la “selectiva” promoción de especuladores y mentores del dinero fácil y socialmente estéril confluye ostensiblemente hacia cuantos “ven venir las cosas” puesto que gozan de “información privilegiada” y están en situación de alterar tal o cual foco de atracción crematística. Ello cuando, obviamente, los recursos de una Nación deben ser encauzados hacia la cobertura de las necesidades de cuantos la integran.
Dicho esto y reconocido que sin libertad no es posible una mínima optimización de esos recursos, es al Poder Político, administrador de tales recursos y garante que debe ser del ejercicio de esas libertades, a quien compete neutralizar y no promocionar la especulación estéril, el acaparamiento abusivo y el despilfarro (criminal porque, normalmente, se alimenta de ahondar las perentorias necesidades de los más débiles).
Antonio Fernández Benayas