En aquellos días, el rey Agripa llegó a Cesarea con Berenice para cumplimentar a Festo, y se entretuvieron allí bastantes días. Festo expuso al rey el caso de Pablo, diciéndole: «Tengo aquí un preso, que ha dejado Félix; cuando fui a Jerusalén, los sumos sacerdotes y los ancianos judíos presentaron acusación contra él, pidiendo su condena. Les respondí que no es costumbre romana ceder a un hombre por las buenas; primero el acusado tiene que carearse con sus acusadores, para que tenga ocasión de defenderse. Vinieron conmigo a Cesarea, y yo, sin dar largas al asunto, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a este hombre. Pero, cuando los acusadores tomaron la palabra, no adujeron ningún cargo grave de los que yo suponía; se trataba sólo de ciertas discusiones acerca de su religión y de un difunto llamado Jesús, que Pablo sostiene que está vivo. Yo, perdido en semejante discusión, le pregunté si quería ir a Jerusalén a que lo juzgase allí. Pero, como Pablo ha apelado, pidiendo que lo deje en la cárcel, para que decida su majestad, he dado orden de tenerlo en prisión hasta que pueda remitirlo al César.»
Recuerdo que hace años saltó en todos los medios de comunicación la noticia de que un pastor de la Alpujarra granadina, denunciado por los “neoinquisidores” talibanes fundamentalistas de un ecologismo radical que nada tiene que ver con el por todos querido respeto a la Naturaleza, podía ser condenado a una multa millonaria e incluso a varios años de cárcel por el grave delito de haber cazado y comido un lagarto, especie protegida, que por cierto, lo más probable es que fuese algo que llevase haciendo toda la vida. Menos mal que “su señoría”, cargado de razón, discernimiento y sentido común sentenció: “¿No se dan ustedes cuenta que la verdadera especie a proteger por claro peligro de extinción ¡¡es el pastor!!?”
Cuando Jesús hablaba en parábolas o ponía ejemplos de la vida cotidiana (el pastor, el sembrador, la mujer que pone levadura en la masa…); eran eso… ejemplos de la vida cotidiana… de entonces. Ahora, en peligro de extinción: La siembra la hacen tractores informatizados que, previo análisis de dureza, humedad, salinidad, densidad bacteriológica y demás “parámetros de agrimensura factorial” deciden cuántas y a qué profundidad depositar semillas encapsuladas y esterilizadas que comenzarán a germinar en su lugar exacto y en el tiempo predeterminado por las ecuaciones de la ingeniería agrónoma. Tranquilos que no hay peligro de que caiga una pizca en el camino o entre las malas hierbas, previamente exterminadas, ni que se las coman los pájaros a los que ya se encarga el “Seprona” de tener bien alimentados para que no se acerquen a los plantíos. (¡A tomar viento la “parábola del sembrador”!). Menos mal que “el tiempo” no lo controlan todavía.
Lo mismo con la “parábola de la levadura”: ¿Quién amasa ahora con lo fácil y barato que resulta comprar “el pan nuestro de cada día” en insípidas barras precocinadas en las tiendas de los chinos, disponibles a cualquier hora del día, incluso de la noche? Y no digamos ya si hablamos de pastores: ¿alguien sabe cómo se apacienta un rebaño? Efectivamente, el pastor es una especie en peligro de extinción.
Llevaba varios días dándole vueltas a cómo enfocar este comentario sin caer en los tópicos, que no están mal, de: como negó tres veces, Jesús le hizo confesar su adhesión otras tres veces o que, así como Pablo cayó del caballo, Pedro se tuvo que apear del burro. Era el día de S. Isidro y, en el pequeño pueblo en el que soy párroco, donde antes se sembraba trigo y cebollas, sembraron ladrillos y donde antes había pastos para las ovejas ahora hay “adosados”, muchos sin terminar y más sin vender. El caso es que los pocos agricultores y el único pastor que quedan salieron a celebrar su “santo patrón”. Especies a extinguir. Sí; sólo queda un pastor, Miguel Montero, que andará por encima de los 80 años. No sé si apenas sabrá leer y escribir, pero la conversación que tuve con él fue un derroche de sabiduría popular que me hizo entender como jamás aprendí en los libros y clases de teología detalles del comportamiento de los corderos, las ovejas, las cabras y hasta de los mismos pastores que conllevan a una profundidad enorme para entender los evangelios cuando recurren a estas figuras. Pero eso ya lo dejaré para otros comentarios.
Me centro en una pregunta: “Miguel, cuando un cordero está nervioso, o inquieto por una tormenta o porque barrunta un peligro o la presencia de un extraño, ¿cómo se le apacienta?”
Respuesta: “El cordero es manso de por sí, por eso, si se pone nervioso tiene que ser por algo que él considere muy peligroso. La única forma de apacentarlo es abrazarlo con mucho cuidado, sujetarle las patitas para que no cocee y ponerlo junto a la madre. En cuanto siente cercana a la madre, se queda como un corderito, nunca mejor dicho.”
No sé a vosotros, estimados lectores, lo que os sugiere esta respuesta; pero a mí, me ayuda a entender lo que significa el “primado de Pedro”. He tenido la experiencia de estar en el lugar donde, según la tradición, transcurre el relato evangélico del día, a orillas del Mar de Galilea. Dentro de la capilla hay una gran “piedra” y desde esa piedra me sentí interrogado: “¿Me amas?”
-“Señor, tú lo sabes todo, tú conoces mis infidelidades, mis dificultades, mis peligros. También sabes que te amo y quiero seguirte. Por eso cuando me veas inquieto, sobresaltado, que me alejo o que incluso me pierdo, cógeme en tus brazos, dóblame las patitas para que no me resista y ponme cerca de mi Madre, la Iglesia; para que así, al igual que tus discípulos que, herido el pastor se dispersaron y huyeron, arropados de nuevo junto a María en el cenáculo, pueda yo sentir también la paz del Espíritu Santo.”
El primado de Pedro; el primado de Francisco: Acercar a la Madre. El Señor no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón… Una Iglesia accidentada y herida por salir, que no una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad… Pastores “con olor a oveja…”
Miguel, aunque se haya puesto sus mejores galas de día de fiesta, huele a oveja; y ahora que nadie nos lee, todo hay que decirlo; así, en las distancias cortas, que como decía un anuncio es donde un hombre se la juega, pues no resulta muy agradable. En traje de faena incluso provocaría rechazo. Es el problema de oler a oveja…
Pastores con olor a oveja… como Miguel o como el “lagarticida” de la Alpujarra: ¿No será una especie en riesgo de extinción?
Pablo Morata