«En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos y escribas esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ‘¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido’. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”». (Lc 15,3-7)
“Tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo Unigénito” (Juan 3, 16). Hoy la Iglesia nos invita a descubrir el Amor de Dios a sus criaturas, contemplando el Sagrado Corazón de Jesús, en el que Dios nos ama con corazón divino y humano. Ya en el Antiguo Testamento Dios les había manifestado su gran amor con estas palabras: “¿Puede una mujer olvidarse del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvide, Yo nunca te olvidaré” (Is 49, 15).
Y en Jesucristo, nos manifiesta ese Amor de Dios de muchas maneras: su corazón late de dolor y llora ante Jerusalén: “Jerusalén, Jerusalén: ¡cuántas veces quise recoger a tus hijos, como la gallina recoge a sus polluelos bajo sus alas, y tú no lo has querido” ( (Mt 23, 37). Llora también ante la muerte de su amigo Lázaro; se conmueve cuando en el último intento de salvar a Judas, le dice: “¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?”. (Mt 26, 50).
En la fiesta de hoy, la Iglesia nos invita a descubrir ese Amor en el pasaje del evangelio de san Lucas que nos habla de la “oveja perdida”. Una de las cien ovejas del rebaño no está en el redil al anochecer. ¿Qué ha sucedido? ¿Está herida en algún lugar; ha perdido el camino y da vueltas, desorientada, en medio de la oscuridad de los prados? El Señor, el Buen Pastor, no se contenta con ver las noventa y mueve que ya están seguras y salvas en el redil. Sale inmediatamente a buscar a la falta: no quiere que se pierda ninguna.
Cristo, en su Encarnación, ha salido al encuentro del hombre; ha dado su vida en la Cruz por Amor a todos los hombres del mundo —quiere que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (cfr. 1 Tm 2, 3-4) — , y su Amor le lleva a no esperar que quien se aparte de Él le busque: Él se hace el encontradizo. A todos nos invita a acercarnos a Él —“Venid a Mi todos los que estéis agobiados, y yo os aliviaré”. Él espera que vayamos; y si no vamos, viene a nuestro encuentro. Su Voluntad es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Y se ha encarnado, ha venido a la tierra para que esa Voluntad, que es la de Dios Padre se realice.
¿Y cómo nos salva? Cargando con nuestros pecados; perdonando nuestras faltas y miserias, muriendo en la Cruz para manifestarnos su Amor. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
“Llevad los unos las cargas de los otros”, ha indicado a sus discípulos. Alza la oveja herida y perdida sobre sus hombros, y nos dice: Yo hago mías vuestras cargas, vuestras dolencias. Yo llevo en mi corazón vuestras tribulaciones, vuestros pesares, vuestras heridas; Yo estaré siempre con vosotros.
La Iglesia celebra hoy el misterio más insondable para el corazón, para la mente del ser humano: el Amor del Sagrado Corazón de Jesús, y quiere ayudarnos a descubrir o, al menos, vislumbrar, el Amor que Dios nos tiene.
“El sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), «es considerado como el principal indicador y símbolo…del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres» (Pio XII, Enc.»Haurietis aquas»). (Catecismo de la Iglesia Católica. n. 478).
Ante este misterio, ante este abismo de amor, nos podemos preguntar: ¿Cómo Dios todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra, origen de toda vida, puede amarme a mí?
El corazón del hombre ha de perder todos los límites de sus capacidades para abrirse a este Amor de Dios, que hoy nos pide. Pidamos a Nuestra Madre María que nunca tengamos miedo al amor que Dios nos tiene.
El Corazón de Cristo, del Buen Pastor, se alegra por haber encontrado la oveja que “se le había perdido”; y nos pide que le felicitemos: “¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Y nos anuncia la alegría del cielo. Las revelaciones que recibió santa Margarita María Alacoque no añadieron ninguna nueva verdad a la doctrina católica, reconoce el papa Pio XII, y añade: “Su importancia consiste en que, al mostrar el Señor su Corazón Sacratísimo de modo extraordinario y singular, quiso atraer la consideración de los hombres a la contemplación y a la veneración del amor tan misericordioso de Dios al género humano”.
¿Qué mejor felicitación para este Corazón, que tiene sed de nuestro amor, que decirle con su Madre Santísima y con san Pedro: “Señor, te amo. Tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”?
Ernesto Juliá Díaz